A la ministra Pilar Llop se le está poniendo cara de dimisionada o dimisionante, que es una cosa entre dimitida, sacrificada, penante y resfriada. Llop, que a uno siempre le ha parecido que llevaba su ministerio de Justicia con discreción y luto, como un estanco de viuda, no deja de salir en todos lados asumiendo responsabilidades, pidiendo perdón y ofreciendo su cuello expuesto, delgadísimo y con ribete de encaje, como una señorita víctima de un vampiro gótico. Los políticos no suelen pedir perdón, menos con este ceremonial de contrición, con ese velo de ceniza por la cara y esa vena palpitante en el cuello blanco, como un animalillo que tiembla en la nieve. O sea que me da que Sánchez, el que dice dar la cara, va a poner por delante de esa cara suya de duro antiguo el cuello antiguo y céltico de una cordera o una pastorcilla con cordera. Sería de un cinismo maravilloso, porque Llop ni siquiera estaba en el Gobierno cuando el Consejo de Ministros, bajo la presidencia, la autoridad y la aureola de Sánchez como en una Santa Cena, envió la ley de ‘sólo sí es sí’ al Congreso, posando para la historia como para Da Vinci.
“Yo doy la cara”, ha dicho el presidente que quizá, ciertamente, es todo cara y alas, como un querubín de retablo, como un amorcillo barroco. A mí me parece que Sánchez tiene muchas caras, incluida ésta de solete, de sol de los Teletubbies o de sol peruano, que sólo enseña cuando hace de aparición salvadora, como una Virgen de copa de alcornoque o un as de oros, que también usa cara aureolada y benefactora. No debe de parecerle tan dable, tan enseñable, esa otra cara de circunstancias o esa otra cara de mineral que usa en el momento de tomar la decisión desastrosa que luego presume de arreglar, con una táctica como de fontanero chapucero. Sánchez da una cara que es una cara de cartón de naipe de cartón, porque no asume más compromiso que intentar solucionar sus propias catástrofes, ante las que se hace el sorprendido, el decente y el ingenioso, como el fontanero, ya digo. Es Llop la que está dando la cara realmente, su cara palidísima y antigua, como la de un medallón, como la de una dolorosa, que parece diseñada por Sánchez para el dolor, para la contemplación y para el consuelo, como si la hubiera esculpido Berruguete.
Llop va por las televisiones y las sesiones de control con la cara blanca y como con crucifijo y pañuelito en la mano, va triste y pisando charquitos para expiar la culpa
Ahí vemos a Llop, con Ana Rosa o con Ferreras, aguantando las preguntas y las contradicciones como la piel blanca que aguanta la azotaina bien que mal, con cierta crueldad viciosa por parte de los demás, me parece a mí, cosa que desvía aún más la atención de los verdaderos culpables. Llop ha cometido errores, incluso graves, como lo de la “herida”, que daba la oportunidad para volver a esa falacia del centro de la ley, si en el centro está la violencia o está el consentimiento, cuando lo que está en el centro es sólo la propaganda porque esa disyuntiva no tiene sentido. Pero a uno le parece que es justo esto, haber cometido un error y además reconocerlo, en la tele o en el Congreso que de repente tenía algo de celosía de confesionario; reconocerlo además cuando nadie más ha asumido ninguna culpa (Sánchez viene ahora a dar la cara como el que llega a poner la oreja); es justo esto, en fin, lo que me parece que condena a Llop, única candidata de momento a caer, si acaso cae alguien, y a la que, mientras, por si acaso, pasean como a una monja yacente.
Llop va por las televisiones y las sesiones de control con la cara blanca y como con crucifijo y pañuelito en la mano, va triste y pisando charquitos para expiar la culpa (esto creo que lo decía Delibes de un personaje de El camino, puede que una de las Guindillas). Su culpa será verdadera, falsa o exagerada, pero esta redención de Llop queda muy salpicante, muy acusadora y muy perdonable a la vez, que quizá es lo que necesita Sánchez ahora. Es un charquito de lágrimas y de pies muy conveniente el de Llop, a la que están conduciendo como por un caminito de nieve hacia un final de heroína trágica o absurda de ópera, quizá de ópera de Wagner. Resulta espeluznante la cantidad de mujeres que tienen que morir absurdamente para posibilitar, adornar o concluir la tarea o la fantasía del héroe wagneriano (Elsa, Senta, Elisabeth, Isolda, Kundry, Brunilda…). Si ya resultaría irónico que la más inocente de las equivocadas, o sea Llop, fuera la única que cayera, aún más irónico sería que el feminismo mitológico de Irene Montero se apaciguara o se salvara con el sacrificio de otra mujer, una más entre todas las que se han sacrificado ya por su montaje, como si Montero fuera otro guerrero misógino y mitológico del misógino y mitológico Wagner.
Pilar Llop, que parece la única con frío y tos en esta ópera de señoritos y caudillos, va por los platós y las comparecencias con sus manitas frías y su mantita perdida. Ella no estaba cuando se aprobó la ley en el Consejo de Ministros, bajo el luminoso y alimenticio Grial sanchista, aunque luego, como todos, consintió y calló. Llop, la última que llegó a este escándalo, es la única que pena por las noticias como por los lazaretos o las posadas (yo creo que la ha elegido Félix Bolaños como entre un catálogo de costureras tristes, antiguas y hermosas de ópera bohemia). Mientras, Montero resiste, incólume, inalcanzable, como una suma sacerdotisa de aporías lógicas y sacrificios humanos, y Sánchez “da la cara” llamando “efectos indeseables” a este desastre consentido, promovido e inspirado por él (da la cara, ciertamente, hasta inflar del todo sus mofletes de querubín de los vientos o de cupido de Frankenstein). La ministra Llop no sé si dimitirá o la dimitirán, pero diría que, por si acaso, le están componiendo el poema de Poe y la carroza de dalias negras. Yo creo que aprovechan el luto que ya tenía en su ministerio y el memento mori que ya dibujaban sus gélidos pómulos.
A la ministra Pilar Llop se le está poniendo cara de dimisionada o dimisionante, que es una cosa entre dimitida, sacrificada, penante y resfriada. Llop, que a uno siempre le ha parecido que llevaba su ministerio de Justicia con discreción y luto, como un estanco de viuda, no deja de salir en todos lados asumiendo responsabilidades, pidiendo perdón y ofreciendo su cuello expuesto, delgadísimo y con ribete de encaje, como una señorita víctima de un vampiro gótico. Los políticos no suelen pedir perdón, menos con este ceremonial de contrición, con ese velo de ceniza por la cara y esa vena palpitante en el cuello blanco, como un animalillo que tiembla en la nieve. O sea que me da que Sánchez, el que dice dar la cara, va a poner por delante de esa cara suya de duro antiguo el cuello antiguo y céltico de una cordera o una pastorcilla con cordera. Sería de un cinismo maravilloso, porque Llop ni siquiera estaba en el Gobierno cuando el Consejo de Ministros, bajo la presidencia, la autoridad y la aureola de Sánchez como en una Santa Cena, envió la ley de ‘sólo sí es sí’ al Congreso, posando para la historia como para Da Vinci.
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