Los ministros de Sánchez no hacen otra cosa que subir y bajar de los cielos del Estado o de la propaganda como sacristanes con escalerita, entre el milagro y el escaqueo. Yo creo que nadie se queda a gobernar, sino que todos los ministros están de feria, de procesión, de excursión, de colada o de luto. Ya hablamos de Pilar Llop, que ha convertido su ministerio y hasta su figura en la góndola gótica en la que va a descender a los infiernos. Nadia Calviño también se desclava de su sillón y nos cuenta que baja a la compra como un santo que baja a arar, que incluso rebusca ella misma por las ofertas, leyendo las etiquetas con cara de enhebrar la aguja y sopesando los melones como la carga de un camello. Irene Montero, por su parte, se levanta y sube hasta el campanario más elevado que ha encontrado en lo público: se ve incapaz de pedir perdón como ministra por su ley y sólo lo pediría “como Estado”, o sea como altísima voz de bronce despersonalizada, irresponsable, diluida, como el Dios que habla desde las campanas. Los ministros hacen de dama blanca, de particular en pantuflas o de heraldo apajarado, cualquier cosa menos de ministro.
El Gobierno ya no es un gobierno, sino un sitio del que los ministros escapan o saltan
El Gobierno de coalición se ha puesto que hasta la bancada azul del Congreso, con su cosa de cúpula de musas, parece una mesa de caras largas, una comida de consuegras donde Justicia no se habla con Igualdad como si no se hablaran dos alegorías de cuadro de ateneo. El Gobierno ya no es un gobierno, sino un sitio del que los ministros escapan o saltan, unos hacia el nicho, otros hacia la populachería y otros hacia esa santidad de osario tan apreciada por los fanáticos. Los ministros son señoras en la compra, los ministros son vírgenes de pozo, los ministros son dinamiteros de otro ministerio, los ministros son bomberos de otro ministerio. A veces van y vienen en los mismos papeles, tropezándose por las escaleras de caracol de los púlpitos, de los vomitorios y de las almenas. Todo es confusión, todo es huida, todo es superposición, todo es contradicción, que uno diría que sólo Sánchez, lo único invariable, aporta paz.
Ahora uno ve a Sánchez y le parece lo más coherente, lo más quieto, lo más calmante. Sánchez siendo Sánchez, o sea presumiendo de dar la cara mientras pone a una ministra de cera a que se derrita ante las antorchas, o de comprar billetes de tren a los que dejó sin trabajo, o de regalarles un Código Penal lo mismo a los indepes que a los violadores; Sánchez siendo Sánchez, o sea poniéndose pines como flores de lis y celebrando con pasos de break dance que parcheó los apocalipsis que él mismo prendió con su ala de ángel; Sánchez siendo Sánchez, eso parece lo único que aporta continuidad, serenidad y sustancia a esta borrachera de irrealidad.
Mirar el Gobierno marea como mirar un zoótropo, mirar a los ministros deambular por este castillo en llamas, por este circo volado, por este buque torpedeado, da angustia, da asfixia, da hasta desazón de vejiga, como oír un grifo abierto o ver una fuente danzante. Yo creo que sí, que sólo nos queda Sánchez, fijo ahí en su mandorla berenjena, para no volvernos locos.
Calviño baja a la compra con su carro de señora, como una diosa pordiosera con una cornucopia de lechugas, y es como una imagen derrengada o desertada del Gobierno. Irene Montero trepa hasta los últimos capiteles del Estado para no asumir responsabilidades, o para seguir convirtiendo al sistema en último culpable, como los dioses (pediría perdón en todo caso por los jueces de badajo bamboleante, pero no por su ley antijurídica, saboteadora e inhumana). Ella es como la imagen despavorida o loca del Gobierno, trepando hasta donde trepan los locos, hasta donde ya no pueden trepar más. Llop se tumba en el cementerio, ella sola, bajo la luna de los lobos y bajo los ángeles de los amantes suicidas, y es la imagen crudelísima y serenísima de un Gobierno que vuelve a sacrificar a los inocentes. Tenemos a Marlaska reprobado, y es como la imagen del Gobierno al filo de la plancha de sus propios socios piratas; y a Bolaños, ministro o sastrecillo de la Memoria Democrática, diciéndole a Alsina que no hay que mirar al pasado, y es como la imagen ridícula del Gobierno intentando apagarse el fuego del bisoñé a soplidos. A pesar de ser todo lo que tenemos, nada está en su sitio, nada tiene sentido, y esto no parece el Gobierno sino aquel carro de heno del Bosco.
Los ministros de Sánchez no hacen más que ir y venir, como en el incendio de una posada, desesperados, descolocados, mezclados, confundidos, tiznados, medio vestidos o medio borrachos. Se diría que nadie se queda a gobernar, sino que todos están de estampida o de carnaval. Yo me imagino ese salón del Consejo de Ministros vacío o ignorado, como una sala de ping-pong de sanatorio que nadie utiliza, mientras la locura se extiende por todas las plantas. Sí, sólo nos queda Sánchez, lo único que aporta seguridad, continuidad y un punto fijo al que mirar. Sólo nos queda Sánchez, apoyado en su curva praxiteliana, en su lanza griega, en su culo de mármol, para no volvernos locos o para acabar con todo esto de una vez.
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