Después de cinco años de incertidumbre en la Unión Europea bajo el período de Jean-Claude Juncker, que centró todo el marco de relato europeísta en la cuestión del Brexit, y puso siempre el foco en una sola cuestión, el acuerdo con el referéndum y la posterior negociación, vino Ursula von der Leyen. Fue ministra federal de Defensa cuando era canciller Merkel y vicepresidenta de la CDU. Muchos pensábamos que seguiría una línea continuista de su predecesor en la Presidencia de la Comisión Europea, algo difuso y poco claro, cinco años más de gris. Nos equivocábamos.
Con la pandemia de la COVID-19 nos encontramos con una Unión Europea que no esperaba ir a remolque de los Estados, ni tampoco que iba a la contra como nos habíamos acostumbrado Juncker. Tampoco era una especie de Mr. No. Ha sido una Comisión Europea que ha tomado la iniciativa, que no se ha mantenido en posiciones ambiguas o poco tangibles. O directamente no ha tenido interés alguno en que los Estados siguiesen los dictados comunitarios, a no ser que fueran Hungría o Polonia. Todo lo contrario, con la pandemia vírica y su respuesta, en la ayuda a la compra y distribución de material, con la planificación de vacunación, con la compra de vacunas, etc. La Comisión Europea ha ido en vanguardia, y la bandera de la Unión Europea se ha vuelto a ver por doquier.
Este hecho de la bandera europea es interesante. Pasamos de verla detrás de burócratas que muy bien no sabíamos quiénes eran, ni muy bien sabíamos qué decían, para verla en cajas de dosis de vacunación, en ruedas de prensa, en reuniones y sesiones políticas. Asímismo la omnipresencia de los fondos de recuperación europeos también dibujaban una idea de Unión Europea tangible, que no se perdía en las palabras y declaraciones morales, sino que iba acompañada de hechos. Recordemos que muchas veces en política, lo que se ve existe, y lo que no, aunque esté escrito en un papel, si el ciudadano no lo ve, duda de que haya tal cosa. Incluso en el certificado de vacunación aparecía la bandera de la Unión Europea.
En plena pandemia, en noviembre de 2021, el gobierno de Bielorrusia, presidido por Alexander Lukashenko, inició una guerra híbrida contra Polonia y la Unión Europea al traer e empujar migrantes hacia la frontera nacional con Polonia. Este hecho, que el dictador bielorruso pensaba que ganaría por presión, provocó el efecto contrario. La Comisión Europea, presidida por Úrsula von der Leyen, apoyó al gobierno polaco a resistir las olas de migrantes que se dirigían a la frontera e intentaban cruzarla presionados por la policía del régimen de Minsk. Finalmente Lukashenko se dio por vencido, y llevó de nuevo a los migrantes a sus países de origen de la misma manera que los había traído, en avión.
El 24 de febrero de 2022 las tropas rusas lanzaron un ataque a gran escala para tomar Kiev y ocuparon parte del país. 7.2 millones de ucranianos abandonaron el país, 7.1 se desplazaron internamente, y fueron los países de la Unión Europea colindantes los que recibieron a toda esta ciudadanía. La Unión Europea estaba allí para mitigar los efectos sobre los Estados, sobre los migrantes y sobre las economías de los Estados miembro. Además, empezó a cambiar su política exterior, de una de consolidación a una de expansión de su influencia. No solamente para ayudar a Ucrania, quien estaba estudiando formar parte de la Unión Europea, sino también Moldavia y Georgia.
La invasión rusa de Ucrania ha situado a la Unión Europea en una posición muy interesante. Por un lado, es el espejo y refugio para mucha gente que huye de la barbarie rusa, y sobre todo del modelo social que impulsa Putin en el país. Hay millones de refugiados rusos que han huido del país hacia los países vecinos para no estar bajo el régimen ruso y su deriva totalitaria. Y más aun cuando la mínima sospecha que se está en contra del gobierno conlleva una década de prisión. Este hecho también provoca que la UE deje atrás sus tonos grisáceos y recupere la bandera de los valores que la fundaron de democracia, fraternidad y libertad.
No es casual que se le exija a Georgia más reformas y que sean en profundidad si desea ser miembro de la Unión Europea, y no lo es tampoco que la ciudadanía vea el europeísmo como contrapunto al poder de la oligarquía ruso-georgiana que controla el país por la puerta de atrás desde la presidencia de Mijail Saakashvili, ahora en prisión y con graves problemas de salud. Tampoco es casual que los jóvenes turcos vean en la UE desde hace unos años un punto de referencia para ellos, y desean que Turquía deje atrás no mirar más hacia Europa.
Ni es tampoco casual que la bandera europea aparezca cada vez más al lado de la ucraniana, y que Volodimir Zelenski se vea tutelado en parte por el gobierno polaco y de las repúblicas del Báltico, todas ellas miembros de la UE.
No se desdibuja el atlantismo histórico que une a la UE con EEUU, pero sí su dependencia"
Y por otro lado, existe un giro en depender menos de los Estados Unidos, y fortalecer las industrias y el tejido económico propio. Los crecientes vínculos con China y que esta invierta en los Estados miembro, el rol energético de las repúblicas de Asia Central, el desarrollo económico de recursos naturales con países de África, como también de Oriente Medio o incluso del Golfo Pérsico de manera bilateral, dibujan también una reconstrucción de la industria europea y su promoción. No se desdibuja el atlantismo histórico que une la UE con Estados Unidos, pero sí se desdibuja su dependencia.
Así pues vemos una nueva forma de hacer política comunitaria, la Doctrina von der Leyen. Se ha quitado el polvo a las instituciones europeas, se han recuperado los valores fundacionales de las primeras conferencias y tratados, se ha vuelto a recuperar la idea que la Unión Europea es más que un foco de burocracia y opacidad, donde no se sabe muy bien qué se hace. Una doctrina política que incluso aquellos que tanto criticaban la integración, ahora son más críticos en el como que en el qué. Tendremos que seguir como evoluciona la legislatura de esta Comisión Europea.
Guillem Pursals es doctorando en Derecho, máster en Seguridad, especialista en conflictos, seguridad pública y Teoría del Estado.
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