El PSOE madrileño se ha citado alrededor de una cerveza que parece una de esas cervezas de melancolía española, las que se toman ante los suspiros de los naipes y la tabernera de ojos imposibles, lejanos y ya robados. Yo me imagino así a Juan Lobato, Reyes Maroto y Félix Bolaños, a los que veo invitándonos a la melancolía y a una cerveza en un cartel como de peña al que sin embargo le faltan el cocido y la alegría, y yo no sé si también le va a faltar la cerveza. “Unas cerves con…” se llama el acto, o el ciclo, que no sé si hacen o harán más, si un día aparecerá Pedro Sánchez para tomarse una caña con algunos curritos que ponga el partido, que el PSOE va por ahí con un camión de reparto como el de la Cruzcampo, rojo currante, soltando extras para los vídeos promocionales del presidente. Un acto, un ciclo, o un rito, que la tristeza, más todavía la tristeza del PSOE madrileño, es recurrente y evocadora como las mareas y la cerveza la acompaña bien, como acompaña a las fichas de dominó arrastrándose, a los pies arrastrándose y a la camarera que, ya a última hora, te barre de su vida o de la vida.
Unas cerves con el PSOE de Madrid parece el plan triste de un pagafantas que se ha arrimado a Ayuso, que es la que inventó Tabernia, ese Madrid del botellín como reinventar el Madrid de la violetera. La cerveza era fachilla con Ayuso, algo que remitía a banderas conservadas en ámbar o a barcos de botella de la patria, y sobre todo a alegría en tiempos de cuaresma progre. Pero ahora parece que el PSOE también se ha rendido a la caña, al terraceo, al vicio, que es un poco como rendirse a Ayuso, irle a ofrecer un tributo de cervezas a la que colocó la cerveza como diosa rubia y como moneda del imperio. La cerveza era capitalismo a presión, era cayetanismo despreocupado, era el merengue de sol o el jamón de cristal que se tomaba la derecha ante el veganismo de flores de balcón y de mascarillas de cortina de aquel Gobierno pandémico. Pero ahora es lo que usa el PSOE para convocar a los socialistas que quedan en Madrid, como una campanilla del Oeste, para que acudan a ver a sus tristes predicadores y a sus maestras con gorrito de la señora Ingalls.
La cerveza fue una contraseña por los bares y Ayuso fue una musa por Ponzano, por donde se paseaba como en barcaza de Cleopatra con cocodrilos de zapatos Castellanos
Ayuso quería envenenarnos o corrompernos con cerveza, con aire de sifón y con gildas picantonas como el cuplé, que aunque eso del capitalismo salvaje del pincho de tortilla quedaba un poco cutre como enemigo, el Gobierno lo usó mucho, seguramente por tener otro enemigo que no fuera el bicho. La cerveza fue una contraseña por los bares y Ayuso fue una musa por Ponzano, por donde se paseaba como en barcaza de Cleopatra con cocodrilos de zapatos Castellanos. Cuando a Ayuso le sacaron la marca de cerveza, donde ella parecía más bien una señorita de botella de anís, a la izquierda le pareció idolatría, la blasfemia definitiva. Ahora el PSOE vuelve a la cerveza, o la cerveza vuelve al PSOE, otra vez currela, sin cayetanas arias que la sostengan en alto como vellocinos o como cornucopias. La verdad es que tener a la cerveza como ideología o como símbolo siempre fue una tontería, pero eso nos indica que el PSOE le compró entonces a Ayuso, y le sigue comprando ahora, hasta las tonterías, hasta las ayusadas.
A mí todo esto, ya digo, me parece una rendición, que quizá el PSOE se está rindiendo a todo, a la realidad tozuda, a la cerveza vikinga y hasta Ayuso, a la que parece que le quieren robar la poción mágica de la birra, su manzana rubia de bruja, como le roban el programa electoral. Recordemos que el mismo Juan Lobato salió un día a defender la bajada de impuestos e incluso a los ricos indefendibles, seguramente por miedo a que sólo lo votaran los extras de los vídeos de Sánchez, que yo creo que tienen hasta sindicato, como los de Hollywood. A mí me parece que han empezado con la cerveza pero después lo mismo vemos en su mano una bandera española, un abanico de flamenca así como de Macarena Olona, o incluso la Constitución, que en este PSOE sanchista quedaría algo tardío pero tierno, como un muchacho zangolotino con su primera cartilla silábica. El sanchismo lo intentará todo, convidar a cerveza y convidar al olvido, que viene a ser lo mismo.
Alrededor de una cerveza, una cerveza con algo de pozo mágico y algo de pipa de la paz o del sueño, se han convocado o nos han convocado los socialistas de Madrid o lo que queda de ellos, lo que queda del PSOE en Madrid como lo que queda de la esperanza en las madrugadas con cerveza. Ante la cerveza, Juan Lobato, el candidato a la presidencia de la Comunidad de Madrid, como un candidato a estrellarse irremediablemente contra la morena a la que mira sin esperanza y sin descanso, a través de espejos chinescos y turbadores. Ante la cerveza, Reyes Maroto, perdida en su aspiración al Ayuntamiento como el que está perdido en la esquina de la barra, pequeñísima pero interminable, igual que su noche. Ante la cerveza, Félix Bolaños, el ministro nuncio, como un cura de picos pardos, absolutamente tímido y absolutamente corrompido. A su alrededor, las barreduras del día como las de sus sueños, algunos parroquianos confundidos con sus abrigos, alguna mentira confundida con el consuelo, y a lo mejor una gramola con Billy Joel sonando como un piano electrocutado en cerveza.
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