En el primer aniversario de la guerra, se perfila una gran transformación de la política internacional para la próxima década. La agresión rusa no puede considerarse una crisis, esto es, un episodio que se puede cerrar y para retomar la historia, la política y la diplomacia allí donde quedaron orilladas en la trágica madrugada del 24 de febrero de 2022. El giro estratégico es estructural y afecta a las ideas, los intereses y las instituciones de la posguerra fría.
En la esfera política, la guerra ha revelado la fortaleza de la unidad de acción y discurso en el bloque occidental. Estados Unidos ha despertado del sueño retórico de una política exterior para la clase media. La potencia global no puede concentrar sus esfuerzos en la guerra comercial con China y está obligada a defender sus intereses en otros puntos geográficos. La Unión Europea ha despertado su animal geopolítico. Ha movilizado los recursos financieros para la compra conjunta de armamento con destino a Ucrania. Ha acelerado la transición energética. Ha coordinado sanciones económicas y ha vinculado exportaciones, política y comunicación.
El Reino Unido ha encontrado una causa noble a la que adherirse y sobrellevar su creciente falta de peso global. Alemania ha anunciado un cambio de época más efectivo por la sonoridad de su nombre que por la trascendencia de sus acciones. En Francia, el presidente Emmanuel Macron busca su lugar en la historia. En Europa Oriental, el discurso duro de Polonia, República Checa y Hungría gana adeptos entre los ultraconservadores europeos. En Italia y Suecia son relevantes en el gobierno. En la OTAN, el concepto estratégico califica Rusia de "estado disfuncional".
El ministro Lavrov se pasea por el continente africano y promete una lucha contra la hegemonía occidental que tiene su público"
Sin embargo, esta fortaleza se resquebraja con el gran angular. El Majority World o Global South no se sienten partícipes de la división entre democracias liberales y países autoritarios. Navegan la incertidumbre de la guerra con objetivos estratégicos a corto plazo, no siempre alineados con los intereses de Washington, Londres o Bruselas. En julio de 2022, la reunión de los BRIC contó con la participación rusa. Brasil es ventajista y compra petróleo barato, mientras que animan a las dos partes a entenderse. El ministro ruso de Exteriores, Serguei Lavrov, se pasea por el continente africano y promete una lucha contra la hegemonía occidental que tiene su público. En Sudáfrica, se han publicitado unas recientes maniobras navales y nuevas inversiones en infraestructuras. El nacionalismo indio de Narendra Modi se deja seducir por las promesas rusas y por la relevancia otorgada a los acuerdos de asociación con la UE o con los QUAD (Australia, Japón y EEUU).
China sigue su propia lógica. La asociación "sin límites" que se firmó el 4 de febrero de 2022 resulta que sí tiene unos contornos definidos. El gigante asiático no quiere un conflicto de largo duración ni tampoco implicarse en la resolución del mismo. Sus problemas internos (política covid cero, burbuja inmobiliaria, tensiones en los centros urbanos) y su proyecto internacional (el Mar Meridional, Taiwán o la Ruta de la Seda) para la próxima década son prioritarios.
China ha mantenido las relaciones económicas y comerciales abiertas, pero desde una posición de superioridad. Compra materias primas baratas y empresas a precios de saldo. Exporta tecnología y servicios digitales que sustituye a las marcas europeas y estadounidenses. Sin embargo, ha evitado sumarse a la escalada de armamento y capacidades militares. En último término, China ha evitado cualquier comparación con Taiwán, cuyo gobierno observa con interés las dinámicas de bloques, la efectividad de las sanciones o las lecciones militares ucranianas.
La guerra ha confirmado nuevos liderazgos regionales. La propia doctrina de la OTAN se desinteresa por el Flanco Sur, donde Turquía y Marruecos han movido sus piezas para controlar el Mediterráneo. Migraciones, energía, fronteras o lucha antiterrorista dependen de las relaciones con estos dos socios, que cuantifican -y a menudo cobran- el valor de sus decisiones. El ardor geopolítico de la nueva Unión Europea ha congelado las iniciativas de ampliación y vecindad. En los Balcanes Occidentales, el apoyo a la integración disminuye y se exploran nuevas relaciones bilaterales con Rusia y Turquía. Serbia aspira a ser la voz dominante.
América Latina ha renovado su ideario. El nuevo no alineamiento activo es una respuesta estratégica para no caer en la bipolaridad EEUU-China"
América Latina ha renovado su ideario. El nuevo no alineamiento activo es una respuesta estratégica para no caer en la trampa de la bipolaridad Estados Unidos-China. Tiene vocación práctica, orientada al comercio y alejada de los paradigmas ideológicos del pasado. Brasil, Chile, Colombia y Argentina aspiran al liderazgo regional, mientras que se reactiva Mercosur o los acuerdos comerciales con la UE. En Oriente Medio, los países se han puesto de perfil, aunque preocupa la vulnerabilidad la industria alimentaria. Israel se ha alineado con el bloque occidental en materia de sanciones o bloqueos, pero no ha facilitado ayuda relevante a Ucrania. Los países del Golfo se resisten a bajar los precios del petróleo y han recuperado la influencia de la OPEC en la conversación global sobre energía. Irán ha aprovechado para reavivar sus relaciones con Rusia, exportar tecnología (la venta de drones fue muy sonada) y reclamar apoyo para el desarrollo nuclear.
Reordenación energética
La segunda clave estructural es la reordenación energética. La Unión Europea ha reducido su dependencia del gas, el petróleo y el carbón ruso. Por el lado de la demanda, se ha diversificado el origen y el producto. Destaca el gas natural licuado procedente de Estados Unidos y Qatar, así como el gas noruego, nigeriano, argelino o azerí.
Por el lado de la oferta, las medidas rusas (el pago el rublos, el cierre de Nord Stream) han confirmado la efectividad de los paquetes de sanciones quinto y sexto. Asimismo, se han abierto nuevas rutas, como el eje Bulgaria-Serbia-Turquía o las inversiones italianas en Argelia. China y la India, y en menor medida Turquía, han aprovechado la debacle rusa para acumular petróleo ruso a bajo precio. Seguramente, los barriles se han reexportado hacia terceros países. Estas exportaciones han mantenido viva la industria petrolera, pero son insuficientes para su supervivencia en el medio plazo. Estados Unidos es ganador nato: ha incrementado sus exportaciones de gas licuado y ha reforzado el discurso de independencia energética.
El coste de la guerra para EEUU y los países de la UE se cifra en 100.000 millones de eruos, según el Kiel Institute for World Economy
En el plano económico, el coste de la guerra para Estados Unidos y los países miembros de la UE se cifra en 100.000 millones de euros, conforme a los datos publicados por el Kiel Institute for the World Economy. Estados Unidos, Reino Unido y Alemania encabezan la lista de donantes, mientras que España se ubica en la duodécima posición. Alrededor del 40% se corresponde con gasto militar, una cifra que ha generado otras externalidades. En el Mediterráneo, Argelia ha incrementado su presupuesto en el 120% y ha anunciado la compra de armamento ruso. Marruecos ha elevado el 3,6% del gasto para modernizar sus capacidades, sobre todo, de origen estadounidense. Qatar, el nuevo aliado más relevante de OTAN, ha disparado la adquisición de materiales avanzado. China, India, Japón o Irán se han sumado a la carrera en una lógica de militarización de la región indopacífica. En suma, el gasto militar mundial ha crecido por séptimo año consecutivo.
En el orden económico global ha acuñado nuevo vocabulario. Las instituciones multilaterales han incorporado la tesis desglobalizadora a sus análisis. La ralentización de los flujos comerciales tiene un fundamento político basado en la recuperación de medidas proteccionistas y la securitización de las cadenas de suministros. Las redes internacionales basadas en la confianza entre socios y aliados, bajo la denominación de friend-shoring o allied-shoring, es una tendencia al alza.
México, Uruguay, Indonesia, Vietnam o Corea del Sur se presentan como países fiables para reconfigurar las plantas de producción, la manufactura o la inversión en tecnología. Por sectores, Perú, Chile, Guinea o Australia hacen valer su producción de minerales y tierras. En consecuencia, las ideas políticas se agitan. La multipolaridad o las globalizaciones regionales encuentran acomodo entre quienes señalan que el sistema basado en la seguridad estadounidense, la factoría china y el consumo europeo toca a su fin.
Lecciones para próximos conflictos
El análisis de la guerra arroja lecciones relevantes para los conflictos venideros. No se discute la superioridad por tierra y aire del ejército ruso, pero sí confirma que las guerras necesitan algo más: cash para pagar las facturas, logística e infraestructuras, liderazgo por parte de los oficiales y un plan sólido. Nada de esto se ha atendido en estos doce meses.
Los constantes cambios en la dirección militar de la guerra apuntan hacia la crisis sistemática de confianza por parte del presidente Putin y la ausencia de planificación. El nombramiento del general Gerasimov podría confirmar un cambio estratégico basado en el incremento de la fuerza sobre el terreno, el bombardeo de infraestructuras y el repliegue para concentrarse en la región del Donbás. Finalmente, el primer año de guerra confirma la privatización de la seguridad y la emergencia de grupos transnacionales con capacidad operativa. La lealtad mercenaria es limitada.
La efectividad de la ciberguerra es discutible y pone sobre la mesa la necesidad de recuperar la inteligencia convencional"
El dominio de la ciberguerra ha sido menos relevante de lo esperado. Se han registrado ataques a infraestructuras críticas y, sobre todo, operaciones de desinformación. La efectividad es discutible y pone sobre la mesa la necesidad de recuperar la inteligencia convencional. Frente a la retórica de los big data, este primer año confirma la necesidad de una estrategia on-off. Dos tendencias parecen consolidar esta idea: el uso de fuentes abiertas para mejorar la captura de información y el manejo de redes y soporte digital para la documentación de la violación masiva de derechos humanos. Diplomáticos, militares, activistas, espías y periodistas tienen que pisar el terreno para confirmar lo que se intuye.
El análisis bélico se antoja incompleto sin el estudio de la propaganda. El presidente, Volodimir Zelinski, se ha revelado con un maestro de la comunicación política. Su actividad ha pasado de la visibilidad a la performance. Está presente en los parlamentos de medio mundo. Maneja los códigos semióticos de la sociedad digital. Su historia es legítima y consistente. Su defensa mediática representa el propósito de la voluntad ucraniana. Por eso, su figura se acrecienta en el aniversario de la guerra. Sin embargo, sus dotes para el hiperliderazgo no pueden ocultar los problemas internos de corrupción presente y futura. Un traspiés ahí podría arruinar el relato, la recaudación de fondos y la confianza de los aliados.
El presidente ruso, Vladimir Putin, opera en otra dimensión política. Está cómodo en el papel de paria y no tiene interés en gestionar su reputación. En el interior del país, la disidencia está desaparecida o confinada. El periodismo profesional e independiente ha desaparecido. Hacia el exterior, su retórica se dirige a quienes creen en las esferas de influencia, las nostalgias autoritarias y el antiimperialismo yanqui. Tras un año, se confirma que su discurso cala en las guerras culturales y de identidad. Las izquierdas compran la mercancía antiimperialista y contrahegemónica. Se anuncia en carteles y manifestaciones. Las derechas admiran la defensa de los valores tradicionales. Gusta en la Fox o en las conferencias de Steve Bannon. Así, la propaganda rusa tiene más éxito del esperado.
El futuro de Rusia
La última reflexión necesaria es acerca del futuro de Rusia. La guerra se ha convertido en objeto ontológico que afecta a la sustancia de la Rusia putinista. Esta guerra tiene el objetivo no declarado de recuperar el reconocimiento por parte de la comunidad internacional de las esferas de influencia, de la relevancia de Rusia, del liderazgo de Putin. El anuncio de anexión "oficial" cierra la puerta a un acuerdo de paz con garantías mínimas.
La agresión rusa es un ataque a la seguridad europea y al sistema de valores que representa"
El presidente ya no puede dar marcha atrás en ese reconocimiento territorial sin pagar él mismo el peaje de su defenestración. Por eso, antes habrá un conflicto congelado con una Ucrania agujereada que un acuerdo de paz. Por eso, cualquier medida europea se considera una amenaza existencial al ejercicio del poder de Rusia en sus esferas de influencia. Por eso, la cuestión nuclear y los misiles tácticos no deben despreciarse. En suma, la agresión rusa es un ataque a la seguridad europea y al sistema de valores que representa (democracia liberal, sociedades abiertas). No hay acuerdo viable sin una renuncia severa por parte de la comunidad europea a los principios sobre los que se ha constituido en la posguerra fría.
Ucrania ha consolidado la construcción de su identidad y nacionalidad. Esta guerra, junto al Holodomor, se erige en la memoria colectiva de generaciones venideras. No se autopercibe más como un estado-frontera, como la propia etimología de sugiere. Frente a una interpretación mítica de una región dividida, un país artificial dependiente de los azares rusos o europeos, la nueva Ucrania se alza como una nación con vocación europea. En el nuevo orden que viene, Ucrania será la frontera de la Unión Europea bajo uno u otro modelo de asociación, pero ya no será el vasallo de la Rusia putinista. No tiene vuelta atrás, aunque los escollos se multiplican.
A luz de estos cambios estructurales, la guerra rusa ha dinamitado el statu quo de 1945 (Yalta y las zonas de influencia), 1978 (Helsinki y la inviolabilidad de las fronteras) y 1989 (Berlín y la caída del Muro). La madrugada del 24 de febrero de 2022 entra, pues, en los libros de historia como la fecha que inaugura el nuevo desorden global.
Juan Luis Manfredi es catedrático Príncipe de Asturias en Georgetown University y catedrático de Estudios Internacionales y Periodismo en la Universidad de Castilla-La Mancha.
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