Ante una audiencia de cera y frío, como el tanatorio que son todos los salones de Putin y quizá Rusia entera, el neozar neosoviético acusó a Occidente de hacer justo lo que él hace: provocar la guerra, buscar la aniquilación del enemigo, destruir la civilización y ser Satanás con banderitas de patriotismo y puticlub. Este viejo mandamiento de la propaganda se llama proyección y ya nos aparece en las enseñanzas de Maquiavelo, que no era cínico sino sólo pragmático. Pedro Sánchez también lo emplea muy bien desde la púrpura de su traje berenjena: culpa a la oposición de crispación manteniendo él a extremistas y antisistemas en el Gobierno, señala a la derecha togada a la vez que él intenta controlar todo el Poder Judicial (y todo el Estado), acusa de incumplir la Constitución mientras él se afana en demolerla junto con sus socios exsediciosos y exmalversadores, y hasta advierte a Feijóo de traiciones internas cuando sus ministros no se hablan y sus barones le tienen asco y miedo como a las bichas del campo.
Ahí está nuestro presidente, con todo el organigrama, la metalurgia y el presupuesto del Estado enfocado en la cruzada de salvarse, en la guerra democrática de mantenerse en el poder
A Putin la propaganda le quedaba enfermiza y sin voz, que dio un discurso como de Fidel Castro exhausto, con dos horas de silbidos bronquiales patrióticos contra la carpa del Tío Sam, el imperialismo de chocolatina y el Occidente mariconzón. Putin, que parecía reducido y refrigerado como una botellita de vodka de minibar, sabe que sólo le queda resistir. La guerra de Ucrania no es la guerra por la Gran Rusia de los rus, de los zares, de Stalin, ni siquiera de las borracheras cantando Kalinka o Katyusha; no es una Segunda Gran Guerra Patriótica, que ni es grande ni es patriótica: es sólo una guerra por la supervivencia de Putin. Putin sabe que si pierde la guerra se acaba él (acabará en un búnker o acabará en La Haya), y en eso va a poner todas las ojivas, todos los tornillos viejos y todos los muertos inocentes o asustados que hagan falta. Es más o menos la situación de Sánchez, aunque los muertos de Sánchez aún son alegóricos o, si acaso, ya calcificados y antiguos.
Sánchez también está en la guerra patriótica de él mismo, del imperio de su colchón de nata, como los palacios de nata de Putin. Ahí está nuestro presidente, con todo el organigrama, la metalurgia y el presupuesto del Estado enfocado en la cruzada de salvarse, en la guerra democrática de mantenerse en el poder, aunque sea temblorosa y frágilmente, como Putin parece mantenerse derecho sólo sostenido por una pértiga. Sánchez hasta tiene un búnker con luces rojas y con periscopio al mundo, incluso diría que ese periscopio es Félix Bolaños, que si uno lo mira mucho tiempo parece que sólo tiene un gran ojo optométrico, un gran ojo de faro, como el minion de un solo ojo.
Por supuesto, Sánchez también tiene una guerra propagandística, que va antes o en vez de la guerra con dinero, metralla y realidad. A Sánchez la propaganda le queda norcoreana, ahí reuniéndose otra vez con jovencitos de banderín y colorete, con cara de mural y actitud de mano en la visera, en pisos que remiten a barracones, colmenas, conventos o mausoleos del Estado. Pero a Sánchez, igual que a Putin, con cada propaganda sólo se le ve más frágil, con cada pavoneo sólo se le ve más menesteroso, con cada proclamación de invencibilidad sólo se le ve más vulnerable, con cada aplauso sólo se le ve más condenado. Yo diría que hasta Feijóo tiene algo de Biden, o sea un señor que va a ganarle en su kungfú de morritos, desplantes y despechugamientos sin más que decir obviedades y cuidarse de no caerse mucho por las escaleras.
Putin está como tísico de guerra, enfermo como una dama de las camelias que se enamoró de un oso, y resiste como resiste Sánchez, entre blancas palanganas con sus sangrías, una claque de gente que parece de futbolín, apelaciones a un pasado y a una grandeza que sólo son filatélicos, sacrificios humanos y minerales, y un volteado continuo y desesperado de la realidad arrojado contra el enemigo. Desde lo de la petanca, los anuncios de Sánchez son cada vez más tristes, de domingo triste en el que, más que “tomarle el pulso a la calle” él, parece que sus amigos supervivientes y sus nietecitos obligados van a verlo al asilo o al hospital. Con cada anuncio yo diría que Sánchez, como Putin, se va acercando más a la residencia, al gramófono, a la baraja, a las friegas y quizá al velorio, como un retiro de Gran Duquesa o quizá sólo de payaso de rodeo. Yo, de ser Feijóo, no me quejaría tanto de que Moncloa ponga pegas a que visite nuestras tropas en Letonia, con ese ridículo caqui de becerrada con el que nuestros políticos pretenden ponerse marciales. Yo creo que a Feijóo le conviene más seguir diciendo obviedades y teniendo cuidado con los escalones, ahora que la propaganda sólo parece anunciar esquelas, unas aparatosas esquelas orladas como tartas y esperadas como herencias.
Ante una audiencia de cera y frío, como el tanatorio que son todos los salones de Putin y quizá Rusia entera, el neozar neosoviético acusó a Occidente de hacer justo lo que él hace: provocar la guerra, buscar la aniquilación del enemigo, destruir la civilización y ser Satanás con banderitas de patriotismo y puticlub. Este viejo mandamiento de la propaganda se llama proyección y ya nos aparece en las enseñanzas de Maquiavelo, que no era cínico sino sólo pragmático. Pedro Sánchez también lo emplea muy bien desde la púrpura de su traje berenjena: culpa a la oposición de crispación manteniendo él a extremistas y antisistemas en el Gobierno, señala a la derecha togada a la vez que él intenta controlar todo el Poder Judicial (y todo el Estado), acusa de incumplir la Constitución mientras él se afana en demolerla junto con sus socios exsediciosos y exmalversadores, y hasta advierte a Feijóo de traiciones internas cuando sus ministros no se hablan y sus barones le tienen asco y miedo como a las bichas del campo.
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