Me pregunto si en Kiev, que es como un Guernica recién estrellado contra el suelo, Pedro Sánchez habrá encontrado a algún ucraniano de Parla con alegría para jugar a la petanca. O algún joven del PSOE que anduviera en bicicleta con cestillo por allí, por entre los escombros alegóricos y escultóricos y los edificios con huecos de estatua de sede de la ONU, y que le agradeciera los tanques y la libertad misma con un ramo de flores esperanzadas y cenicientas. En cualquier caso, Sánchez, por el aniversario de la guerra, se ha puesto el chubasquero de metralla y la mirada de los mil metros y se ha ido a Kiev a parar con la mente tanques rusos convertidos ya en parterres, en toboganes o en instalaciones de Arco. Eso de contemplar o sopesar los tanques cercanos con esa mirada de los mil metros puesta, como unas gafas de aviador, le dejaba un efecto confuso, entre la miopía, el espejismo y el after. Y mientras en Kiev Sánchez miraba o prometía tanques con sabiduría, gravedad y palabra de chatarrero, aquí la misión del Parlamento Europeo no terminaba de encontrar sus dineros en nuestra burocracia, esa escombrera.
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