Me pregunto si en Kiev, que es como un Guernica recién estrellado contra el suelo, Pedro Sánchez habrá encontrado a algún ucraniano de Parla con alegría para jugar a la petanca. O algún joven del PSOE que anduviera en bicicleta con cestillo por allí, por entre los escombros alegóricos y escultóricos y los edificios con huecos de estatua de sede de la ONU, y que le agradeciera los tanques y la libertad misma con un ramo de flores esperanzadas y cenicientas. En cualquier caso, Sánchez, por el aniversario de la guerra, se ha puesto el chubasquero de metralla y la mirada de los mil metros y se ha ido a Kiev a parar con la mente tanques rusos convertidos ya en parterres, en toboganes o en instalaciones de Arco. Eso de contemplar o sopesar los tanques cercanos con esa mirada de los mil metros puesta, como unas gafas de aviador, le dejaba un efecto confuso, entre la miopía, el espejismo y el after. Y mientras en Kiev Sánchez miraba o prometía tanques con sabiduría, gravedad y palabra de chatarrero, aquí la misión del Parlamento Europeo no terminaba de encontrar sus dineros en nuestra burocracia, esa escombrera.
Ahí estaba Sánchez en Kiev, con sol de chapa en la plata de su flequillo, con chaleco de lord sobre el chaleco antibalas, llamando a Zelenski “querido Volodímir”, y salvando a Ucrania con nuestros diez tanques de arena
Después de un año, la guerra de Ucrania se ha petrificado en humo y en muertos, y ese Occidente que Putin dice que es Satán sólo va enviando sus armas y sus anafes muy poco a poco, no por miedo sino por cálculo. Putin, que no pudo hacer la guerra relámpago ni puede hacer la guerra viril, ésa que él sólo practica con osos borrachos y karatekas amorosos, o al revés; Putin, decía, sólo puede hacer la guerra de demolición y de terror, contra parques, contra niños y contra gente que sale a por la leche, con su temblor de botellita en la cesta y en el cuerpo. La guerra está asolando Ucrania, en fin, pero, aunque Biden se caiga por las escaleras con el viento, sus cuerpos de inteligencia le habrán dicho que un conflicto largo debilita más a Rusia, que puede quedarse en un karaoke de Putin más un ejército de tirachinas y motines. Con la guerra, pues, convertida en un escenario fijo y a ratos tragicómico, como el Berlín de Billy Wilder, unos hacen geopolítica de futuros y otros hacen propaganda, como Sánchez.
Sánchez se va a salvar Ucrania con diez tanques como diez dragones mitológicos o televisivos, diez tanques que eran seis en principio más otros cuatro que Sánchez suma como uno de sus bonos Sánchez o cheques Sánchez. Ese bonotanque de Sánchez le añade aún más esfuerzo, voluntad y socialismo a esos Leopard que antes hemos tenido que reparar o desenterrar (Margarita Robles parecía Gracita Morales quejándose de cómo estaban de polvo y herrumbre las estanterías bélicas del señorito). Nuestros Leopard estaban ya convertidos en cenicero, en columpio o en taxidermia cuando los hemos rescatado, pero ahí estaba Sánchez en Kiev, con sol de chapa en la plata de su flequillo, con chaleco de lord sobre el chaleco antibalas, llamando a Zelenski “querido Volodímir”, y salvando a Ucrania con nuestros diez tanques de arena como a veces se salva la vida a un soldado con una lata de judías.
La verdad es que si uno traduce tanques a petancas y presencias en Kiev a paseos por Parla, yo creo que Sánchez ha conseguido multiplicar por mucho la propaganda con más o menos el mismo metal y sólo un poco más de cercanía y humanidad. Una petanca con Zelenski o una beca a Zelenski (quizá una beca Zapatero para la paz en el mundo) hubieran sido sin duda lo ideal, pero en resumen creo que le salió bien la cosa, que pudo darle otra salida a su mirada tierna y dura a la vez, esa mirada de montañero y de pacificador que Sánchez tiene entrenada de mirar a Feijóo tras los burladeros del Senado. Kiev se estaba convirtiendo en parque temático para políticos comprometidos de lejos y cicateros de cerca, y Sánchez no podía desaprovechar eso. Menos cuando, además, le permite poner un poco de distancia, como otro crucero fluvial por Europa. Distancia con sus socios, distancia con el ‘sí es sí’ y distancia con Monika Hohlmeier, que ha venido a ordenarle los cajones de soltero y también se ha asustado, como otra Margarita Robles con plumero y resoplido.
Sánchez se va de misión a Kiev, pisando gravilla con reconcentración y conciencia, respirando el silencio de los muertos como en Viena respiraba el silencio de los violines. Y, lo que son las cosas, el Parlamento Europeo nos manda también su misión aquí, que a ver qué pasa con esos fondos europeos que se han quedado entre el bicho y la guerra, entre dos apocalipsis como entre dos barquichuelas, dos balcones o dos estaciones. Sánchez se va a salvar Ucrania de Putin con diez tanques abrillantados por legionarios en una noche, y Europa viene a salvarnos de nosotros mismos con una señora con gafas de suegra, que lo ve todo. Monika Hohlmeier, según le contaba a El Mundo, no entiende que Nadia Calviño le presente gráficos en los que el dinero entra como dinero pero sale como colorines. No entiende que no pueda saber dónde acaba al final ese dinero que se deshilacha en proyectos genéricos y futuribles y se pierde en una acuarela de autonomías y burocracia. O sea, que no entiende a Sánchez, la pobre.
Hohlmeier no se da cuenta porque es bávara y allí sólo se olvidan de la religión del trabajo y la integridad para dedicarse a la religión de la salchicha, pero lo que pasa es que no entiende a Sánchez. No entiende que con Sánchez basta que el dinero se mencione como dinero, aunque esté perdido, y que el tanque se mencione como tanque, aunque esté enterrado. También basta que el futuro se mencione como futuro, el diálogo como diálogo y hasta el Gobierno como Gobierno. No entiende esta suegra sobrevenida y asombrada que, gracias a eso, a una petanca con Zelenski y a un tocomocho con Europa, nuestro presidente va a salvar Ucrania, España y, con un par de giras roqueras más, como giras de U2, el mundo.
Me pregunto si en Kiev, que es como un Guernica recién estrellado contra el suelo, Pedro Sánchez habrá encontrado a algún ucraniano de Parla con alegría para jugar a la petanca. O algún joven del PSOE que anduviera en bicicleta con cestillo por allí, por entre los escombros alegóricos y escultóricos y los edificios con huecos de estatua de sede de la ONU, y que le agradeciera los tanques y la libertad misma con un ramo de flores esperanzadas y cenicientas. En cualquier caso, Sánchez, por el aniversario de la guerra, se ha puesto el chubasquero de metralla y la mirada de los mil metros y se ha ido a Kiev a parar con la mente tanques rusos convertidos ya en parterres, en toboganes o en instalaciones de Arco. Eso de contemplar o sopesar los tanques cercanos con esa mirada de los mil metros puesta, como unas gafas de aviador, le dejaba un efecto confuso, entre la miopía, el espejismo y el after. Y mientras en Kiev Sánchez miraba o prometía tanques con sabiduría, gravedad y palabra de chatarrero, aquí la misión del Parlamento Europeo no terminaba de encontrar sus dineros en nuestra burocracia, esa escombrera.
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