En realidad, y a pesar de lo que se está repitiendo con profusión en las últimas horas en muchos medios, este no es el primer aniversario de una guerra, sino el de una agresión; la invasión y la ocupación por parte de Rusia de parte del territorio de una nación libre, independiente y soberana desde 1991. La guerra llegó después y sólo como consecuencia de que Ucrania y su pueblo no se hayan dejado someter por la voluntad expansionista criminal de un tirano.
Ya desde aquel 24 de febrero de 2022, el Alto Representante de la Política Exterior Europea, Josep Borrell, fue enmarcando con claridad los términos del debate. Y alertó contra la trampa de la equidistancia que suponía una condena de la guerra con la apelación a una solución diplomática del conflicto; una equidistancia que, en último término, suponía tanto como la justificación de esa criminal invasión de una nación soberana.
Josep Borrell siempre ha enfatizado que Vladimir Putin jamás ha tenido voluntad de negociar absolutamente nada, entre otras cosas porque jamás ha sido sincero en sus planteamientos, ni ante la comunidad internacional ni ante sus líderes. Cómo olvidar aquella célebre conversación con el presidente francés, Emmanuel Macron, en la que Vladimir Putin aseguró al mandatario galo que no habría guerra, que no estaba en su ánimo invadir Ucrania. De igual manera se había expresado días antes en conversación telefónica con el propio Joe Biden.
Todo falso. Apenas transcurrieron unas horas y el tirano farsante le propinó una brutal patada al tablero geopolítico que cambió por completo el escenario global. Un acto por el que, sin duda, la historia le juzgará y por el que, más tarde o más temprano, esperemos que en vida. tendrá que pagar.
Hoy, los grandes actores y su papel han cambiado, y asistimos a un creciente e inquietante auge del gigante chino, que en su coyunda con Rusia ha dejado de ser -si es que alguna vez lo fue- un aliado fiable para la comunidad internacional, que recela de sus declaraciones conciliadoras y atiende más bien a sus hechos, como la negativa a apoyar la moción de condena que acaba de propiciar la ONU. A pesar de ello, China está condenada a colocarse 'de perfil' si quiere seguir vendiendo sus productos al resto del mundo libre y consolidarse como nueva y gigantesca potencia económica global.
La economía, siempre como maldito trasfondo
Las derivadas económicas que ha traído esta guerra no son menores; a las decenas de miles de muertos, buena parte de ellos civiles inocentes, hay que unir los daños que ha producido a la economía mundial el brutal incremento de precios de la energía propiciado por el hecho de que Rusia era uno de los principales proveedores gasísticos del mercado mundial.
Una fuente que ha multiplicado por tres su precio, provocando de paso un ingente beneficio para grandes multinacionales norteamericanas que ante el bloqueo y las sanciones impuestas a Rusia se han convertido en las principales suministradoras.
Muchos analistas sostienen que, tal vez por ello, no es descabellado pensar que a los Estados Unidos también les interesa que esta guerra se prolongue en el tiempo. Y es que, tanto Putin como Biden, necesitan esta guerra; el primero para enfrentarse con éxito a las primarias y después a su reelección presidencial y el segundo porque, a pesar del silencio del pueblo ruso, no atraviesa su mejor momento de popularidad.
Pedro Sánchez, ovacionado en el parlamento ucraniano
La alianza que España ha mantenido durante todo este tiempo con Ucrania y su pueblo está fuera de toda duda y ha sido un ejemplo. la presencia el pasado jueves, 23 de febrero, del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en Kiev, la placa que le ha sido dedicada en la Avenida de los valientes y la ovación que le dispensó el parlamento ucraniano, ante el que intervino en presencia de Volodimir Zelenski, son sólo los últimos botones de muestra de ello. Sánchez, y es de agradecer, se ha mostrado firme durante estos doce meses y a diferencia de otros líderes mundiales no ha mostrado una sola duda, una sola fisura, un solo vaivén, a diferencia de sus socios de la coalición gubernamental.
Como se sabe, el jefe del ejecutivo español gobierna con el partido que más crítico se ha mostrado contra la OTAN y que más dudas ha dejado entrever acerca del apoyo a Ucrania. Una beligerancia que ha sido especialmente activa en el caso de ministros y ministras como Alberto Garzón e Ione Belarra. Yolanda Díaz, que no en vano es la vicepresidenta segunda del gobierno y que de hecho no pertenece formalmente a Podemos, sí que ha sabido mantener una posición institucional y sensata respecto a esta cuestión, condenando en todo momento la invasión rusa y respaldando el apoyo del grupo mayoritario del gabinete al pueblo ucraniano y su condena a la invasión y a la guerra orquestada y delineada por un sátrapa enloquecido.
Una oposición en la que, curiosamente, el ala más izquierdista del ejecutivo ha ido de la mano con los sectores más 'ultras' del extremo ideológico contrario, buena parte de ellos ni siquiera incrustados en Vox, que en esta cuestión y a diferencia de su querido y admirado Viktor Orban han estado en su mayoría del lado de la legalidad internacional sino de grupúsculos ultraderechistas y extraparlamentarios que, curiosamente, fueron los mismos que durante la pandemia se habían instalado en locas y absurdas posiciones negacionistas.
Un final incierto y lejano
Un año después del inicio de esta locura nadie se atreve aún a pronosticar cuánto más durará, cuándo veremos el final de este oscuro túnel. '2023 será el año de nuestra victoria', ha dicho este viernes el presidente Zelenski que ha liderado un acto para rendir homenaje a sus héroes, a los caídos en combate, y también a la heroica resistencia de su pueblo. La misma resistencia que Putin, en uno de los mayores errores de cálculo jamás vistos en la historia, minusvaloró, hasta extremos inimaginables, la bravura de los ucranianos y ucranianas en la resistencia al invasor.
Dos líderes, dos estilos
Es el mismo Putin que a lo largo de estos doce meses no ha dudado en ir eliminando a muchos de sus altos mandos militares, a los que ha culpado de los sucesivos reveses que han sufrido las tropas rusas. Es también el mismo Zelenski que, desde el primer momento, rehusó una oferta hecha por la Casa Blanca para huir de su país y ponerse bajo protección norteamericana para librarle de la condena a muerte que contra él habían dictado, sin juicio ni declaración formal, los jerarcas rusos. Hasta 400 mercenarios llegaron a ser detectados en las primeras semanas del conflicto como infiltrados en territorio ucraniano para ejecutar su asesinato.
Un año después, Zelenski sigue ahí, con su guerrera y sus ropas de combate, liderando la resistencia de su pueblo. Un ex cómico, convertido hace ya tres años en un valiente y arrojado líder político, que no ha olvidado en su discurso hacer un llamamiento a todos sus compatriotas que huyeron al extranjero, en buena parte por la frontera polaca, para que puedan volver algún día a su tierra, a una patria de nuevo libre y en paz.
¡Ojalá, aunque no parece muy probable, al menos por el momento!
En realidad, y a pesar de lo que se está repitiendo con profusión en las últimas horas en muchos medios, este no es el primer aniversario de una guerra, sino el de una agresión; la invasión y la ocupación por parte de Rusia de parte del territorio de una nación libre, independiente y soberana desde 1991. La guerra llegó después y sólo como consecuencia de que Ucrania y su pueblo no se hayan dejado someter por la voluntad expansionista criminal de un tirano.
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