El personal habla mucho ahora del circo de la moción de censura, como si el resto del tiempo el Congreso fuera un monasterio benedictino lleno de monjes con sombra y silencio de ciprés y suave hálito de neumas. El circo, el esperpento y la gallera no tiene que llevarlos nadie allí, que ya se bastan sus señorías tragándose sables, escupiendo llamas y haciendo pingaletas imposibles entre falacias, demagogia, caniches feroces y elefantes con sombrillita. A uno lo que le anima es, precisamente, la posibilidad de ver otra cosa diferente, que puede ser que entre las fieras del Congreso se cuele un señor de otros tiempos, como bajado de un globo aerostático con sus bombachos y sus calcetines de rombos, y ponga a prueba nuestra actual clase política y nuestra oratoria tertulianesca. Lo mismo descubrimos que hasta Ramón Tamames, condecorado de bastón ortopédico y de migas de libros como migas de galleta o migas de paloma, sería mejor presidente que Sánchez. Que un señor meándose encima sería mejor presidente que Sánchez. Que cualquiera sería mejor presidente que Sánchez.
El circo de verdad es el Gobierno, donde andan a tartazos y se pisan unos a otros los zapatones que les suenan a bocina. Sin duda también es un circo Vox, lleno de forzudos con bigote de perchero, cruzados de parador, beatones con escapulario cojonciano y hasta neonazis con cabeza de huevo y golondrino histórico. Lo que les faltaba era el negocio oscuro (ay, esa cuenta de “putas y varios”) y una secta de frikis meapilas conspirando bajo un Niño Jesús gigante, como un Dagón de la tía abuela, para imponernos a Cristo Rey como gobernante, el peplum como arte patriótico y el potaje de bacalao y el método Ogino como moral suprema. A lo que suena El Yunque es a peña flamenca y a escaparate toledano, que a lo mejor ésa es su religión y su ideología, sin más teología ni más política. O sea, el espadón crucífero de recuerdo, el cadenón de rapero del Cid y la panoplia de chimenea con blasón de yelmo y alcornoque, como un escudo de armas de un personaje de La venganza de don Mendo.
Soy de la opinión de que a Sánchez hay que confrontarlo siempre. Pero aún me parece más interesante confrontarlo de manera poco habitual, de manera extravagante incluso, que no sólo sea Cuca Gamarra engatillándose
Un circo es Podemos, donde la paz con Putin, el ‘sólo sí es sí’ y hasta la intensa zozobra, forzada, antinatural, como desde un monociclo, que usa Pablo Iglesias en sus arengas, todo eso a mí me recuerda al angustioso número de los platos chinos. Y un circo fue el PP, con Casado y Ayuso en esa tensión de estrellas del trapecio al borde del asesinato, como en aquella película tan mala de Joan Crawford, creo. O sea, que a mí lo que menos circo me parece es el pobre Tamames, que si acaso haría teatro clásico o daría una lección de clavicordio, algo que no pega en ningún circo, ni siquiera en el de Vox, ese circo como de Manolita Chen.
Con todo lo que está pasando, ya ven, resulta que el circo es Tamames, llevar a Tamames como entre porteadores egipcios a hacer una moción de censura que seguramente Tamames no ve como una moción de Vox, sino de la España cabreada como un jubilado cabreado. La verdad es que eso del circo se usa demasiado en política, es un poco ese recurso de las señoronas al escándalo y al descoque. En las comisiones de investigación, por ejemplo, es lo primero que suele decirse, que la cosa va a ser un circo. Cuando el político suelta esta frase queda un redoble o un latigazo que a él le debe de parecer un redoble o un latigazo de catedrático, pero que es el redoble o el latigazo de circo por el que el político se libra de la comisión como del mordisco del león.
A lo mejor he dado tanto la lata con el circo porque nunca me gustó. A mí el circo me aburre y me da tristeza con sus animales tiñosos, sus payasos tiñosos y sus señoras que se han hecho viejas vestidas de niña en el columpio. Pero la cuestión no es que la moción sea más o menos circense que cualquier sesión de control con Sánchez sacando flores del sombrero y lágrimas de sifón. Ni siquiera se trata de que sea útil, que si la política fuera sólo lo útil nos quedábamos sin política. Bastará con que la experiencia sea pedagógica, y yo creo que lo será. Yo a lo mejor soy morboso y peliculero, y quiero ver ese combate desigual y primigenio del que está hecha toda la épica, desde el rey David a Rocky. O es que estoy ya tan aburrido del circo semanal, del circo de la tele de Sánchez y de los otros, que querría ver una moción de censura incluso si se presentara Emilio Aragón.
Soy de la opinión (ya lo he dicho otras veces) de que a Sánchez hay que confrontarlo siempre. Pero aún me parece más interesante confrontarlo de manera poco habitual, de manera extravagante incluso, que no sólo sea Cuca Gamarra engatillándose, ni Feijóo repitiendo la lista de la compra con sus gafas de coser empañadas de caldo de pollo, ni Abascal con El Yunque en la cabeza como el Coyote del Correcaminos. Algo que me resulta curioso es que se diría que a Tamames lo ven a la vez grotesco y peligroso, no sé si una mezcla entre Charlie Rivel y el macabro profesor de La lección de Ionesco, que a mí esto me parece fantasear mucho con el viejo profesor. Yo lo veo más como alguien que va a examinar de latín y de raíces cuadradas a toda una generación que no sabe de latín ni de raíces cuadradas, y no veo nada de malo ni nada arriesgado en ello.
Personalmente, yo no me creo que en Moncloa estén tan contentos con esto de Tamames, que el bailón Sánchez atropellado por un anciano en motocarro puede ser más humillante que lo de tito Berni. Por otro lado, me pregunto no ya si hay miedo a que se descubra que Tamames, hablando desde una cama con bolsa de agua caliente, como un Valle-Inclán encamado, sería mejor presidente que el presidente. Me pregunto si no hay miedo, sobre todo, a que se descubra que también sería mejor oposición que la oposición. Menudo circo, entonces.
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