Parecía que Pedro Sánchez se había llevado a Piqueras a la heladería de la Moncloa, como un presidente de casita de chocolate. Una luz de menta y frigorífico entreabierto convertía todo el arte abstracto del salón en packs de yogures y presentaba al presidente aún como un regalo o una recompensa. Entre el ‘sólo sí es sí’ y el tito Berni, que es como estar entre la locura y la descomposición, Sánchez aún quería ofrecerse como consuelo en la noche famélica del españolito. La entrevista salvadora del político es como la fiesta salvadora del hidalgo venido a menos, pero en este caso fue un fracaso de audiencia y de alarde. Algo le ha pasado a Sánchez y algo le ha pasado a ese salón que antes estaba entre loft de ligón y terma romana para periodistas comprensivos. Algo, porque ahora la sala parece una vitrina sin mercancía y el presidente parece un anfitrión al que sólo le queda hielo en la nevera y en la mano, como un gran diamante falso. Aquello, más que consuelo o refresco, sólo dejaba a Sánchez y a Piqueras ante un vértigo de hambre y frío, un poco como toda España. Y España, claro, huyó de verse allí, como en su propio entierro.
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