Parecía que Pedro Sánchez se había llevado a Piqueras a la heladería de la Moncloa, como un presidente de casita de chocolate. Una luz de menta y frigorífico entreabierto convertía todo el arte abstracto del salón en packs de yogures y presentaba al presidente aún como un regalo o una recompensa. Entre el ‘sólo sí es sí’ y el tito Berni, que es como estar entre la locura y la descomposición, Sánchez aún quería ofrecerse como consuelo en la noche famélica del españolito. La entrevista salvadora del político es como la fiesta salvadora del hidalgo venido a menos, pero en este caso fue un fracaso de audiencia y de alarde. Algo le ha pasado a Sánchez y algo le ha pasado a ese salón que antes estaba entre loft de ligón y terma romana para periodistas comprensivos. Algo, porque ahora la sala parece una vitrina sin mercancía y el presidente parece un anfitrión al que sólo le queda hielo en la nevera y en la mano, como un gran diamante falso. Aquello, más que consuelo o refresco, sólo dejaba a Sánchez y a Piqueras ante un vértigo de hambre y frío, un poco como toda España. Y España, claro, huyó de verse allí, como en su propio entierro.
No pareció que el españolito se preocupara mucho por lo que podría decir Sánchez, y enseguida cambió de canal o se puso a ver series de zombis, con tramas y héroes más creíbles
Telecinco sustituyó el informativo por esa cita íntima y desesperada, y la cadena se hundió en esa franja como el presidente en su colchón o como España en su economía del cupón de Sánchez igual que el cupón de los ciegos. A mí me pareció una emergencia, una aparición de emergencia, con ese brusco primer plano de Sánchez entre señales horarias y banderas, como si hubiera llegado el apocalipsis que aún le falta a este año y que aún le falta al presidente en su vitrina, que es algo así como la vitrina del Brad Pitt de los apocalipsis. Eso de que en vez de las noticias te aparezca de repente el presidente, todavía con la cámara temblona y un balance de blancos dudoso, debería de darnos susto y hasta ganas de volver a acaparar papel del váter o guitarras, por si acaso. Pero no pareció que el españolito se preocupara mucho por lo que podría decir Sánchez, y enseguida cambió de canal o se puso a ver series de zombis, con tramas y héroes más creíbles. Quizá es que no hay nada ahora que asuste tanto como Sánchez, ni siquiera esos hongos de The last of us que dan zombis con forma de brócoli, el colmo del horror.
Sánchez venía con emergencia, atropellando el telediario como si atropellara al mismo hombre del tiempo, y a la vez con tranquilidad, que es lo que resulta más sospechoso. Se diría, o lo dice él, que sólo tiene por delante a ese Tamames que está entre el mausoleo y la cama articulada, y al tito Berni que es apenas un putero que monta corruptelas con lentejas como el que monta un bingo con lentejas, un tío tan cutre que se eligió ya desde el principio mote de pervertido o de sucio, como el señor Barragán. Sánchez sólo tiene por delante eso y, claro, el Feijóo insolvente y condenado a pactar con la extrema derecha del yunque, el yugo, el morrión, el torrezno y el cilicio. Lo demás es una coalición de gobierno boyante, a pesar del “ruido” que hace Podemos, como un encantador niño con tambor; una economía boyante, a pesar de tener que estar dando bonos con huella y cacito de leche en polvo; y unos derechos boyantes a pesar de los agresores sexuales que están saliendo antes de tiempo para que ellos también puedan palpar la verdadera igualdad.
No pasa nada y, sin embargo, ya ven, ahí estaba Sánchez, robando el prime time a las noticias, como si fuera la Champions, y seduciendo a Piqueras con esa luz como piscinera, entreverde, entrefría y entredesnuda, que sólo saben usar los guapos. Sánchez tiene una emergencia con su tranquilidad, diría uno al ver esa entrevista. Tiene bastante urgencia por dejarnos claro lo tranquilo que está ante el ataque en tacataca de Tamames, el ataque con botafumeiro de la derechona, el ataque con calzoncillo amarillento del tito Berni, el ataque con peluca del feminismo simbólico, y seguramente hasta el ataque con coliflor en la mano del señor de Mercadona, como uno de esos zombis coliflor. El presidente incluso llegó a recuperar el volcán, que no se apaga en su corazoncito como problema, como sí se han apagado los sediciosos y los malversadores. Aunque mi momento favorito de la entrevista es ése en el que Sánchez desdeña las encuestas y dice, mirando a Piqueras con ojos de darle la luna, que nada de eso va a pasar, que ellos tienen otros datos. ¿Serán los datos de Tezanos? Tanta prisa, tanto susto, tanto escenario de seducción (aunque Sánchez ha pasado de los palacios de cristal a la cita con luz verde de batido y jukebox, como esos guapos americanos sin pasta que llevan al ligue a la bolera); tanto corte en la programación y tanta expectativa, en fin, teniendo ya ahí los números de Tezanos como números del Deuteronomio.
Telecinco se comió el informativo por sacarnos a un Sánchez que parecía que no tenía necesidad de nada, que parecía hasta pasota y aburrido (quizá le faltó salir en albornocito, como el tito Berni). No es así, por supuesto, porque la emergencia es real, la emergencia es su propia supervivencia, que Tezanos no tiene ningún milagro debajo de la barba milagrera. Aunque más pasota y más aburrido creo yo que se muestra ya el españolito con Sánchez, con sus jueguecitos de luces y de susurros, ese españolito que prefiere verse repeticiones de Aquí no hay quien viva antes que repeticiones del presidente.
Sánchez sabe todo esto, sin duda, aunque ya no puede evitarlo. Por eso el salón y el discurso, preparados como siempre, como un picadero, ya no funcionaban. Por eso la Moncloa ya no es más un búnker ni una cama de agua ni un kiosco infantil, sino una especie de sórdida discoteca en ruinas. Por eso el guapo no parece ya tan guapo, bajo esa luz como de piscina abandonada y ese frío fluorescente y cadavérico. Era como si Sánchez nos arrastrara, a Piqueras y a todos, a esa última fortaleza de la soledad suya, de Superman desinflado, sin poderes, de presidente heroico sin heroicidad creíble, de presidente de casita de chocolate sin siquiera chocolate, de novio que ya no puede darle la luna ni a Piqueras.
Parecía que Pedro Sánchez se había llevado a Piqueras a la heladería de la Moncloa, como un presidente de casita de chocolate. Una luz de menta y frigorífico entreabierto convertía todo el arte abstracto del salón en packs de yogures y presentaba al presidente aún como un regalo o una recompensa. Entre el ‘sólo sí es sí’ y el tito Berni, que es como estar entre la locura y la descomposición, Sánchez aún quería ofrecerse como consuelo en la noche famélica del españolito. La entrevista salvadora del político es como la fiesta salvadora del hidalgo venido a menos, pero en este caso fue un fracaso de audiencia y de alarde. Algo le ha pasado a Sánchez y algo le ha pasado a ese salón que antes estaba entre loft de ligón y terma romana para periodistas comprensivos. Algo, porque ahora la sala parece una vitrina sin mercancía y el presidente parece un anfitrión al que sólo le queda hielo en la nevera y en la mano, como un gran diamante falso. Aquello, más que consuelo o refresco, sólo dejaba a Sánchez y a Piqueras ante un vértigo de hambre y frío, un poco como toda España. Y España, claro, huyó de verse allí, como en su propio entierro.
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