Los socios de gobierno ya se llaman traidores entre ellos al competir por la mujer como clienta, por el voto femenino como por unas señoras de mercadillo que pueden comprarte la braga feminista a ti o al de enfrente. Ione Belarra, que se sienta en el Gobierno en un sillón de cuota que le puso Pablo Iglesias, el hombre poderoso que ponía o pone ministras como aquellos hombres poderosos de antaño ponían vedetes; Belarra, decía, ha acusado al PSOE de “traición al movimiento feminista”. Ya no es sólo que nadie sepa ahora qué es el feminismo, que hay uno diferente por cada colgante o por cada morfema, sino que ya no sabemos qué es el Gobierno, aparte de una gente que posa bajo los mismos cuadros sacramentales de la Moncloa y luego se contradice, se boicotea y hasta se desprecia. La mujer puede seguir siendo mujer aunque se peleen por su definición, su representatividad o sus dogmas varias sectas de malos pelos y malas caras, pero un país no puede seguir siendo un país con un Gobierno no ya mal avenido sino compuesto de enemigos, francotiradores y saboteadores.
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