Los socios de gobierno ya se llaman traidores entre ellos al competir por la mujer como clienta, por el voto femenino como por unas señoras de mercadillo que pueden comprarte la braga feminista a ti o al de enfrente. Ione Belarra, que se sienta en el Gobierno en un sillón de cuota que le puso Pablo Iglesias, el hombre poderoso que ponía o pone ministras como aquellos hombres poderosos de antaño ponían vedetes; Belarra, decía, ha acusado al PSOE de “traición al movimiento feminista”. Ya no es sólo que nadie sepa ahora qué es el feminismo, que hay uno diferente por cada colgante o por cada morfema, sino que ya no sabemos qué es el Gobierno, aparte de una gente que posa bajo los mismos cuadros sacramentales de la Moncloa y luego se contradice, se boicotea y hasta se desprecia. La mujer puede seguir siendo mujer aunque se peleen por su definición, su representatividad o sus dogmas varias sectas de malos pelos y malas caras, pero un país no puede seguir siendo un país con un Gobierno no ya mal avenido sino compuesto de enemigos, francotiradores y saboteadores.
El feminismo, ahora, no es tanto una ideología sino un público, un nicho de mercado en términos del capitalismo despiadado, que ésa es otra gran ironía
Sánchez y Podemos luchan por el voto de la mujer, por cualquier voto en realidad, pero la cosa es que luchan en el propio Gobierno, que deja de ser un órgano de gobernanza para ser un ring de barro, aunque sea un barro de Tàpies, ese barro como de corcho de Tàpies. Belarra soltaba lo de la traición en un acto con Pablo Iglesias y Echenique, mientras el exlíder, exmesías y expromesa de la nueva política asentía con la cabeza siguiendo el ritmo y esperaba su turno para intervenir, como en una canción de boy band. Parecía una coreografía y lo es. Hasta la previsible respuesta de Margarita Robles era coreográfica, con su feminismo antiguo y acharolado, de cuando el feminismo lo hacían telefonistas y mecanógrafas en verdadero territorio hostil, no en un ministerio puesto por tu ligue. Pero para Podemos, el feminismo del PSOE es un feminismo como franquista, de señorita con bloc o con cofia quizá, o de superviviente y no de empoderada, en todo caso. O sea, que la braga feminista es la de Podemos, y la del PSOE y Margarita Robles quizá es la braga ancha de otros tiempos.
Sánchez y Podemos luchan por el voto de la mujer que, de nuevo, ya ven, es mercancía o clienta como cuando el corsé, que ya es ironía. El feminismo, ahora, no es tanto una ideología sino un público, un nicho de mercado en términos del capitalismo despiadado, que ésa es otra gran ironía. En el capitalismo, si se detecta una necesidad, un mercado, enseguida se intenta satisfacer con un producto. Incluso aunque no haya necesidad real, esa necesidad se puede crear, y ahí está la verdadera magia y el verdadero negocio. En realidad, Rafael del Pino es como un pocero empingorotado, que no deja de manejar mortero y polvo de ladrillo como en la época de las pirámides. Pero Podemos sí maneja magia, o sea ha creado su nuevo producto feminista aprovechando apenas un suspiro de necesidad o de sed, el que se vio en la calle tras el caso de La manada. Son unos maestros de la venta.
Nadie entendía derecho procesal, ni derecho en general, ni nada seguramente, salvo eso de “no es abuso, es violación”. De ahí nacieron su ley simbólica, su feminismo simbólico, su heteropatriarcado violador y volador, como Drácula, y hasta sus lideresas adánicas, o sea que salían de la costilla de ese Adán de Podemos que ya sabemos. Su ley y su feminismo no van de derechos, de penas ni de castigos (les siguen sin importar las víctimas y si los agresores salen antes o después, o si no van a la cárcel, que eso del punitivismo es facha). No van de realidad, en fin, sino sólo de nomenclatura. Vean que aún siguen utilizando el producto original, la marca de la suerte, cuando hablan del “Código Penal de La manada”, como si aquel Código Penal, en vez de entrullar a esos tipos por un montón de años, los hubiera invitado a violar. “Código Penal de La manada” es algo así como un detergente con megaperls, o sea nada salvo su evocación sonora, propagandística, como esos anuncios de perfumes que suenan a alguna Francia de la calle Preciados. Pero lo venden porque no tienen otra cosa que vender y porque no saben vender otra cosa, es como si Rafael del Pino pretendiera ahora ponerse a vender jamones igual que José Manuel Soto.
Podemos aún intenta manejar la magia de la marca feminista, como la magia de la Coca-Cola, que desde luego hay que reconocerles que su feminismo es una marca que crearon casi de la nada, a partir de una pancarta, como esas ideas geniales que nacen en una servilleta. En cuanto a Sánchez, él no tiene más marca que él mismo, la de su traje berenjena tan distintivo como el verde de El gigante verde. El PSOE impulsó, apoyó y santificó la ley del ‘sólo sí es sí’ mientras le proporcionó popularidad y modernez, y ahora que ha devenido en tragedia real e impopular, votará junto al PP y a Vox para corregirla, con la misma tranquilidad y ausencia de memoria o conciencia de siempre. Para compensar, eso sí, nos trae la paridad total, la paridad universal, que ni siquiera es un invento suyo sino uno de esos inventos agendados o agendables de la UE, y que a lo mejor se le queda en la agenda o en la solapa, igual que lo de 2030, que parecen unas olimpiadas de Gallardón, sólo imaginadas.
Hay una lucha por el mercado de la mujer como por el de los bolsitos, porque se ha acabado el mercado de la clase, del currito tiznado, y sólo queda el mercado de las identidades, amplísimo, eso sí. No dejan de inventar identidades, y agravios con ellas, porque de cada una sale una clientela, un producto, una oportunidad, desde la mujer-mujer a la mujer barbuda y desde la racialización a los nacionalismos (los nacionalismos son otro gran producto basado en una necesidad inventada y en un gran y feo enemigo). El feminismo, ahora, no es una ideología, es sólo un despiadado escenario electoral y de supervivencia. Y nuestro Gobierno no es un Gobierno, sino exactamente lo mismo. El escenario gubernamental es tan alto y pomposo, además, que ninguno de los socios enemigos lo romperá. La mujer o la braga son lo de menos.
Los socios de gobierno ya se llaman traidores entre ellos al competir por la mujer como clienta, por el voto femenino como por unas señoras de mercadillo que pueden comprarte la braga feminista a ti o al de enfrente. Ione Belarra, que se sienta en el Gobierno en un sillón de cuota que le puso Pablo Iglesias, el hombre poderoso que ponía o pone ministras como aquellos hombres poderosos de antaño ponían vedetes; Belarra, decía, ha acusado al PSOE de “traición al movimiento feminista”. Ya no es sólo que nadie sepa ahora qué es el feminismo, que hay uno diferente por cada colgante o por cada morfema, sino que ya no sabemos qué es el Gobierno, aparte de una gente que posa bajo los mismos cuadros sacramentales de la Moncloa y luego se contradice, se boicotea y hasta se desprecia. La mujer puede seguir siendo mujer aunque se peleen por su definición, su representatividad o sus dogmas varias sectas de malos pelos y malas caras, pero un país no puede seguir siendo un país con un Gobierno no ya mal avenido sino compuesto de enemigos, francotiradores y saboteadores.
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