Patxi López se está convirtiendo en ese personaje españolísimo que es serio y cómico a la vez, como un alguacilillo de los toros, un macero de ayuntamiento, una dama de orfeón o un ministro de Cultura. Yo creo que Sánchez lo tiene más como distracción que como parapeto, como un señuelo de guerra o de caza, esa cosa de señuelo de pato que tiene a veces el bueno de Patxi López sobrenadando con sus ojos de madera entre la canalla periodística. Si hay algo que nos pueda distraer del tito Berni, ese prócer de la pelusa de calcetín y de la pelusa de talega, quizá es Patxi López tratando de explicar o de olvidar al tito Berni. Nos ha dicho ahora que “no hay caso”, ni para una comisión de investigación ni para un pase de aspiradora, aunque se registran despachos del Congreso y comandancias de la Guardia Civil como si fueran furgonetas de camello. La verdad es que ahora en España no hay otro caso ni cosa que el tito Berni, las peleas con boas de colores en el Gobierno enemigamente feminista, y, claro, el propio Patxi López intentando salir de todo eso como entre cuacuás. Todo gravísimo y cómico.
“No hay caso” a pesar de que se jactaban de poder entrar allí donde estuviera “la rosa”, que parece algo así como su flor de lis, a la vez marca de aristócratas y de convictos
“No hay caso” es lo primero que hay que decir o lo único que hay que decir, ése es el cuacuá de pato de madera o pito de madera que ponen en estos casos todos los partidos para defenderse de la corrupción de uno de los suyos o de muchos de los suyos. “No hay caso” a pesar de que el mismo Congreso era el escenario de seducción, como un pisito de soltero con bola de discoteca y cama de peluche, y el comienzo de esa gira entre chotos, chuminos y burbujas. “No hay caso” a pesar de que la investigación involucra a cargos políticos, funcionarios de la Administración, diputados de varias comunidades y hasta un general de la Guardia Civil con tricornio porno y afición al dinero fácil. “No hay caso” a pesar de que se jactaban de poder entrar allí donde estuviera “la rosa”, que parece algo así como su flor de lis, a la vez marca de aristócratas y de convictos.
Más allá de los tristes polvos de bidé y de la tristeza de sus putas caribeñas, tristes como putas de García Márquez o quizá sólo como putas zaragozanas; más allá de los flatos y de la densa sospecha de ausencia de desodorante que traspasa las fotografías morbosas, desoladas y en realidad intrascendentes, resulta que claro que hay caso. Como siempre, el caso empieza en el caso aislado y en el señor aislado, que en política ya sabemos que nunca están aislados. De lo más curioso del tito Berni, mucho más que sus sobrinas apócrifas, es lo del sobrino heredero, heredero no de un chalé con cañizo sino del cargo de su tío en la Consejería de Agricultura de Canarias. Esto del apellido socialista que hereda cargos, influencias, gorrazos de los paisanos y manzanas regaladas por los comerciantes, como en Little Italy o en la Andalucía de los ERE, esto ya es un clan, y los clanes no funcionan con señores aislados, casos aislados ni negocios aislados.
A Patxi López no le parece sospechoso ni relevante (“a ti qué más te da”, recuerden) que el tito Berni cene lechazo con ardores y con otros diputados socialistas, que esto durante la pandemia, además, parece incluso un consuelo muy humano e inocente, como tocar la guitarra en el balcón. Y es cierto que las comidas con tito Berni no tienen por qué ser obligatoriamente comidas de trabajo con espagueti sangriento. Sin embargo, una vez descartados el señor aislado, el caso aislado y el negocio aislado, parece al menos razonable preocuparse por quién cena no ya con un diputado comilón, sino con un cabeza de clan que, ya sabemos por la literatura y el cine, cuando trincha carne no puede evitar dejar insinuaciones, parábolas, invitaciones o incluso órdenes. Hay que tener en cuenta que nadie monta un clan en el partido, un clan con territorio, herencias y jerarquías, sin conocimiento, permiso o participación del partido. No es ya desconfianza ni mala fe, sino la propia arquitectura de la corrupción la que dicta estas normas y estas sospechas.
Vamos a ver comandancias tomadas por los de asuntos internos, y vamos a ver en el Congreso cintas policiales como de serie americana, como esos avisos resbaladizos y alarmantes en lo recién fregado. Vamos a ver pasar a cargos políticos, a diputados con camisa de cuadros en vez del terno impecable y la rosa en la pechera, a empresarios panolis o listillos, a despistados y gorrones del clan o de su cercanía. Y no sólo los veremos por los titulares sino delante de una jueza que no consiente que le tomen el pelo, al menos al nivel al que lo han intentado hasta ahora, muy parecido al nivel de Patxi López cuando contesta, o no contesta, o se ahoga en su duda angustiosa o en su obviedad empantanada. Vamos a ver todo esto y lo que vaya saliendo, y desde luego parece mucha cosa para no haber caso. Y hasta parece mucha cosa para Patxi López.
A Patxi López le ha tocado contrarrestar toda la decadencia sanchista sólo con su bonhomía tierna y graciosa de Señor Potato. Patxi López, que parece que sólo sale a darle el desayuno o la merienda a la prensa, dice que no hay caso, y es que no puede decir más. De hecho, a veces simplemente se ha callado ante las preguntas, se ha callado con fuerza y con mofletes, que casi parecía que aguantaba la respiración más que la respuesta. Negar la gravedad del asunto está en el manual, pero, claro, no está en la cara de Patxi López, al que se le nota y se le descompone todo, como al Señor Potato cuando la voluntad del niño, caprichosa y ajena a la realidad como la voluntad de la política, le coloca la oreja por nariz. Claro que hay caso, tanto que seguramente es el caso de siempre en la corrupción política. Y con Patxi López y hasta Sánchez en los papeles tragicómicos y cojitrancos de toda la vida.
Patxi López se está convirtiendo en ese personaje españolísimo que es serio y cómico a la vez, como un alguacilillo de los toros, un macero de ayuntamiento, una dama de orfeón o un ministro de Cultura. Yo creo que Sánchez lo tiene más como distracción que como parapeto, como un señuelo de guerra o de caza, esa cosa de señuelo de pato que tiene a veces el bueno de Patxi López sobrenadando con sus ojos de madera entre la canalla periodística. Si hay algo que nos pueda distraer del tito Berni, ese prócer de la pelusa de calcetín y de la pelusa de talega, quizá es Patxi López tratando de explicar o de olvidar al tito Berni. Nos ha dicho ahora que “no hay caso”, ni para una comisión de investigación ni para un pase de aspiradora, aunque se registran despachos del Congreso y comandancias de la Guardia Civil como si fueran furgonetas de camello. La verdad es que ahora en España no hay otro caso ni cosa que el tito Berni, las peleas con boas de colores en el Gobierno enemigamente feminista, y, claro, el propio Patxi López intentando salir de todo eso como entre cuacuás. Todo gravísimo y cómico.
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