Las dos frases más famosas de Gregory House son (sí, “son”. Que los buenos personajes son eternos y, para los malos, se nos hace eterno el tiempo hasta que se olvidan): “nunca es lupus” y “el cáncer es aburrido”.
El problema con el lupus es que activó a los hipocondríacos (ya… lo que les faltaba, pobres) y el problema de la segunda frase es que escandalizaba demasiado fácil, lo que hacía las cosas el doble de aburridas… porque pocas cosas hay más aburridas que escandalizarse y, aún más, si es gratuito.
Pero vivimos en un entorno altamente “escandalizable” y acabamos de pasar una semana especialmente sensible con el tema. Al menos lo era hasta que la Secretaria de Estado de Igualdad y Contra la Violencia de Género, Ángela Rodríguez Pam, decidió publicar un video junto a menores lamentando… bueno, ustedes ya saben.
Que luego se ha explicado, pero lo único más aburrido que una justificación, es una mala justificación.
El 8 de marzo del 2023 ha evidenciado varias cosas: la primera que el feminismo no es patrimonio de la izquierda. La segunda que la izquierda, a fuerza de patrimonializar, ha partido el feminismo. Seguro que en dos, pero puede que en más trozos.
Así que, el mayor interés de este Día Internacional de la Mujer celebrado el miércoles pasado en España, estaba en qué se gritarían desde una manifestación (o desde un feminismo) a la otra.
Debido a ello, los datos de asistencia quedaron relegados a un segundo plano. La Delegación del Gobierno cifró la asistencia 27.000 personas, dividida en las 17.000 de la manifestación más cercana a Podemos y, las otras 10.000, en la más cercana al PSOE.
Según lo visto el 8M, con una manifestación pidiendo la dimisión de la estrella de la otra manifestación, no ganó la mujer ni la igualdad, sino que perdió el feminismo"
No olvidemos que los responsables de facilitar esa cifra pertenecen a un organismo dependiente del propio Gobierno y que éste tenía representantes en la cabecera de una de las manifestaciones, así que… incluso queriendo ser malicioso, la cifra parece de fiar.
Pero los organizadores hablaban de 700.000 personas y esta cifra implicaría, no ya un éxito, sino el mayor éxito de la historia del 8M porque, revisando números, sería más del doble de personas de la convocatoria más numerosa hasta la fecha (2018).
Pero ahí es donde radicaba el otro interés del 8M: no en la celebración, no en la reivindicación, ni siquiera en la asistencia total… si no en saber qué feminismo llevó más gente tras su pancarta.
Esto me lleva a tirar de antecedentes y valorar que la división en facciones de un movimiento no es sólo inevitable, sino que es un clásico. Por ejemplo: En EE.UU. Republicanos y Demócratas fueron una vez un solo partido que tenía como rival a los federalistas (el partido de George Washington). Es más, el Partido Demócrata era el partido más adherido al segregacionismo en el Sur, hasta el punto de que también sufrió una escisión en 1948 llamada Dixiecrat cuyo líder, Storm Thurmond, continuó en el partido “madre” hasta 1964.
Otro ejemplo lo tenemos en Francia, donde Jacobinos y Girondinos tuvieron su origen en una burguesía emergente tras la decadencia de la aristocracia.
Y, Dios me perdone por la referencia, pero de todos es conocido que, en el comunismo ruso de principios del siglo XX, los bolcheviques de Lenin eran mayoría sobre los mencheviques de Martov, pese a que todos salieron del socialismo y de su oposición al Zar.
Así que, según lo visto el 8M, con una manifestación pidiendo la dimisión de la estrella de la otra manifestación, no ganó la mujer ni la igualdad, sino que perdió el feminismo.
La política es una cuestión de banderas y la izquierda suele saber enarbolarlas casi todas: la libertad, la sanidad, la protección social, la democracia o el feminismo. No importa si son derechos fundamentales, o formas de Gobierno, como la democracia, o básicos del estado de bienestar, la izquierda presenta los argumentos en dos vías: la primera forzar la causalidad. Ejemplo: si yo soy demócrata, por exclusión, mi rival no lo es.
La segunda se puede resumir en que “si lo nombro, existe”. Ejemplo: el vídeo de Podemos para el 8M en el que nos querían ilustrar de qué se habla en el mundo real o, mejor, de qué no se habla y… no sé quién me va a creer, pero he visto el vídeo y pocas de esas conversaciones me son desconocidas (y no quiero hablar por el todo, pero… me extrañaría que hubiera grandes sorpresas).
Pero, como dice el humorista Dave Chapelle, “Twitter no es el mundo real” y (probablemente) las manifestaciones, tampoco. Porque entiendo que la gente que defiende la igualdad en España supera las 27.000 personas y porque entiendo que la gran mayoría de ellas no quisieron acudir a una convocatoria con dos intereses predominantes y muy particularizados.
Es más: ante esa pérdida de valor, me da que el Presidente del Gobierno, o bien se ha aburrido, o espera a ver quién es el ganador de la liza o, lo más probable, se está protegiendo. Es lo único que veo que pueda explicar su ausencia de la votación para la toma en consideración de la reforma de la Ley del Sólo Sí es Sí.
Epílogo: si para el próximo 8M se ha producido un cambio de gobierno, apuesto a que no habrá facciones.
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