Llegados a este punto, con los apocalipsis cósmicos enfriándose ya en el cielo como recortes de pizza y la gloria de Sánchez que parece la de Pancho de Verano azul (cómo pasó de moda el guapo de las barquitas, el guapo de la Moncloa, como un guapo de póster pop o un guapo de Telecinco, con taparrabos y collar de pétalos y corales); llegados a este punto, decía, resulta que el presidente sólo ve como salvación un señor en tacataca, con dentadura de madera, plumín ferruginoso y gramática del Tenorio, o sea Ramón Tamames. La presidenta del Congreso, Meritxell Batet, es decir la Moncloa, ya ha elegido fecha para la moción de censura, y la quiere pronto, a ver si olvidamos la cesta de la compra, la subasta del Estado, los feminismos desalmados, contumaces, castrantes y pajilleros, y la corrupción con pezón de tata del tito Berni.
De ganar, Sánchez ganaría a un señor de casi noventa años como si le ganara a su petanca ventajista, como a esos petanquistas falsos que le pone el partido
La moción será los días 21 y 22 de marzo, pasadas las idus, que yo creo que Sánchez, que ve cercano su fin, se está volviendo supersticioso como un romano y no ve mejor opción política ahora que tocarle la chepa a Tamames en un día propicio. Además, Sánchez se estaba quedando sin cosas con las que llenar el calendario, que las leyes de humo y el dinero de humo se van por las espitas del telediario sin que calen en el españolito resabiado. A Sánchez le queda Tamames, en fin, como su némesis sacada de una tienda de alquiler de chaqués. Yo no sé si, cuando llegue el día, la intención de Sánchez será atacar o no atacar a Tamames, dejarlo pasar quizá como cediéndole el paso en la acera, y que España lo aplauda por ello como a un torero de ovejas. Quiero decir que la moción de censura con Tamames será sin duda divertida y pedagógica para el mirón y para el plumilla, pero uno sigue sin entender no ya el entusiasmo de Vox, sino el entusiasmo que cuentan que hay en los sotanillos de la Moncloa, donde están deseando que venga Tamames como si fuera el Olentzero.
Yo no sé qué piensa Sánchez que puede ganar contra un venerable señor que viene con libros como caparazones de tortuga y un sombrero de fieltro duro como una cazoleta de pipa, para dar su lección no ya complutense sino románica. De ganar, Sánchez ganaría a un señor de casi noventa años como si le ganara a su petanca ventajista, como a esos petanquistas falsos que le pone el partido, con manquera de mano floja en el bolsillo de la rebeca. Y, de perder, de recibir un ridículo revolcón con el mango del bastón de Tamames, como un revolcón de la oveja toreada, Sánchez parecería un caco machacado por la Superabuela. Ni siquiera en el búnker de la Moncloa, donde sólo quedan los adictos o los abducidos, los poseídos por el moho sanchista como por el hongo de la serie famosa, creo yo que vean en esto ninguna ventaja, salvación ni gloria. A lo mejor lo de Sánchez sólo es desesperación, tanta que hasta Tamames zigzagueando le parece una hawaiana con collar de guirnaldas, olas de manos y canoa de senos.
Sánchez no tiene un plan maestro con Tamames, no tiene una estocada secreta ni tiene el antídoto contra la derechona ni contra la realidad. Lo que le pasa a Sánchez es que no tiene nada, y cuando uno no tiene nada, cualquier cosa sirve, hasta Tamames con verbo de latín o de papilla. Sin duda, Sánchez ve como una salvación, o siquiera como un descanso, cualquier cosa que haga que estén unos cuantos días fijándose en unas hechuras bamboleantes que no sean las suyas, en un cascarrabias que no sea Irene Montero sin pilas para el satisfyer, y en un patriarcado del polvo que no sea el del tito Berni. Aunque, sin duda, lo principal es que Sánchez no intenta vencer a Tamames, ni torearlo, ni negarle amablemente el tabaco de abuelo, negro, hebroso, tentador y peligroso como medias de señorita antigua. Sánchez sólo intenta seguir explotando el filón de Vox, como desde el principio, y no por Vox sino por el PP, evidentemente. Como siempre, la salvación de Sánchez está en Vox, y todo lo que traiga Vox, sean mociones de censura con Abascal entrando a caballo en el Congreso como en una catedral, o mociones de censura con Tamames sorbiendo el inteligente discurso como una sopa de letras, todo le suena a cornetín de caballería o a campanita de ángeles.
Lo peor que le espera a Sánchez no es Tamames hablando en la tribuna del Congreso como a través de una trompeta de gramófono, sino darse cuenta de que a Vox también se le va pasando su época, como se pasó la de Arévalo. Vox es tan parte del sanchismo que va a acabar justo a la vez que el sanchismo, compartiendo estertores y fin en una vorágine de extremismos neutralizados, un espectáculo casi químico y espumante, de reacción ácido-base. También Feijóo se da cuenta y busca apoyos fuera de un Vox que ya es tóxico, como ese sanchismo que parece que sólo sobrevive en los albañales, con mascarilla de trinchera.
Igual que nos hemos dado cuenta de que Sánchez no era la nueva socialdemocracia ni el nuevo Kennedy con amaneramiento españolísimo de Rapahel, el votante más conservador se ha ido dando cuenta de que Vox no era la derecha corajuda ni el liberalismo desacomplejado. Vox, dominado por dos corrientes aciagas, una falangista y otra fundamentalista, con elementos y personajillos aficionados al cilicio o al bigotillo de mosca y comportamientos y
estructura sectarios, ya engaña tan poco como engaña Sánchez. A Sánchez no es que sólo le quede Tamames, sino que sólo le queda Vox. Cada cosa que Vox haga, que le presente, hasta este abuelo que es como un abuelo con pájaros de libros llenando la casa, lo va a celebrar. Sánchez lo que intenta es mantener con vida a Vox. Como adivinándolo, Abascal le manda un anciano alegórico, más para una resurrección que para una moción de censura.
Llegados a este punto, con los apocalipsis cósmicos enfriándose ya en el cielo como recortes de pizza y la gloria de Sánchez que parece la de Pancho de Verano azul (cómo pasó de moda el guapo de las barquitas, el guapo de la Moncloa, como un guapo de póster pop o un guapo de Telecinco, con taparrabos y collar de pétalos y corales); llegados a este punto, decía, resulta que el presidente sólo ve como salvación un señor en tacataca, con dentadura de madera, plumín ferruginoso y gramática del Tenorio, o sea Ramón Tamames. La presidenta del Congreso, Meritxell Batet, es decir la Moncloa, ya ha elegido fecha para la moción de censura, y la quiere pronto, a ver si olvidamos la cesta de la compra, la subasta del Estado, los feminismos desalmados, contumaces, castrantes y pajilleros, y la corrupción con pezón de tata del tito Berni.
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