A Pedro Sánchez le falta un óscar, que los Goya a mí me parece que son para él como un premio de gala fallera o una medalla de mesonero mayor, una cosa provinciana y calderera. Sánchez hace giras de Bond por Europa, mirando ciudades como fuentes de champán y escalinatas como escotes, y hace giras de Antonio Banderas por Estados Unidos, paseándose por Nueva York con capa de El Zorro como si fuera un hombre anuncio de oferta de nachos. O sea, que Sánchez ya es un actor muy internacional y no se merece que le den un premio junto a la vaca Margarita de Alcarràs, ni por hacer de paleto en una reyerta de lindes, que todo este año en nuestro cine nos ha salido de la acequia. La cosa es que yo veía los Óscar y me imaginaba a Sánchez allí, con su traje berenjena como de Jared Leto, recibiendo esa estatuilla carismática, brillante, pulida y siempre algo resbaladiza, como un vibrador de Pam. Tanto óscar para Todo a la vez en todas partes me hacía fantasear con que le dieran a Sánchez algo por su esforzado y original “todo a la vez en ninguna parte”.

Era inevitable que Sánchez se me apareciera durante la gala, de tanto ver recompensada toda esa explosión de imaginación, esfuerzo estético, simultaneidad, absurdo, contradicción, gamberrismo, violencia, venganza y pop art

El personal anda muy dividido con la película de Dan Kwan y Daniel Scheinert, los Daniels que les dicen, un poco como nuestros Javis de aquí. Aunque yo no creo que esta división sea por una cuestión generacional sino más bien por una cuestión de pereza y de dandismo (el dandi es perezoso en el fondo, por eso va siempre igual, como un húsar de su clasicismo, por no buscar en otro cajón). La pereza y el dandismo es lo que te hace pensar que una película sobre un niño con tomavistas, o sobre brutos de pueblo que sólo tiene a brutos del pueblo poniendo sus caras de brutos; que eso, en fin, es cine, pero una película sobre el multiverso es un tebeo. La pereza y el dandismo, dandismo de casino de pueblo con bruto de pueblo, es lo que hace que simplemente la palabra multiverso ya te maree. Es decir, que, por ejemplo, Carlos Boyero se pierde en el multiverso como en el metro y ya no le gusta la película, ni el metro, y lo que quiere es ir otra vez en diligencia de John Ford o en pololos de Escarlata O’Hara.

Eso de que el cine se parece a nuestros sueños yo lo tengo grabado en la suave voz de Mark Cousins pero no sé si la frase es o podría ser o debería ser de Méliès, Buñuel, Lynch, Fellini, Cocteau, Bergman, Tarkovsky, Kubrick o muchos otros. No es que el bruto de la acequia no pueda ser cine, que lo puede ser como lo es sin duda la tetera hirviendo de Ozu, pero Todo a la vez en todas partes, con su multiverso y su kungfú, tiene más de toda esta ilustre caterva que de modita de TikTok. Lo que pasa es que hay que ir al cine dispuesto a ver cine, no la nana de carricoche o de tren de carbonilla de tu infancia cinematográfica (esto le ha pasado incluso a Spielberg, que ha filmado una nana con madre duermevelada). A mí, quizá porque no veo cine a través de una pipa, porque soy un esteticista o porque soy de ciencias y no me pierdo en el multiverso o en Matrix como el que se pierde en el supermercado o en la platea, como Boyero; por todo eso o, simplemente, por cómo me dejó con la boca abierta, la película me pareció una maravilla y una locura, un alarde de originalidad, imaginación y estética pura. Aún más, es profunda (sólo la escena de la piedra yo diría que supera toda la mercromina visual y existencial de 2001 de Kubrick) y hasta tierna.

Era inevitable que Sánchez se me apareciera durante la gala, de tanto ver recompensada toda esa explosión de imaginación, esfuerzo estético, simultaneidad, absurdo, contradicción, gamberrismo, violencia, venganza y pop art. ¿Acaso no es el sanchismo eso mismo? Yo ya veía a nuestro presidente allí, recogiendo su premio con su tercer ojo de plástico y sus manos de salchichas, que los que hayan visto la película me entenderán. Lo que quiero decir es que Sánchez no es un político, es un artista. Y no es sólo un actor que pone cara de dominó en el asesinato o de asesinato en el dominó, por muy bien que el actor ponga esa cara, que a lo mejor sólo es la misma cara, su cara, haya ganado una convidada o haya renunciado a la moral (y lo digo no por el gran Luis Zahera sino por nuestro presidente). No, Sánchez es un verdadero creador de universos o multiversos, a la vez verdaderos y falsos, posibles e inalcanzables, simultáneos y perdidos, contradictorios y congruentes. Es un creador y un destructor de universos, que si hace falta los hace desaparecer en la vorágine de su colchón como en la rosquilla cósmica de la película. Un óscar es poco, que yo le daba por lo menos siete u ocho. Más ese premio singular de dividir a los españoles, de provocar ira a unos y cansancio a otros, o las dos cosas a Boyero.

Sánchez no es la nueva estética del cine, de las redes ni de la política, que el sueño como motor creador ya estaba ahí desde que el hombre de las cavernas lo confundía con la realidad y modelaba con eso sus primeras ambiciones de sangre, sus primeros espíritus de humo y sus primeros dioses de palo. Pero Sánchez es un artista, no un demiurgo, por eso sus universos infinitos, cambiantes y escogidos, sus universos en zapping como en la película, no suelen tocar la realidad del españolito, salvo para fastidiarlo (afirmar que el sueño es realidad suele ser más dañino que equivocarse manejando la realidad). Sánchez, artista purísimo, artista de la mente, no se queda en la tela o en el plástico, ni siquiera se queda en la luz, esa luz japonesa, de agujero en una casa de papel, que sigue teniendo el cine, incluso el americano. Sánchez sólo se queda en la fantasía, que en política es lo mismo que la nada. Es todo a la vez, pero en ninguna parte.

A Pedro Sánchez le falta un óscar, que los Goya a mí me parece que son para él como un premio de gala fallera o una medalla de mesonero mayor, una cosa provinciana y calderera. Sánchez hace giras de Bond por Europa, mirando ciudades como fuentes de champán y escalinatas como escotes, y hace giras de Antonio Banderas por Estados Unidos, paseándose por Nueva York con capa de El Zorro como si fuera un hombre anuncio de oferta de nachos. O sea, que Sánchez ya es un actor muy internacional y no se merece que le den un premio junto a la vaca Margarita de Alcarràs, ni por hacer de paleto en una reyerta de lindes, que todo este año en nuestro cine nos ha salido de la acequia. La cosa es que yo veía los Óscar y me imaginaba a Sánchez allí, con su traje berenjena como de Jared Leto, recibiendo esa estatuilla carismática, brillante, pulida y siempre algo resbaladiza, como un vibrador de Pam. Tanto óscar para Todo a la vez en todas partes me hacía fantasear con que le dieran a Sánchez algo por su esforzado y original “todo a la vez en ninguna parte”.

Contenido Exclusivo para suscriptores

Para poder acceder a este y otros contenidos debes ser suscriptor.

¿Ya estás suscrito? Identifícate aquí