Yolanda Díaz ha anunciado otra vez que hará un anuncio, el anuncio de su candidatura o sólo el anuncio de la primavera, que es lo que parece que lleva esperando anunciar todo el tiempo con su aire infantil y floral de ministra en bicicleta o de Heidi descalza por las montañas. Llega la candidatura de Yolanda Díaz, o llega la primavera, que estábamos seguros de que iban a llegar las dos cosas justo cuando tocara, sin misterio, sin sorpresa, con cursilería petrarquista, helado de tutifruti, pájaros en la cabeza como esos sombreritos con pájaros y la tonta dulzura que hay en la repetición y la desmemoria. En primavera se diría que volvemos a descubrir hasta las piernas, de las que no nos acordábamos y que nos sorprenden ahora moviéndose como molinillos soplados por los niños, los cachorros y la hierba, y yo creo que, de igual manera, Díaz ha vuelto a descubrir la izquierda. En el anuncio de su anuncio, Díaz ha calcado, tópico tras tópico, como el poeta que vuelve ahora al tallo y a la rosa, un discurso de Pablo Iglesias en 2019. Pero es que seguramente no se puede decir mucho más de la izquierda ni de la primavera.

Llega Yolanda Díaz o llega la primavera, volvemos a descubrir moras en los labios y el sol en las pecas y volvemos a descubrir a la izquierda en su pluralidad de sarpullido natural y festivo, como un sarpullido de pícnic, de fiesta del PCE en aquella Casa de Campo de fieras melenudas y gacelas descalzadas. El vídeo que anda por las redes tienen que verlo ustedes porque es como contemplar la primavera eterna de los centros comerciales o de aquella miel de abejas con hermosa colmena en los violines de Vivaldi. Verán alternativamente a la Yolanda Díaz presente, de verde y blanco bético o pradial, y al Pablo Iglesias pasado, con capucha parda y fondo nocturno, como de Motín de Esquilache, diciendo exactamente lo mismo: que no es fácil “juntar lo distinto” ni ponerse de acuerdo con “tradiciones políticas diferentes”, pero que “si aspiramos a cambiar este país tenemos que caminar juntos”, ya que se coincide “en el 90% del programa”. Queda claro que esta izquierda no ha cambiado, ni tiene por qué cambiar, como no han cambiado las abejas ni Vivaldi ni los asaltos con vaporizador y dependiente pelota en El Corte Inglés.

Yolanda Díaz ha estado todo este tiempo deshojando trabajosamente su margarita, grande, pesada y lenta como un molino de viento; escuchando a la gente como se escuchan los murmullos del bosque, una cosa entre wagneriana y perezosa, y peinándose la larga melena de una infancia de champús dorados, esos champús también con miel barroca, de color, densidad y circunvolución de voluta de violín. Y todo, en fin, para esto, para repetirnos lo mismo que decía Iglesias pero más flojito y dulce, sin despertar a los pajarillos. La literalidad es casi bíblica, como esa gente que repite los versículos atronadores, vengativos o alimenticios de los profetas. La única diferencia parece el tono, que Díaz viene con flores en el pelo y regazo ubérrimo, como una amada de El cantar de los cantares, mientras Iglesias hablaba y habla como un zelote. El tono o el color, ese verdiblanco de merienda en el prado que trae Yolanda contra el verde parduzco, verde caqui, de guerra de cazar patos, de mochila con bocata y gasolina, que usaba y sigue usando Pablo Iglesias. No ve uno más distingos, novedad ni esperanza.

Yolanda Díaz ha anunciado otra vez que hará un anuncio, el anuncio de su candidatura o sólo el anuncio de la primavera, que es lo que parece que lleva esperando anunciar todo el tiempo con su aire infantil y floral

Yolanda Díaz, o el grupo que se ha formado a su alrededor para verla prenderse broches de libélula en la clavícula mientras decide lo que ya se sabía que iba a decidir y pasa lo que ya se sabía que iba a pasar; Díaz o su gente, decía, ni siquiera se acordaban de que Iglesias ya había dicho lo mismo, como sin duda también ha dicho y hecho cualquier otra cosa que pretenda decir o hacer Díaz. O sí se acordaban pero no consideran que repetirse sea plagio ni estafa, sino sólo tradición. O sea que Yolanda Díaz ha estado todo este tiempo plantando cogollos de Podemos entre sus azucenas y cerezos, y es lo que nos va a intentar vender otra vez como novedad y como frescura, otro Podemos, un poco como volver a vendernos la novedad y la frescura del Frigodedo (aunque, la verdad, el Frigodedo ahora, con esta izquierda, suena diferente, suena a regalo para Pam). Los de Podemos, claro, lo que quieren es estar en el nuevo Podemos, que para eso lo inventaron antes, y en la nueva cosecha. Pero lo nuevo no puede ser nuevo si no hay al menos apariencia de tirar lo viejo, y es lo que va a hacer Yolanda aunque de momento no encuentre otras palabras ni otra inspiración que lo viejo. Seguramente no tiene otra cosa, como no tiene otra opción para la primavera.

Llega Yolanda Díaz, llega la primavera, llega la izquierda, que son las de siempre. Llegan con sofoco, confusión, gentío, pachorra y guerra hormonal de tribus en sandalia o en bicicleta de alambre. Llegan como siempre, con olvido del frío y de la historia, a contarnos lo mismo con otro ramo fresco y otro pastor o pastora brotados entre las mieses o las rocas. En la primavera volvemos a descubrir los muslos bajo las sábanas, los pies bajo la nieve, los ojos bajo la tristeza, y yo creo que volvemos a descubrir hasta los sentidos, que hemos llevado enguantados tanto tiempo que nos vuelven a sorprender, como el color de las muchachas sin el abrigo. Yolanda, de igual manera, vuelve a descubrir la izquierda, o eso nos quiere hacer creer.

Llega otra vez Yolanda, llega otra vez la izquierda primaveral, cíclica, invariable, refrescante y pronto decepcionante, esa primavera de astenia, calorina, promesa, urticaria y desengaño. Las muchachas, en realidad, enseguida se las llevan las bicicletas ante nuestros ojos y eso es peor que no verlas o verlas enmantadas. La primavera, como esta izquierda, sólo es una estafa y dura lo que la flor en el amor, la verdad en la política o el deseo en la ventana.

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