El fracaso de la moción de censura ha sido absoluto, es lo que dicen ahora cerrando el ataúd con delicada definitividad, como un piano que contiene un muerto, ese muerto que el personal ha visto todo el tiempo en Tamames (la gente se negaba a verlo vivo, y hay más crónicas sobre su putrefacción durante estas pocas horas que sobre lo que dijo, incluyendo seguramente la mía). El fracaso ha sido absoluto, que Pedro Sánchez ha salido muy contento y hasta musical, patinando sobre sus pasos, y Yolanda Díaz ha salido lideresa sin partido e izquierda sin mácula (la primavera la ha purificado de sarro, gasolina y fanatismo, que es lo que tienen los manantiales mágicos del tiempo). Pero qué quieren que les diga, a mí me parece que la gente se acuerda de lo del “tocho” y lo del “mitin” y nadie recuerda ya nada de las tres horas que se pasó Sánchez bailando con los pajarillos del bosque. Ni de lo que dijo Yolanda en un discurso que era como de candidata a delegada de clase, entre la furia y el infantilismo. Bueno, de lo que se acuerda el personal, a lo mejor, es de que fueron un tocho y un mitin.
Tras la moción seguramente nadie tiene lo que esperaba, nadie ha salido ganando demasiado salvo, quizá, el ciudadano, que tiene otra información, otra perspectiva, otro lenguaje y hasta otra estética antiheroica en ese Tamames que allí, como con la servilleta al cuello, el transistor en el bolsillo, un libro de mosqueteros y quizá la ventaja que le daba la gerontofobia, aún podía dejar en evidencia nuestra política de maniquíes, politólogos, asesores y estribillos. Sánchez no tiene más gloria tras demostrarse que sólo podía vencer al anciano agotándolo y repitiéndose circularmente como una fuente de chorritos luminosos. Ni Yolanda Díaz tiene tampoco más gloria tras demostrar, de nuevo, que su discurso de izquierdas es que ella es la izquierda, después de toda la izquierda anterior que, por lo visto, no lo era o no lo era del todo bien, y me refiero de Lenin a Pablo Iglesias. Y ni siquiera en esto resultaba convincente, que más bien parecía una lugarteniente de Sánchez, con lo que no sé si su pretendido votante la ve en la ruló de su izquierda o más bien en el PSOE, con gran rosa de fieltro en el pecho o en el sombrero pasado de moda, como una invitada al Titanic de la Moncloa.
El españolito se ha reído y ha asentido con complicidad y con malicia, al ver que allí, desde un escaño como aquel palco de los Teleñecos, entre la inocencia, la mala leche, el magisterio y la bolsa de agua caliente, un señor descolocado e intruso descubría la trampa
Sánchez y Yolanda se sentían ganadores y lucidos porque habían hablado más que nadie, porque nos habían metido cuatro o cinco horas de propaganda, detergente, documentales de patos y éxitos de cantautor; y sobre todo porque se lo decían sus asesores, que han convertido la política en mercadotecnia y su tiempo en tiempo de televisión, ese tiempo como de Super Bowl. Pero yo diría que, en estos dos días, seguramente por primera vez en muchos años, el españolito se ha reído y ha asentido con complicidad y con malicia, al ver que allí, desde un escaño como aquel palco de los Teleñecos, entre la inocencia, la mala leche, el magisterio y la bolsa de agua caliente, un señor descolocado e intruso descubría la trampa. O sea: el tocho, el mitin, la repetición, la agresividad, la mentira, la “ucronía”, la búsqueda de la “separación y la división”, todo aquello “en la patria de la soberanía nacional”, bajo la mirada ya vaciada o huida de las alegorías y las estatuas, empezando por Isabel la Católica, la primera feminista según Tamames.
Tamames, no por ser leído ni viejo, sino quizá por no tener nada que demostrar, nada que ganar ni nada que perder; Tamames, entibiado si acaso por cierta vanidad intelectual (hay otras mucho peores, que estamos hartos de melones con vanidad de clase, marmolillos con vanidad de tipito y malnacidos con vanidad de patria); Tamames, en fin, ha sido un elemento disruptivo, chocante, diferencial, capaz de hacernos cambiar de perspectiva, de contextualizar lo que parecía inamovible y absoluto, o sea nuestra política coreográfica, retórica y despiadada. A Tamames lo imitaban en lo de Wyoming o en lo de Pablo Motos, que hasta le ponían al imitador caspa de atrezo en la solapa, como una nieve acorchada de musical. Tenía ya algo de personaje achiquitado (de Chiquito de la Calzada) que puede que haya conquistado un poco al país, siquiera por ser el niño viejo que ha señalado lo evidente, que sus señorías van en pelota picada intelectual y democrática bajo el trajecito berenjena, el morado feminista o menstrual, o las angelicales blusas con lazo. Esto a lo mejor lo decían ya algunos por los periódicos o en ateneíllos oscuros con poetastro encarnado allí como un uñero, pero no es lo mismo oírlo en el Congreso, ante los leones cinematográficos de Ponzano, los tiros troyanos de Tejero y las maracas bananeras de Sánchez.
Pero no hagan caso, que esto ha sido un absoluto fracaso, que Sánchez y Yolanda han ganado, que por lo visto se gana en minutaje, como una competición de apnea, y se han visto fortalecidos por cuatro o cinco horas de ser los mismos de siempre con fondo de batallas pictóricas y gachas igual de pictóricas. Lo que sí es verdad es que Vox no ha ganado nada, no sólo porque Abascal sólo parecía el chófer de Tamames, un poco como aquella choferesa de Cela, ni porque Tamames no tiene nada que ver con Vox, sino porque a Vox, como a Sánchez, ya le han descubierto todo y no le influye el minutaje. Por su parte, el PP se queda donde estaba, donde quiere estar, un poco en la seguridad, un poco en la ambigüedad y un poco en el ya veremos. Cuca Gamarra tampoco podía decir más de lo que dijo; si acaso, lo puede decir mejor, pero no veo yo a Génova ahora con un banquillo de Castelares, ni siquiera de Cayetanas. Tampoco importa demasiado, que el fracaso es absoluto: Sánchez le ha ganado un pulso a un viejo y Yolanda ha descubierto la izquierda de toda la vida ahí bajo una seta. Y a pesar de todo, ya ven, sólo se habla de Tamames.
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