De las cenizas de la moción de Tamames, cenizas de pipa, de tocón, de tomo del Quijote, de huerto o de hueso, se ha levantado Feijóo sacudiéndose el pelo ceniciento y el esperpento, que es la palabra que más se sacude en España estos días, como la manta zamorana de nuestra política tópica. Feijóo no se ha equivocado, el PP no podía votar otra cosa que la abstención para no dar la razón a uno de sus adversarios (era preferible dejarlos a los dos a medias), ni tampoco podía estar en el Congreso de paloma en el gallinero, que es una forma de recalcar que no está allí o que aún no está en ningún sitio. La única manera de estar hubiera sido con su propia moción de censura, a lo Felipe González contra Suárez, pero ya se le ha hecho tarde mientras fichaba a Toni Nadal para su nueva fundación o para motivarlo a él, como si Feijóo fuera aquel Rocky con ojos tristes. Feijóo marca distancias, no ya con Vox sino con todo, aunque es Ayuso la que va rompiendo con la derechaza de cripta, crucifijo y sello colombino.
Feijóo parece que no quiere ni respirar hasta las generales, y por eso se va conformando con la palabra de moda (ahora todo es “esperpento” igual que cuando todo era “tsunami”), y con esperar al país o al destino cosiendo en el cierro de su casa, como una novia de pueblo. Feijóo ha dicho que él “a la política infantil y populista no se apunta”, aunque lo menos infantil y populista de estos días ha sido Tamames, que lo mismo traía a Asimov que traía agronomía. Yo creo que lo que quiere decir Feijóo es que él no se va a apuntar a nada en lo que le puedan partir las gafas, que decía Umbral. Las encuestas y los augures ven el cambio de ciclo, la despedida del sanchismo antipolítico y vacilón y de la ultraizquierda pijotera, puritana y revientacristales, y esto seguramente ya le parece bastante sin haber hecho Feijóo nada espectacular, o sin haber hecho nada simplemente. Así empezó Rajoy hasta que un día se encontró con que en su escaño azul había un bolsito de Mary Poppins y en la Moncloa un Superman de látex.
Feijóo tiene que ir pensando y explicando qué quiere hacer con el partido y con el país, aparte de mejorarles el drive con Toni Nadal y sacar la palabra “esperpento” como la señora que saca la palabra “descoco”
Feijóo está lejos del Congreso, lejos de Vox y lejos de los cristales, tan lejos que ha estado en Suecia y en Bruselas, con ese oportunísimo y ajetreadísimo desinterés que quizá sólo manifiestan los huidos. Yo creo que Feijóo piensa que lo de Vox también se maneja mejor de lejos, desde aeropuertos lúgubres y ozonizados como quirófanos y desde ciudades que remiten a geopolítica de bola nevada o de bombón de embajada. Mientras que Sánchez nos tiene muy disciplinados con eso de que la ultraizquierda es progreso, derechos y zapatitos de cristal, que hasta se marcó en la moción un pas de deux con Yolanda Díaz, Vox sigue siendo un dilema en el PP. Pero la solución no está en taparse la cara de vergüenza o resignación cuando el partido de Abascal viene un día vestido de Santiago Matamoros o de Pitita Ridruejo y te la lía. La solución es perfilar al PP fuera de Vox, sin Vox, que a lo mejor hasta entonces el personal no lo va a concebir así. Pero Feijóo no quiere perfilar nada, no quiere hacer nada por si al moverse, como decía Guerra, no sale en la foto. Y ahí sí que se equivoca.
Feijóo, detrás de eso del esperpento como detrás de un abanico de señora de palquito, critica a Vox pero no rompe con Vox, en el sentido de dejar clara la frontera. Por ejemplo, el farfantón del vicepresidente de Castilla y León, Juan-García Gallardo, tendría que haber sido cesado hace mucho, pedirle las dos pistolas y mandarlo a la esquina del tonto de saloon o güisquería que yo creo que le pertenece por oposición. Es cierto que Ayuso rompe ahora con Vox, clara aunque suavemente, pero Vox no pinta nada en Madrid. Era una ruptura programada, que es muy distinto a una ruptura programática o traumática. Y con Vox, Feijóo tiene que romper traumáticamente.
Abascal, que de la moción de censura se ha llevado sólo un autógrafo de Tamames entre filatélico y numismático, como una rúbrica de gobernador del Banco de España en un billete de veinte duros, acaba de decir que “si el PP quiere gobernar van a tener que pactar”. La moción de Tamames, que digo de Tamames porque no tenía de Vox más que el carricoche prestado, como se presta una calesita para una boda; la moción, decía, les ha envalentonado, aunque uno cree que sin motivo. El error es que, aun en su evidente decadencia, Abascal o más bien El Yunque todavía piensan que se puede pactar cualquier cosa, y lo piensan porque Feijóo aún no ha roto traumáticamente, es decir, no ha dejado claro que no caben frikadas, fantasmadas, falangistadas, autos de fe ni cristales rotos. No ha dejado claro que, si no hay pacto, pues a elecciones de nuevo, a ver si el personal vuelve al Gobierno de progreso por mantenerle a Abascal la barba encerada y el pecho de lata.
Feijóo no necesitaba irse a Suecia ni a Bruselas, que ya normalmente resulta difícil saber dónde está y eso es aún más extremo que estar lejos o que estar callado. Es difícil saber dónde está a pesar de que Feijóo no tiene más opciones tácticas, prácticas ni morales que la centralidad. Pero la centralidad no es la ambigüedad, ni el tembleque, ni el bienquedismo. Ni siquiera son los números, que sólo son otra manera de escapar de la obligación de tomar una decisión. De momento, sólo ha sido capaz de hablar de “gente de bien” o, ahora, de “país normal”, entre el clasismo del soponcio y el provincianismo de ventanuco. Pero eso no es un proyecto de país ni de partido, sólo parece un proyecto para la próxima paella dominguera.
Feijóo no quiere moverse mucho, no vaya a ser que le espanten las encuestas como se espantan los conejos, o que le rompan las gafas, que son gafas de lejos, siempre de lejos. Pero tiene que ir pensando y explicando qué quiere hacer con el partido y con el país, aparte de mejorarles el drive con Toni Nadal y sacar la palabra “esperpento” como la señora que saca la palabra “descoco”. Si espera mucho más sin que el partido haga nada ni piense nada, lo mismo ya no será capaz de volver a echarlo a andar. Y así se puede quedar hasta que su escaño lo ocupen un bolsito con abanico o un consolador de Pam.
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