Estamos acabando una de esas semanas en la cuales la actualidad, especialmente la política, deja un sabor amargo. El sabor de darse cuenta de la frivolidad y falta de formas y educación que domina algunas de las instituciones clave de este país. Justamente los que nos gobiernan y gastan el dinero de nuestros impuestos dan demostración clara de falta de compromiso y responsabilidad. Una semana dominada por una moción de censura vergonzosa y esperpéntica, además de inútil y anecdóticamente acabada con la peineta de Mañueco en el parlamento de Castilla y León. Frente a tanto show indecente he decidido escribir sobre algo que nos ayude a todos a sacar lo mejor de nosotros mismos y de los líderes que realmente merecen la pena,...¡también los hay! y aprender a ‘pasar olímpicamente’ de que nos influyan los comportamentos indecentes, venga de quien venga: las profecías autocumplidas y el ‘efecto Pigmalión’.
A menudo, ya en mis conferencias, ya en mis sesiones de coaching, me refiero a este efecto. Y a los milagros que obra en las personas: en grandes empresarios, en líderes políticos, en ciudadanos corrientes e incluso en cualquier clase de equipos. NO, no es una utopía, el 'efecto Pigmalión' existe... ¡y funciona!
El mito Pigmalión ha inspirado a infinidad de artistas, literatos y cineastas a lo largo de la historia
Comenzó a utilizarse con tal nombre tras unos experimentos puestos en marcha por el psicólogo social Robert Rosenthal en los años sesenta. Hacía referencia al fenómeno mediante el cual las expectativas, acciones y creencias de una persona pueden influir en el rendimiento de otras. Rosenthal lo denominó así en honor a esa parte de la mitología griega que habla de un escultor, Pigmalión, que se enamoró perdidamente de una de sus creaciones: Galatea. Hasta el punto en el que comenzó a tratarla como si fuera real... la mujer que siempre había soñado. Conmovida por la adoración que sentía por su criatura, la diosa Afrodita hizo que la escultura cobrara vida propia, permitiendo un amor que parecía imposible.
Este precioso mito, que bien hubiera podido ser realidad, ha inspirado a infinidad de artistas, literatos y cineastas a lo largo de la historia. Cómo olvidar aquella maravillosa película dirigida en 1964 por George Cukor e interpretada por Rex Harrison y Audrey Hepburn, My Fair Lady, adaptación de un musical basado en la obra de George Bernard Shaw. Elisa, en la que una humilde florista de los bajos fondos londinenses es recogida por un profesor de fonética llamado Higgins. 'Fascinado' por el acento cockney de la chica, proveniente de los peores suburbios, apuesta con un militar amigo suyo a que será capaz de enseñarle a hablar y a comportarse como una 'señorita bien’. El tradicional clasismo, por lo demás, de la alta sociedad británica, proyectado en este caso en su marcado desprecio hacia acentos o dialectos que delaten una extracción más baja que la del inquisitorial y pudiente interlocutor. Es un ingrediente habitual, o colateral, en una miríada de films, como Match Ball de Woody Allen y tantos otros... pero no nos salgamos del asunto que nos ocupa.
El 'efecto Pigmalión' ha sido objeto de innumerables estudios y la mayoría de ellos convergen en una idéntica conclusión: la 'profecía autocumplida', que a su vez nos conduce a otro mito, el de Cassandra, hija de los reyes de Troya y sacerdotisa de Apolo, a quien ofreció su cuerpo a cambio del don de la adivinación. El único hándicap era el de no ser creída. Hasta que lo que tenía que ocurrir, ocurría.
Dicho de otra forma: cuando ansiamos algo de forma extraordinaria, creemos con una extrema vehemencia que un hecho tiene que producirse y además de una forma determinada, o proyectamos en los demás nuestra influencia, actuaremos siempre, consciente o inconscientemente, de manera que todo ocurrirá como habíamos deseado.
Si no lo deseas fervientemente, nunca lo vas a alcanzar, repito a menudo a mis clientes, aunque, ¡prudencia!... no olvidemos aquello que dejara escrito Oscar Wilde: «Cuidado con lo que deseas porque puede convertirse en realidad». Es decir, que lo que estás deseando férvidamente sea de verdad lo que anhelas y sea algo que te hará feliz y exitoso.
No pocos prefieren explicar este ‘efecto Pigmalión’ como resultado de una poderosa ley del universo, cimentada en la fuerza de nuestro pensamiento y en la armonía con aquello que queramos unir a nuestra vida. No soy especialmente devoto de la metafísica, pero algo de esto hay. Desterrar de nuestro pensamiento y de nuestro lenguaje expresiones como: «No puedo... no voy a ser capaz... es demasiado para mí», ya es un primer paso en la buena dirección. Estoy seguro que tampoco tiene muchos pensamientos metafísicos Pedro Sánchez. ¿Os imagináis con qué estado de ánimo salió de Ferraz ese sábado 1 de octubre en el cual ‘le echaron’ de la dirección del partido? Estoy seguro que detrás de sus siguientes éxitos está la firme convicción personal que algún día sería presidente del gobierno…¡sí o sí lo quería conseguir!
Albert Rivera igualmente hizo uso de este efecto contagioso para hacer de Ciudadanos un proyecto político, lo mismo que Pablo Iglesias
El ‘efecto Pigmalión’ funciona también con aquellos sobre quienes tengamos impacto e influencia: nuestros hijos, la pareja, los alumnos –en el caso de maestros y profesores–, los equipos que coordinamos en nuestra empresa, los potenciales votantes, si nos referimos a líderes políticos, y un largo etcétera. Albert Rivera, para volver a ejemplos políticos, igualmente hizo uso de este efecto contagioso para hacer de Ciudadanos un proyecto político, en otros momentos, extraordinario, lo mismo que Pablo Iglesias con Podemos.
Claro que el 'efecto Pigmalión' puede también tener un resultado negativo. ¡Cómo no! Es el caso de algunos jefes que utilizan su influencia de forma egoísta y manipuladora o teniendo unos objetivos ‘destructores’. Pensamos a todos los dictatores y a todos los líderes populistas o algún jefe manipulador que hemos tenido.
Si bien es cierto que el ejemplo más claro lo encontramos a nivel educativo o político también lo encontramos en el ámbito laboral. Por ejemplo cuando los trabajadores reciben aprobación de sus jefes, un feedback serio y constructivo, lo normal es que vea reforzado su trabajo y mejore su rendimiento en la empresa y sea más productivo. ¡He visto auténticos éxitos profesionales en este sentido! Empleados sin grandes pretensiones profesionales que ha promocionado y triunfado gracias a buenos jefes que han sacado lo mejor de su gente, de sus fortalezas! El orgullo de pertenencia en las empresa es siempre fruto de líderes que saben crear espíritu de equipo y motivar sus empleados. Sin embargo cuando los empleados no ven recompensado su trabajo y reciben respuestas negativas o destructivas constantes, lo normal es que tengan un rendimiento peor.
Extraordinario y evidente es el impacto del ‘efecto pigmalión’ en el deporte. La mayoría de las veces las limitaciones a la hora de lograr nuestras metas en los entrenamientos no están en nuestro cuerpo sino en la cabeza y en cómo gestionamos nuestras emociones en las competiciones, de nuestra fortaleza mental. Esta es la clave de éxito de los grandes entrenadores en todos los deportes. Su misión, además de generar un plan de entrenamiento, es motivar, inspirar, generar confianza a los deportistas para que crean en ellos mismos y saquen lo mejor, físicamente y mentalmente. Rafa Nadal, es un talento extraordinario, único, pero, ¿hubiera triunfado sin los entrenamientos de su tío o Carlitos Alcaraz sin la sombra de Juan Carlos Ferrero? Los ‘milagros’ deportivos, de innumerables equipos pequeños de fútbol u otros deportes de equipo, ganando a equipos ‘millonarios’, se explican solo y soltanto por el ‘tsunami’ de emociones positivas que el entrenador de turno ha sabido impulsar en los vestuarios.
En definitiva, el 'efecto Pigmalión' se basa en un axioma fundamental: somos capaces de alcanzar cualquier reto, hasta los más ambiciosos, siempre y cuando estemos seguros de que podemos lograrlo gracias a nuestras habilidades, a nuestras aptitudes o a nuestro talento. Por eso os animo a pensar en cómo este fenómeno os ha procurado resultados positivos. Id tomando notas en un diario y, partiendo de ellas, construid un plan que os permitirá conquistar metas más altas en los próximos meses.
Estamos acabando una de esas semanas en la cuales la actualidad, especialmente la política, deja un sabor amargo. El sabor de darse cuenta de la frivolidad y falta de formas y educación que domina algunas de las instituciones clave de este país. Justamente los que nos gobiernan y gastan el dinero de nuestros impuestos dan demostración clara de falta de compromiso y responsabilidad. Una semana dominada por una moción de censura vergonzosa y esperpéntica, además de inútil y anecdóticamente acabada con la peineta de Mañueco en el parlamento de Castilla y León. Frente a tanto show indecente he decidido escribir sobre algo que nos ayude a todos a sacar lo mejor de nosotros mismos y de los líderes que realmente merecen la pena,...¡también los hay! y aprender a ‘pasar olímpicamente’ de que nos influyan los comportamentos indecentes, venga de quien venga: las profecías autocumplidas y el ‘efecto Pigmalión’.
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