Tres años después de la Covid-19, China quiere volver con fuerza a la escena política internacional. Además de Pedro Sánchez, pasan por Pekín estos días el francés Emmanuelle Macron, junto a la presidenta de la Comisión, Ursula Von der Leyen, y el alto representante para la política exterior de la UE, Josep Borrell.
Los líderes europeos han viajado a una China tocada, pero no hundida, tras los años de fracaso sanitario que concluyeron en otoño en una estricta –y catastrófica- política de cero covid rectificada tras las manifestaciones masivas en su contra. En el plano político, asistimos al refrendo del liderazgo de Xi Jinping quien, además de haber prorrogado en octubre su puesto de secretario general del Partido Comunista, en marzo se hizo con la reelección como presidente tanto de la república -por parte de la Asamblea Popular Nacional- como de la Comisión Militar Central. Uno y trino.
Las visitas europeas han estado precedidas por el viaje de Xi Jinping a Rusia. Abordar y cambiar la posición de China sobre invasión criminal de Putin ha sido desde hace meses uno de los principales objetivos de la UE, como ya señaló Josep Borrell en reiteradas ocasiones. Y en su primer discurso íntegramente sobre China, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, advertía hace unos días de que la forma en que China siga interactuando con la guerra de Putin será un factor determinante para las relaciones en el futuro.
En su visita a Rusia, el líder chino debatió y posó con Putin días después de la orden de arresto de la Corte Penal Internacional en tanto que responsable de crímenes de guerra por la deportación ilegal y traslado forzoso de menores de Ucrania a Rusia. Si la lectura simbólica de esta orden de arresto suponía un giro hacia el aislamiento de Putin de la comunidad internacional, la foto cordial de dos buenos y viejos amigos fue una respuesta de China. Semanas antes de la invasión ambos declaraban su amistad ilimitada, que ahora reafirman.
China aprovechó para presentar un supuesto plan de paz para alimentar una imagen de potencia responsable, aunque oficialmente no pueden llamarlo así, ya que no reconocen la existencia de la guerra. Por ello inauguraban el aniversario de la invasión con un documento de 12 puntos, la Posición de China sobre una solución política a la crisis de Ucrania.
La crisis de Ucrania es una ficción más, como también lo es la supuesta neutralidad de China en política exterior. Pekín se lava las manos con el envío de ayuda humanitaria a Ucrania, al tiempo que sigue sin condenar la invasión y aprovecha para lanzar un dardo contra las sanciones y el apoyo militar a Kiev. Aunque China no ha reconocido la anexión ilegal de Crimea en 2014 ni la independencia de las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Lugansk, el respeto a la soberanía y la integridad territorial son elementos básicos del discurso de su política exterior,
Mientras siguen los rumores de posibles envíos de drones chinos a Rusia, Putin valora esta posición como objetiva e imparcial y, por su parte, Xi elogia la voluntad y posición constructiva del Kremlin. Pero tras la ruptura de las conversaciones de paz en Estambul en marzo de 2022, Rusia ha reiterado que no acudirá a la mesa de negociación hasta que no se reconozca lo que denominan como la "nueva realidad territorial" que para el Kremlin supone reconocer la anexión ilegal de cuatro regiones ucranianas: Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia.
Rusia reclama así a la desesperada réditos políticos de su agresión, amparada en la impunidad de un pasado reciente. Réditos moralmente inaceptables pero, sobre todo, peticiones inadmisibles que chocan con el derecho internacional y con un orden basado en reglas que ambos líderes llevan años intentando desbaratar y sustituir por un nuevo orden multipolar con su correspondiente cuota de poder; acompañado por la relativización de los derechos humanos y un concepto de democracia que dice que cada país tiene sus propias características históricas y culturales y que, por tanto, tiene derecho a aproximarse de distintas maneras a estos conceptos. Toda una bomba de relojería en los cimientos del orden internacional nacido sobre las cenizas de la Segunda Guerra Mundial.
Entender la defensa de la libertad como un instrumento basado en ideologías para ejercer presión sobre un Estado soberano define con claridad el desprecio absoluto de China hacia el sistema multilateral actual. Esconder las violaciones a los derechos humanos bajo la alfombra de la soberanía es una práctica común de estados autoritarios que se aplica tanto en su acción interior como exterior. Esta práctica ha facilitado el papel negociador de Xi Jinping, como se ha visto en el acuerdo entre Arabia Saudí e Irán --países con una particular visión de los derechos de los ciudadanos-- que ha concluido en la reanudación de sus relaciones diplomáticas.
Por eso, si la UE quiere --y va en su propio interés-- seguir jugando un papel global normativo, no puede despreciar las señales y la evidencia. En una relación "compleja y poliédrica", como señalaba el Alto Representante, Europa se enfrenta a un delicado equilibrio en sus conversaciones con China. Los próximos meses en los que España ejercerá la Presidencia de la UE podrían ser claves,
Las relaciones son desequilibradas, señaló la presidenta Von der Leyen al anunciar una nueva Estrategia de Seguridad Económica de la UE. China es un importantísimo socio comercial: en 2021 el tercero en exportaciones y el mayor en cuanto a importaciones. Nuestra dependencia en sectores clave es clara: la batalla tecnológica es vital y los semiconductores, esenciales para la transición ecológica, son un escenario de competencia fundamental. China cubre alrededor del 90% de nuestra demanda de minerales raros; el 80% de gran parte de nuestras energías renovables, como los paneles solares, dependen del mercado chino.
En un momento en el que se acentúa el pulso entre EEUU y China, debemos buscar espacio para construir nuestra autonomía estratégica"
En un momento en el que se acentúa el pulso entre EE UU y China, debemos buscar espacio para construir nuestra autonomía estratégica. Apelando a los derechos humanos, EE UU procura que la UE esté de su lado. Ser autónomo no significa necesariamente ser equidistante, y por ello quizás es tiempo de retomar el enfoque de la llamada Doctrina Sinatra, en la que Borrell optaba por hacerlo "a nuestra manera".
Hemos dado pasos: trabajamos en una ley para evitar violaciones de derechos humanos en nuestras cadenas de valor; estamos debatiendo una regulación para prohibir los productos importados de mano obra forzosa en el mercado único y hemos congelado el Acuerdo de Inversiones con China (concluido en 2020 y que se negociaba desde 2013), por las sanciones que China impulsó contra eurodiputados y entidades europeas como respuesta a las medidas coercitivas que la UE impuso a altos funcionarios por vulneración de derechos de la minoría Uyghur en la provincia de Xinjiang. Hace unos días, incluso Von der Leyen insinuó la posibilidad de que la UE abandonaría dicho acuerdo en pro de una revisión general de sus relaciones con el gigante asiático.
Llegamos a Pekín sabiendo que podría ser un facilitador para acabar con el drama de Ucrania por su influencia sobre Vladimir Putin, pero al tiempo no podemos olvidar que su objetivo fundamental no es la paz, sino ganar liderazgo en la nueva arquitectura internacional que propugna, contraria a lo que somos y hemos querido representar. Por la defensa de estos valores y derechos estamos con Ucrania; por destruirlos inició Putin su invasión. Xi también los combate en distintos frentes. No podemos ceder en ninguno de ellos.
Soraya Rodríguez es eurodiputada del Parlamento Europeo en la delegación de Ciudadanos
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