Firmado en 1998, el Acuerdo de Viernes Santo o de Belfast es considerado el artífice de la paz en Irlanda. Veinticinco años después, sigue siendo un compromiso disfuncional incapaz de contentar a nadie. Sin embargo, nadie ha tenido una idea mejor.
El acuerdo dista mucho de ser perfecto y, si hay que hacerle una crítica seria, es que no hace nada por eliminar el veneno sectario de la política de Irlanda del Norte. De hecho, en el peor de los casos, lo perpetúa al transformar la política en una lucha comunitaria por los recursos y la representación.
A pesar de ello, me alegré de que la guerra hubiera terminado. Todavía lo estoy. Ahora corresponde a los historiadores discutir sobre la causa y el efecto, pero mi sensación en aquel momento, como espectador sin conexiones personales o familiares con los combatientes, era que nosotros, el pueblo, simplemente estábamos agotados por todo aquello. Visto así, el acuerdo fue más el resplandor de décadas de miseria que un nuevo y brillante amanecer.
Sin embargo, en sus propios términos, el Acuerdo de Belfast debe considerarse una especie de éxito. Aparte de disturbios esporádicos, violencia ocasional y muchos gritos, no hay ganas de volver a la violencia. Sin embargo, no todo va bien en el norte de Irlanda.
Aunque ya no informo sobre el lugar, sigo visitándolo con frecuencia. Aunque no entrevisto a la gente, he hablado con muchos y la tensión es palpable. Hay pocas posibilidades de volver a la guerra, aunque los paramilitares pro-británicos amenazan con ello en sus murales y carteles, y pequeños grupos disidentes republicanos irlandeses siguen activos.
Entre los que en 1998 rechazaron de plano el acuerdo estaba la derecha dura del unionismo pro-británico, un pequeño grupo de republicanos irlandeses y algunos grupúsculos de extrema izquierda. Con el tiempo, esa derecha dura se convirtió en la corriente dominante del unionismo, pero también ha sido seducida para que apoye sus instituciones, o al menos las acepte a regañadientes.
Los estallidos ocasionales de violencia republicana, como el intento de asesinato de un agente de policía, muestran toda la habilidad táctica militar de una banda callejera, y casi tanto apoyo popular. La violencia unionista, por su parte, se ha centrado sobre todo en luchas de poder hiperlocales.
Nadie serio espera que se reavive la guerra a tiros, pero la dispensa política es un fracaso"
Esto, al menos, significa que nadie serio espera que se reavive una guerra a tiros. Pero la dispensa política es un fracaso. Hoy, el sindicalismo político está tan enfadado como siempre, entonando su tradicional canción de "no, no, no". El culpable, o al menos la causa próxima, es el Brexit, la salida del Reino Unido de la Unión Europea, que los políticos unionistas apoyaron con entusiasmo como medio de reforzar su britanismo. El tiro les salió por la culata.
Los británicos, los de Gran Bretaña, no sienten especial afecto por los unionistas, salvo quizá en los márgenes del Partido Conservador y cuando necesitan sus votos para aprobar decisiones parlamentarias controvertidas.
Mientras tanto, el giro antieuropeo de Gran Bretaña irritó a los republicanos que veían a Europa no sólo como un garante clave de sus derechos, sino también la integración en la UE como una forma, aunque débil, de unificación irlandesa y de escapar de la influencia prepotente de los británicos. No es casualidad, después de todo, que la República Irlandesa haya prosperado desde que por fin escapó de la órbita económica de Gran Bretaña, algo que no pudo hacer en las primeras décadas inmediatamente posteriores a lograr la independencia.
Hablar de reunificación irlandesa es, en realidad, probablemente prematuro. No obstante, ha crecido, y se está convocando un referéndum sobre el asunto, tal como prevé el Acuerdo del Viernes Santo.
En estos momentos, la Asamblea de Irlanda del Norte está en suspenso por enésima vez. Ostensiblemente, la dificultad estriba en que el llamado Protocolo de Irlanda del Norte, que permite al Reino Unido abandonar la UE sin crear una frontera dura en Irlanda, a pesar de haber sido modificado en múltiples ocasiones para contentar a los unionistas, simplemente no es lo suficientemente rojo, blanco y azul para ellos.
Pero quizá haya otra razón. El partido republicano irlandés Sinn Féin fue el más votado en las últimas elecciones a la Asamblea de Irlanda del Norte, lo que significa que, si se recuperan las instituciones, obtendrá por primera vez el cargo de primer ministro, desplazando al Partido Unionista Democrático (DUP) al de viceprimer ministro. Oficialmente, los cargos de primer ministro y viceprimer ministro son iguales, pero uno, naturalmente dada la nomenclatura, suena como el jefe del otro.
Y ahí está el problema. Puede que los unionistas simplemente no compartan el poder, si se les obliga a aceptar una posición aparentemente subordinada. Si este es el caso, entonces no parece posible ningún acuerdo que satisfaga al DUP, ya que el hecho más destacado no es esta o aquella subcláusula de las negociaciones entre el Reino Unido y la UE, sino simplemente que ya no son el mayor bloque político. Además, ¿qué ganan con ello? Mientras la alternativa sea el gobierno directo de Londres, negarse a compartir el poder no supone una gran pérdida para los probritánicos. Al menos, no a corto plazo.
El acuerdo podría considerarse una victoria para la causa probritánica, ya que garantiza que Irlanda del Norte siga formando parte del Reino Unido hasta que su población vote en sentido contrario
En cierto sentido, aunque los unionistas no han hecho más que quejarse desde que se firmó, el Acuerdo de Viernes Santo podría considerarse una victoria para la causa pro británica, ya que garantiza que Irlanda del Norte siga formando parte del Reino Unido hasta que su población vote en sentido contrario. Conocido propiamente como el Acuerdo de Belfast, el acuerdo de paz de 1998 recibió el apodo de "Acuerdo del Viernes Santo" como una especie de truco de marketing cuando algún lumbreras se dio cuenta de que se había firmado el 10 de abril de 1998, que ese año caía en Viernes Santo, en la festividad cristiana de Pascua. Los lectores que hayan llegado hasta aquí estarán al menos de acuerdo en que no ha sido un acuerdo perfecto, ni tampoco un modelo para otras disputas territoriales congeladas.
No obstante, sigue siendo un acuerdo histórico y, aunque es demasiado esperar que una política dirigida a la contención y la pacificación deshaga las contradicciones en el corazón del propio Estado que es Irlanda del Norte, al menos debería reconocerse su importancia.
Hoy, como en 1998, no existe ni existió una alternativa seria al acuerdo. Sin embargo, no está nada claro cómo se puede conseguir que la Asamblea descentralizada vuelva a funcionar.
Jason Walsh es periodista y politólogo irlandés, afincado en París.
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