Esta Semana Santa hemos visto a dolorosas arder por un pico como paños de Damasco y hemos visto a Yolanda Díaz arder también en su incendio de joyerío, lágrimas, sacrificio y modestia, que yo no sé quién está copiando a quién para salir en los telediarios o para ganar corazones incrédulos. La verdad es que hemos vuelto una vez más de las vacaciones del fin del mundo para encontrarnos con que nos han querido vender, como siempre, la gamba sospechosa, el resucitado de madera y la izquierda renovada. Yolanda nos ha perseguido durante esta Semana Santa como nos ha perseguido el tambor o el ajillo, nos ha perseguido con la insistencia y la vaporosidad de una loca en camisón o de una piedad escultórica hecha de gasa y nardo, y eso es porque ahora no hay otro producto político de temporada que Yolanda. El sanchismo sigue siendo sanchismo, Feijóo sigue siendo una cosa entre Rajoy y un farero gallego, Podemos son cuatro de resaca, Vox es una cripta con candado, y a lo mejor sólo nos queda Yolanda para engañarnos con el futuro como el camarero nos engaña con el adobo.

Nada de esta modestia de fogón modesto es creíble, pero es la única que está haciendo algo para la nueva temporada y por eso sólo hablamos de ella

Lo que ha ganado Yolanda Díaz ardiendo en Magariños como una Virgen de lamparita de mariposa o sólo como un espeto del pueblo, y persiguiéndonos en llamas ya durante todas las vacaciones; lo que ha ganado, decía, es la posibilidad de un nuevo ciclo de engaño o de ilusión, que es a lo que juegan todos los dioses y también todos los chiringuitos. Ni el Cielo ni la izquierda ni la paella ilegítima van a cambiar mucho de un año para otro, pero al menos se inventan ceremonias de renovación y se cambian las sartenes, que en el chiringuito son como gongs de un templo budista. Me refiero a que Yolanda Díaz es la única que está escenificando esta purificación a través de las brasas o manantiales de la gente o del disimulo del barnizado o del aliño, y eso la mayoría de las veces ya es suficiente para volver al negocio. El españolito, que es de recaer en la sentimentalidad y en el ardor de estómago, vuelve otra vez a la izquierda empanada de arena como a la croqueta de falsa cola de toro, pero así funcionan nuestra política y nuestras vacaciones.

Yolanda Díaz, ardiendo en su modestia un poco como en aceite quemado, se convertía nada menos que en aspirante a ser “la primera presidenta de España”, que quizá para ella es una ambición humilde, como ser campeona de España de las croquetas. Quiero decir que para huir de los personalismos le está quedando una cosa personalísima, aunque, eso sí, totalmente del pueblo a la vez, algo como de tortilla de autor. Nada de esta modestia de fogón modesto es creíble, ni política ni culinariamente, pero ya digo que es la única que está haciendo algo para la nueva temporada y por eso sólo hablamos de ella, como si fuera la Obregón de la política. No hay mucho nuevo que vender en los Cielos con palquito, en los restaurantes con toldo ni en la izquierda con desmemoria, salvo lo de siempre pasado por el oro, por la lágrima o por el ajo. Y sin embargo se vende, con truco o con aliño. Y se diría que Yolanda, incluso con sus chorreras de modestia, gruesas como velones, es la única que quiere vender.

Yolanda vende velas, vende estampitas o vende algodón de azúcar, pero ya llega la campaña y los demás partidos no quieren vender nada, sino que viven de no sé qué rentas o paguitas de camastrón. Pedro Sánchez todo lo confía a Yolanda, a que Yolanda le regale la izquierda que él ha perdido, la socialdemocracia que él destruyó o la ideología que nunca tuvo. Sánchez apenas se limita a sacar a Bolaños de vez en cuando, para que trate a Feijóo como si el líder del PP fuera Rompetechos, entre cegato y gafe, pero lo que parece es que el que se mete con Rompetechos es sólo el botones Sacarino. O sea, una niñería, que Sánchez no puede ni quiere salir de la niñería porque espera que las elecciones se las gane Yolanda con autoridad y dulzura de monja de niños. Feijóo, por su parte, tampoco dice demasiado, o deja que lo diga Ayuso, que aún tenía este lunes algo entre saetera y francotiradora de balconcito. Se diría que Feijóo sólo está esperando que pase el tiempo como si en vez de esperar para gobernar esperara en la barbería, con el Marca de Rajoy todavía ahí, con algo de reliquia épica, como un capote enmarcado. Podemos, o los cuatro que son Podemos, sólo esperan la jubilación, o el podcast en el que vivir eternamente como si fueran una psicofonía. Y Vox creo que sólo reza, y así seguirá rezando hasta morir de viejo o de inútil. Tampoco pueden hacer mucho más entre secta de espadón y secta de torrezno.

Yolanda se quemaba por una manga como una dolorosa se quema por un lirio bordado o como una tortilla española se quema por su cara blanquísima de luna española. Aun así, las tres nos intentan vender lo suyo, incluso con esa contradicción de lujo tiznado de pobre, de modestos que se ofrecen para el poder o de dioses que salen ardiendo impotentes y horripilantes, como espantapájaros. Yolanda se quemaba ante el pueblo y salía en los telediarios con las procesiones, a la altura del misterio y de los fanales, o con las terracitas, a la altura de las servilletas del creyente y de las ligas de las beatas. Algo habrá que vender, claro, aunque no haya mucho nuevo en el escaparate. Pero a la gente se le olvida, por eso en Semana Santa siempre se hacen las mismas croquetas y las mismas columnas, y en política siempre se hacen los mismos milagros.