A Pedro Sánchez lo han abucheado en Segovia, cuando estaba plantado y discurseando muy castellanamente bajo ese sol blando y áspero de esterilla, con sombra dura de piedra, que se queda por allí cuando se va el invierno. Moncloa le prepara a Sánchez todo muy cuidadosamente, y en Segovia parecía que le había montado una justa o un mercado medieval de quesos para lucirse él en sus batallitas o para vender él sus quesos. Pero no se puede controlar todo, o no había para llenarlo todo con extras de petanca o afiliados de poyete, esa gente que el partido coge como de los palomares del partido para que haga de palomas de zureo, friso, brocal y migajón. El abucheo, el insulto o el revolcón fue por la cuestión del Sáhara, pero podría haber sido por cualquier otra cosa. Yo creo que Sánchez ya no puede salir al sol ni al pueblo, que la primavera se la ha quedado Yolanda Díaz, como se queda a veces una mariquita entre las trenzas, y al presidente ya no le queda gente, sólo tropa.
El Sáhara había llegado trabajosa o milagrosamente hasta Segovia como si el sol del desierto hubiera rodado hasta allí igual que una piedra de molino muy pesada y blanqueada. A Sánchez lo persigue el sol o el nubarrón, como a aquel personaje de tira cómica, o sea que le persiguen sus contradicciones, y por eso el Sáhara le llovía encima, con toda su arena, incluso en Segovia, incluso en un acto de partido, con toda una legión de afiliados en formación de tortuga protegiéndolo. Lo del Sáhara no lo entiende nadie, pero no se le olvida a nadie, ni siquiera por Segovia. Yo creo que lo que pasa es que las contradicciones van haciendo en los políticos gruesas costras o nudosas cornamentas, y así, incluso en Castilla y León, incluso en campaña municipal, con alcaldesa cantarera, Sánchez va como con lamparones de banquete o corona de cuernos de harén de Mohamed VI, que es algo ya no llamativo sino hasta familiar, como si se paseara por Segovia vestido de la Beltraneja.
Lo del Sáhara no lo entiende nadie, o lo entiende todo el mundo, claro, que es lo que pasa con Sánchez, que sus decisiones incomprensibles son las más fáciles de explicar
Sánchez carga con sus contradicciones, arrastra sus contradicciones, es imposible no ver esas contradicciones como unos cadenones de colegiata o fantasma castellanos, menos aún si pretende ir de grácil y de primaveral, que yo creo que se fue al Jardín de los Zuloaga por si le salían las margaritas o las alas que le han salido a Yolanda Díaz ahora. Allí, las lecciones sobre el dióxido de carbono suenan mejor, suenan trinadas, como violines de La primavera de Vivaldi, y eso fue lo que metió en su discurso mucho más atmosférico que municipal. Sánchez, allí, esperando las alas entre chorritos mozárabes y gnomos de jardín puestos por el partido, se metía con el papanatas de Juan García-Gallardo, que yo creo que confunde los gases de efecto invernadero con el hollín de sus orejas. Pero la juventud no sólo está atenta al cambio climático, sino al cambio de los mapas, de las palabras y hasta de las camas.
Sorprendentemente, o quizá sin sorpresa, porque Sánchez se encuentra con sus contradicciones como con su sombra de corredor de jogging con perrito, el presidente atmosférico y feérico se topó con el tormentón del Sáhara en la boca. Su reacción me pareció de molestia y fastidio de superioridad, como si lo hubiera interrumpido la furgoneta del tapicero. “Sí, sí, bien…”, llega a decirles al principio a los protestones, o sea esa concesión irónica con la que se despacha lo insignificante. Sólo luego dice que “eso no es así” y recurre a lo del “insulto” (Sánchez cree que el insulto es lo contrario de la verdad, cuando lo contrario de la verdad es simplemente la mentira). Lo del Sáhara es tan escandaloso que no lo tapa ni toda la laca negacionista que tan bien quedaba en esos jardines rellenados como con tucanes del partido, ese discurso de laca que aún usan los de Abascal, con su barba de laca. Y aun así, de la actitud de Sánchez despidiendo al tapicero o al betunero, o despidiendo a la verdad, sólo se desprendía insignificancia, toda la insignificancia que tiene el Sáhara al lado de su colchoncito de la Moncloa, que es como un arrecife coralino pequeño, bello, colorido, saladito y de importancia incalculable.
Lo del Sáhara no lo entiende nadie, o lo entiende todo el mundo, claro, que es lo que pasa con Sánchez, que sus decisiones incomprensibles son las más fáciles de explicar. Ya estaba el presidente del Senado marroquí fantaseando con la toma pacífica de Ceuta y Melilla, que tampoco hace falta violencia con tan grato socio, y con ir penetrando la política española, que tampoco va a ser más difícil que entrar en el móvil del presidente, que uno imagina dulce y prometedor como la misma campanita de Tinder. Lo del Sáhara es tan evidente que va Sánchez por Segovia como un rey moro o una reina mora, hablando del clima como se habla del viento del desierto y hablando del PP como se habla del lobo gris que aúlla al cielo incendiado de remolinos. Así que nadie que no esté de claque le va a preguntar por la política municipal, ni siquiera por el judión.
El Sáhara sobre Segovia, así fue. Hasta Segovia llegó el sol del Sáhara o el nubarrón de Sánchez, o sea llegaron las contradicciones, de las que el presidente sólo se puede librar con otras contradicciones y por eso el nubarrón no deja de crecer, con cierta cosa oriental de turbante bulboso y cierta cosa españolísima de cornamenta de don Mendo. No era por el Sáhara, ni era por la primavera, que ya tiene perdida. Es que Pedro Sánchez es un político de palio o de capota, necesita estar cubierto de lo institucional, de lo mágico y de lo bordado, como un señor obispo. O necesita quedarse dentro de su coche negro, su Falcon negro, sus gafas negras, su paraguas negro o sus pretorianos negros, que a veces son sólo petanquistas con pana negra. Yo creo que Sánchez no puede salir al sol, ni a la gente, ni a la realidad, y eso no tiene que ver con Segovia ni con el Sáhara. Ni siquiera con Yolanda, a quien su primavera tampoco le va a servir contra la verdad, sólo contra mariposas ya cazadas y pinchaditas para ella, como perdices de Franco.
A Pedro Sánchez lo han abucheado en Segovia, cuando estaba plantado y discurseando muy castellanamente bajo ese sol blando y áspero de esterilla, con sombra dura de piedra, que se queda por allí cuando se va el invierno. Moncloa le prepara a Sánchez todo muy cuidadosamente, y en Segovia parecía que le había montado una justa o un mercado medieval de quesos para lucirse él en sus batallitas o para vender él sus quesos. Pero no se puede controlar todo, o no había para llenarlo todo con extras de petanca o afiliados de poyete, esa gente que el partido coge como de los palomares del partido para que haga de palomas de zureo, friso, brocal y migajón. El abucheo, el insulto o el revolcón fue por la cuestión del Sáhara, pero podría haber sido por cualquier otra cosa. Yo creo que Sánchez ya no puede salir al sol ni al pueblo, que la primavera se la ha quedado Yolanda Díaz, como se queda a veces una mariquita entre las trenzas, y al presidente ya no le queda gente, sólo tropa.
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