Se va al final Ferrovial, con su nombre y su cosa de antiguo y pesado funicular o tranvía, con todo su dinero de hierro y todos sus picos de minero fluvial. Se va precisamente a buscar más dinero de hierro donde lo hay, que aquí sólo hay dinero de boquilla, en esa sobremesa de cocidos de los políticos por donde tito Berni cotiza como una startup de peluquines y vigorizantes. Se va Ferrovial, que al Gobierno le parece una huida, un robo, una traición, una deslealtad y un feo tremendo, justo cuando Sánchez necesita empresarios con vocación de piñata y ricos con cara de enterrador (Rafael del Pino tiene esa cara, entre tomarte medidas con metro de madera y comandar la Estrella de la Muerte). Yo creo que la postura de Sánchez no tiene nada que ver con los impuestos, con la economía ni con ese patriotismo más icónico que industrial que por lo visto deben mostrar las empresas de remaches, en plan Rosie la remachadora. Tiene que ver con que los empresarios que se supone que Sánchez debe disciplinar se le escapen, que así no hay manera de hacer pedagogía ni escarmiento, ni de hacerse respetar.
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