Se va al final Ferrovial, con su nombre y su cosa de antiguo y pesado funicular o tranvía, con todo su dinero de hierro y todos sus picos de minero fluvial. Se va precisamente a buscar más dinero de hierro donde lo hay, que aquí sólo hay dinero de boquilla, en esa sobremesa de cocidos de los políticos por donde tito Berni cotiza como una startup de peluquines y vigorizantes. Se va Ferrovial, que al Gobierno le parece una huida, un robo, una traición, una deslealtad y un feo tremendo, justo cuando Sánchez necesita empresarios con vocación de piñata y ricos con cara de enterrador (Rafael del Pino tiene esa cara, entre tomarte medidas con metro de madera y comandar la Estrella de la Muerte). Yo creo que la postura de Sánchez no tiene nada que ver con los impuestos, con la economía ni con ese patriotismo más icónico que industrial que por lo visto deben mostrar las empresas de remaches, en plan Rosie la remachadora. Tiene que ver con que los empresarios que se supone que Sánchez debe disciplinar se le escapen, que así no hay manera de hacer pedagogía ni escarmiento, ni de hacerse respetar.
Ferrovial es una empresa de toda la vida que se ha desenamorado como una señora de toda la vida, de una manera definitiva, tremenda, teológica, y Sánchez no soporta este tipo de desprecios
Se va Ferrovial con sus cosas aparatosas como de montañero o retratista antiguo, que yo creo que Ferrovial construía montañas o puentes sólo para hacerles la foto con una llama o un porteador al lado, y a mí me parece que, más que la economía, todo esto le estropea a Sánchez la postal turística. Ferrovial da esa impresión de empresa modernísima y viejísima a la vez, que ha llegado hasta este siglo como un café de dieciochistas o como esas compañías que empezaron fabricando lápices o jabón y terminaron haciendo coches, aerogeneradores o vibradores de Pam (Pam debería convertirse en marca, ahora que nos van a faltar grandes corporaciones y grandes productos). Ferrovial parece que sólo hace alta albañilería y alta fontanería, o sea lo que hemos hecho aquí siempre con el lápiz en la oreja, pero como a escala astronómica. Es nuestro negocio castizo, nuestra casa de comidas o nuestra ferretería decimonónica a través de los siglos y las tecnologías. Sánchez es, ante todo, un castizo, un chulapo, y necesita empresarios castizos como necesita organilleros, para vestir más el socialismo iliberal y para vacilar en la verbena de la izquierda.
Ferrovial no es que se vaya con sus aparejos y compases de marino, no es que se lleve sus tuneladoras como el circo se llevaba sus elefantes, sino que se va sentimentalmente, se muda sentimentalmente, se cambia el domicilio, la filiación, que es como si se mudara para el cartero de las cartas de amor, o sea que se muda con el corazón más que con el bolsillo. Ferrovial es una empresa de toda la vida que se ha desenamorado como una señora de toda la vida, de una manera definitiva, tremenda, teológica, y Sánchez no soporta este tipo de desprecios. Ferrovial se va porque va a estar mejor donde está, como si estuviera mejor con el vecino con descapotable, o quizá sólo con el vecino con poema, harta del marido macarra. Sánchez no entiende la libertad de la empresa, de los accionistas o de las señoras sufridas. Está pidiendo la lealtad sacramental, que no es lealtad al país sino a su capricho, a sus manías y a sus pelos en el lavabo. Sánchez aún pretende que los empresarios expuestos, acusados y castigados se queden con la pata quebrada y el asado en el horno para él. Pero una empresa no está para hacerle asados a Sánchez ni zurcidos a su colchón.
Se va Ferrovial y dicho así parece que sólo se nos ha escapado el autobús de La Sepulvedana, aunque para Sánchez es como si hubiera salido andando el acueducto de Segovia, llevándose la historia, los sembrados, la economía y los cimientos de España, hechos de cobre fenicio y carbón mineral. El dinero huye de Sánchez, la empresa huye de Sánchez, la libertad huye de Sánchez, o es España la que huye de Sánchez. Nuestras empresas de paletillas y poceros, de repellados y ferrallas, quizá se han hecho millonarias y astronáuticas pero siguen siendo como nuestra España de mercería y barbero. Se va Ferrovial y es como si se nos empezaran a marchar los bares o los toreros o el butanero, y eso suena a fin del mundo, cosa por cierto muy sanchista. A Sánchez no sólo le están huyendo los empresarios, sino los símbolos, y al final sólo va a quedar la industria de la política y a lo mejor la industria del tampón sentimental para mujeres con pene, que acaban de descubrir en el Ministerio de Igualdad.
Se va Ferrovial como un circo antiguo de cacharros, barro y maravillas, que aquí ya no puede haber elefantes con gorrito ni corporaciones sin la mano de la Moncloa, que es como esa mano que había en el Pardo moviendo empresas o periodistas, empresas o periodismo que parecían siempre negocio taurino o crítica taurina, igual de comprados ambos. Aquí no hay mucha gran empresa, y si se nos va alguna, con su contable, con su grifería o con su albero, se nos quedan enseguida la calle vacía y las fachadas voladas, como escaparates. Es lo que intenta Sánchez, que no se vea que su España se va quedando vacía, como la calle sin quiosco o como la casa del macarra castigador.
Sánchez quería disciplinar a los empresarios como quería disciplinar a todo el país, desde los guardias a las administraciones, desde los jueces a la prensa, pero todos se le van escapando. Ferrovial se va, o se escapa de Sánchez, al que se le va escapando todo como se escapa siempre la novia de España en el tren cinematográfico de las huidas, las revanchas y los desengaños.
Se va al final Ferrovial, con su nombre y su cosa de antiguo y pesado funicular o tranvía, con todo su dinero de hierro y todos sus picos de minero fluvial. Se va precisamente a buscar más dinero de hierro donde lo hay, que aquí sólo hay dinero de boquilla, en esa sobremesa de cocidos de los políticos por donde tito Berni cotiza como una startup de peluquines y vigorizantes. Se va Ferrovial, que al Gobierno le parece una huida, un robo, una traición, una deslealtad y un feo tremendo, justo cuando Sánchez necesita empresarios con vocación de piñata y ricos con cara de enterrador (Rafael del Pino tiene esa cara, entre tomarte medidas con metro de madera y comandar la Estrella de la Muerte). Yo creo que la postura de Sánchez no tiene nada que ver con los impuestos, con la economía ni con ese patriotismo más icónico que industrial que por lo visto deben mostrar las empresas de remaches, en plan Rosie la remachadora. Tiene que ver con que los empresarios que se supone que Sánchez debe disciplinar se le escapen, que así no hay manera de hacer pedagogía ni escarmiento, ni de hacerse respetar.
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