Mientras Feijóo sólo es ese señor que manda en el PP como un guardia de tráfico manda un día en una glorieta, por casualidad y ubicación, Ayuso es la glorieta. Es lo que pensaba yo leyendo la entrevista que le hacía aquí Cristina de la Hoz, y algunas reacciones a ella. A Ayuso la subieron a una glorieta en algún Dos de Mayo de los Madriles y la política y desde entonces el PP, la oposición, los conglomerados mediáticos, los plumillas de bloc despellejado y los bots de granja o de chino no hacen otra cosa que dar vueltas a su alrededor. Ayuso sólo tenía que entremeter “bolivariano”, o decir que si fuera empresaria no vendría a esta España ideologizada, para generar el atasco, el barullo, que en política es lo mismo que la vida. Cuando Feijóo hace barullo suele ser por un resbalón, una improvisación o una manotada de manoteo de guardia de tráfico. Cuando lo hace Ayuso, sin embargo, parece programado, guionizado, parece un leitmotiv o un jingle, parece el texto en versales de piedra de ese poeta o ese artillero de glorieta, escogido de entre antologías, museos o cartas a sus viudas. Cada vez cree uno menos en la ayusada y más en el academicismo ayuser.
Mientras Feijóo es sólo el sargento de día del PP, Ayuso es la maja de Madrid y la maja de la España que sigue viniendo a Madrid para la gloria, el trabajito, los papeles, el Museo del jamón o El rey león, y eso va más allá de la política. Yo creo que hay una España que se reconoce en los majos, en esa majeza del descaro, el desplante y la cotidianidad, y que no tiene por qué ser derechosa necesariamente. Ayuso se gusta en esa mezcla de obviedad y atrevimiento, de infantilismo y mala leche, de tipismo y macarrería (sus intervenciones en la Asamblea de Madrid tienen algo de aquellos pasotas de los 80 y sólo le falta decir cantidubi). Su ideología es algo así como un liberalismo con tachuelas entremetidas, y eso la hace molona, soberbia, chinorri, magnética, odiosa, todo a la vez. Ayuso es una bomba política, como esa chica de instituto que es una bomba y va de bomba, se gusta de bomba y todos, con deseo, envidia o manía, la ven así. Y Feijóo es como ponerle al lado al gafitas con balón medicinal o al profesor de trigonometría con compás de cuerda.
Leyendo la entrevista uno piensa que a lo mejor Feijóo opina casi lo mismo, pero nunca lo diría así, ni se atrevería a tanto, ni miraría igual, como no mira igual la bomba o Bombi del instituto que el campeón de los logaritmos, que eso es así por pura óptica newtoniana (ver el mundo tras unas gafas de culo de vaso o tras un globo de chicle soplado por labios y pestañas del mismo sabor da una imagen no ya diferente sino opuesta). Yo creo que Feijóo podría haber dado una entrevista muy parecida en sustancia, pero eso sería la política en términos racionales o en términos así como nórdicos. Nosotros, sin embargo, no somos nórdicos, sino que somos aún un mucho de Goya y un poco de Mérimée. La misma entrevista a Feijóo se nos hubiera perdido como se pierde Feijóo en su jersey gordo, como una tortuga en un arrecife, y a los tuiteros y columnistas nos hubiera dado pereza escribir de él como de un académico entrevistado o muerto, que a veces parece lo mismo. No pasa eso con Ayuso, y así son los misterios de la política, como los misterios del amor.
Ayuso es transversal porque recurre a la transversalidad del inconsciente, y ahí no hay nada que hacer
Lo de Ayuso no tiene nada que ver con la política y a la vez es la política total, que va de ganar elecciones o corazones, no de descubrir ahora el algoritmo definitivo de la economía ni de la vida. No hay otra transversalidad en política que ésa, ganar con seducción en vez de con matemática o con dogma, un poco como en la literatura. Ayuso es transversal no porque recurra a la transversalidad de los bares, que lo hace, ni a la transversalidad ideológica, que no existe o si existe vuelve a dar la Falange o a Perón. Ayuso es transversal porque recurre a la transversalidad del inconsciente, y ahí no hay nada que hacer. Es como cuando a Felipe González lo votaban por guapo, un poco como le ha pasado también a Sánchez, antes de que lo conociéramos de verdad. Es un don, es un carisma, es un halo, y uno tampoco intenta encontrarle más explicación a estas cosas que son misteriosas pero evidentes.
Ayuso no ha descubierto el liberalismo ni el porrón, pero tiene el don y Feijóo sólo tiene una tiza y cierta cosa ridícula de boomer que se pone bambas para ligarse a los votantes como a treintañeras de tetería. Ayuso tiene el don como lo tuvieron otros, también personajes de glorieta: ese Pablo Iglesias que al principio era como un Jesucristo de Extremoduro para las niñas y los proletas, o el mismo Sánchez, con planta y baraka, como esos guapos de blackjack. La diferencia es que Ayuso cada vez sube más, y no porque la hayan puesto ahí los medios ni los bots, que eso es una tontería (no lo lograron con Iglesias ni lo lograrán con Yolanda, ni podrán repetirlo con Sánchez). O sea, que Ayuso se ha ganado su rotonda, su museo del botellín y sus manolos. Otra diferencia es que Ayuso ha seguido siendo Ayuso, no la hemos conocido cortándose la coleta (la coleta de Iglesias sangraba como si se hubiera cortado una oreja de rabia o de locura) ni pasando del insomnio al ronquido en cama de agua.
A Ayuso aún la buscan los tertulianos con o sin filiación, y los plumillas con o sin musa, y los activistas con o sin ministerio, y yo creo que es porque sigue siendo ella mientras los demás se han ido desmintiendo, desmoronando o suicidando. El sanchismo agoniza por su propia mano, igual que Podemos, al que sólo mantiene el odio; Yolanda va y viene con el viento, cual pétalo volado o hada Campanilla sin gasolina; Vox es una secta que aún pretende ocultarse en una armadura de alabardero, y el PP ha pasado de tener otro Rivera a tener a otro Rajoy. A lo mejor ya sólo nos queda Ayuso como cosa segura e inmutable, con su majeza macarrilla, con su liberalismo de chicle de fresa, con sus pucheros de Bombi y con su ayusada muy diseñada. Feijóo no tiene carisma, que a lo mejor no le hace falta, como no le hace falta al guardia, y seguramente Ayuso no tiene la mejor cabeza. Pero esto es política, no física. En Génova apuestan por que puedan convivir y sumar la pachorra y la pasión, y seguramente así será hasta que caiga uno de los dos de su isleta de guardia o de su tapiz de maja.
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