Pedro Sánchez nos va a poner el pisito, esa aspiración franquista, berlanguiana, del pisito oficial, con escudo falangista negro y esquelético en la fachada, como un visado de gratitud, miseria, flacura y tizne. 50.000 pisitos del SAREB, el banco malo, nos va a poner Sánchez en una de esas revoleras de gracia que tiene él como caudillo o benefactor; pisitos de los que muchos aún son solares, o tienen dentro un cementerio de coches, de gatos, de indios o de okupas, o están en sitios donde no quiere comprar nadie ni vivir nadie ni pasar nadie, que por eso están así, entre museo de colchones, parcela de lagartijas y aparcamiento de carritos de supermercado. Pero esto no importa, que 50.000 pisitos, cantados así, como el Gordo, nos parece el premio de toda esa España entera de patronato y calabaza Ruperta. Parece hasta poco, que Ábalos llegó a ofrecer más, 100.000, aunque no sabemos dónde están ni si hay que sumarlos o restarlos de las promesas y ruinas anteriores o actuales. Seguramente tampoco importa, que es la ilusión lo que cuenta, como con los millones europeos que Sánchez anuncia y luego no encuentran ni esas misiones de Bruselas con su lupa gruesa como un tocón.
El pisito llegará o no, como el cupón de los ciegos o el trabajito fijo, pero ahí sigue enladrillándose el cielo y el sueño de esta España siempre más de beneficencia y milagro que de prosperidad
Ahora está la aspiración al pisito de Sánchez como antes estaba la aspiración al pisito de Franco, ese cielo con cola de monte de piedad de los españolitos, o como estaba la aspiración al estanco o al despacho de lotería, todo siempre con algo de graciosa y antigua concesión, como algo en las Indias españolísimas de la burocracia. He recordado aquella frase de “ni una casa sin lumbre, ni un español sin pan”, que con adornos y variaciones fue sacando Franco durante toda la vida, desde la Guerra Civil al balconcito soleado de su podredumbre. Es muy parecida o indistinguible de aquella otra frase de la izquierda, “pan, techo y trabajo”, que al fin y al cabo todos los totalitarismos acaban abrazándose después de darles la vuelta a las ideologías, a la historia y al mismo churrusco de miseria y mentira. Lo que pasa es que nunca ha habido pisos graciosos para todo el mundo, ni estancos graciosos para todo el mundo, ni para todas las queridas. Pero lo importante, claro, no es que haya vivienda, ni siquiera que haya pan, sino que haya gracia.
Lo importante es la gracia de Sánchez, como lo importante era la gracia de Franco, o de la señora marquesa, o la gracia de Dios, descendiendo todas sobre el pobre como una mantita del cielo que tampoco da para mucho, o sea aliviando o consolando pero sin solucionar demasiado. Tiene que ser así porque cuando se solucionan los problemas ya no hay necesidad de Sánchez, de Franco, de señora marquesa ni de Dios. Uno se sorprende de que la vivienda, el problema de la vivienda, el derecho a la vivienda, esté ahí como desde la invención del adobe y haya que esperar ahora, al final de la legislatura, en medio de la agonía, para que la izquierda saque una ley (otra ley adánica) y para que Sánchez descubra de repente, como una ciudad fenicia enterrada, estas 50.000 viviendas que, ya digo, la mayoría siguen enterradas y atravesadas de puñales funerarios, como si fueran realmente fenicias. Seguramente estas 50.000 viviendas acaben como las de Ábalos, olvidadas como un mondadientes, o simplemente plegadas en un librito como un castillo de cuento. Pero, de momento, hace campaña con la mera invocación de la izquierda, que ellos invocan la magia del Estado como otros invocaban a Santiago en las batallas.
Sánchez nos va a poner el pisito, o no nos lo va a poner pero nos lo promete, como se prometía el estanco con vitola o el anillo con vitola a la dependienta de corsetería en el franquismo. Ese pisito está, pues, a una distancia doble de cualquier pisito, diría uno. Primero, Sánchez tendría que decir una verdad, cumplir una promesa y desenterrar esa ciudad fenicia o maya que está todavía invadida por un volcán o poblada sólo por dioses alagartados o calaveras ensartadas. Luego, ese pisito debería solucionarnos el problema, que no lo parece porque estas viviendas, entre la maldición egipcia y el pantano salvaje, no suelen estar en las zonas más “tensionadas”, que se dice ahora, ni siquiera en las zonas más transitables. Además de que sigue siendo mandar a los pobres a su gueto de pobres, a su fumadero de pobres, a su escombrera de pobres, a su cementerio de pobres, con fantasmas de humedad y esqueleto de perro sonando y recibiendo igual que siniestros atrapasueños. Esto no lo dice Sánchez, claro, que parece que le está dando el apartamento del Un, dos, tres a todos los currantes y sufridores de España y especialmente a todos los novios y residentes en Madrid.
Sánchez nos va a poner el pisito, que no nos lo pondrá porque no tiene él, ni tiene nadie, esa yogurtera para hacer pisitos para todos en un rato, ni siquiera esa escoba para dejar decentes, habitables y exorcizadas esas viviendas del SAREB que parecen casas en acantilados, con una bañera sin pared sobre el abismo, o en los Cárpatos. No es que no se pueda hacer nada con la vivienda desde la política, pero el problema no se va a solucionar sacando un día miles de cajas de cerillas para que el pobre viva como un grillo del Estado. Sánchez nos va a poner el pisito, de todas formas, o eso dice él, que aquí es tradición de los caudillos, de los señoros con barrigón y querida, y de los izquierdistas de colmena, que todos administran la gracia, el pan, el cemento y la necesidad más o menos igual. El pisito llegará o no, como el cupón de los ciegos o el trabajito fijo, pero ahí sigue enladrillándose el cielo y el sueño de esta España siempre más de beneficencia y milagro que de prosperidad.
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