Irene Montero ha vuelto a levantar el dedo con rayo, el puñito con martillo y yunque, la lanza feminista con larga cabellera ganada como un vibrador de Pam. Lo ha hecho contra el PSOE, contra la reforma del ‘sólo sí es sí’, contra sus socios, contra su jefe, contra su Gobierno, contra la lógica, contra el Derecho, contra Yolanda o contra todos ellos, que ya no sabe uno contra quién se levanta el que se levanta. Están ahora todos contra todos, Podemos contra Sánchez, Podemos contra Yolanda, Sánchez contra Podemos, Yolanda contra Podemos, Yolanda contra Sánchez, y hasta Sánchez contra Yolanda, que no le gustó que le dijera a Évole que tiene comportamientos machistas “como casi todos”, una manera de quitarse de encima a todos sus mentores, de Iglesias a Sánchez, usando la fría podadera de la criba genética. O sea, que Irene Montero se ha levantado con el dedo tieso, como se levanta la suegra de su sofá amusgado, con sonido de esparadrapo, pero tiene uno que mirar muy bien contra quién. La guerra es total, la confusión es total, y esto ocurre en el Gobierno, no en un after ni en un cártel.

El Gobierno ya se hacía oposición a sí mismo antes, pero ahora hay que especificar a qué esquina del Gobierno, a qué asiento, a qué vecino, a qué compañero, a qué enemigo, a qué aliado del enemigo va dirigido tu dedo

Irene Montero, como Ione Belarra, es un náufrago en una isla ministerio, y hasta parece que se levanta de su banco azul con un harapo tarzanesco y un coco en la mano como si fuera una calavera shakesperiana. El Gobierno ya se hacía oposición a sí mismo antes, pero ahora hay que especificar a qué esquina del Gobierno, a qué asiento, a qué vecino, a qué compañero, a qué enemigo, a qué aliado del enemigo va dirigido tu dedo, ese dedo que se ha vuelto cadavérico y agónico en la lucha por la supervivencia. Montero protesta porque el PSOE pacta con el PP la reforma del ‘sólo sí es sí’, pero eso es protestar contra la traición a la ortodoxia feminista, y a la propia ortodoxia izquierdista, que son ellos según el famoso vídeo reivindicativo de todas las multitudes, todos los sentimientos y hasta todos los ladrillazos. O sea, que también podría ser contra Yolanda, que encima no los apoya en la campaña, que va a dedicarse a consolar a Más Madrid o a alentar el indigenismo izquierdista de eso que se llamó confluencias y ahora a lo mejor sólo se llama chiringuito, un chiringuito que tiene que buscarse la vida bajo la sombra de otro cocotero.

Puede parecer que Montero, que es como la heredera de una pequeña mercería feminista, sólo protesta contra la reforma de su ley simbólica, antijurídica, inmoral, antifálica y antipunitiva (todo eso va junto, como en un juego de costurerito que le venden a la mujer). Pero es que ya es imposible ver sólo eso, cuando cada gesto, cada comentario y hasta cada sonrisa remiten a la guerra global, total, cruzada y mortal en las izquierdas. Los ministros y los socios están entre la zancadilla y el vudú, y los apretones, los abrazos, los brindis y hasta la comida cruda que se ofrecen parecen amenazas de la Yakuza, como expresaron muy bien en lo de Évole. Así es imposible atender a lo que dicen, que siempre viene con veneno, a lo que legislan, que sólo parece un arma o un parapeto, ni a lo que prometen, que cuando se está al borde de la muerte, como del polvo, se promete lo que haga falta.

Esto dicen que es un gobierno, que es una coalición, que es el progreso, que es la izquierda que se mata cada día de purismo como los románticos se tenían que matar de amor. Pero el Gobierno ya no es un gobierno, es un culebrón, es una zorrera, es un váter de reality, es una timba con revólveres, es un pozo con cocodrilos, es una cama redonda naufragada donde todos se han vuelto caníbales, más cuanto más se sonríen y se acercan. La entrevista a Yolanda fue paradigmática porque nos dimos cuenta de que la política en la coalición de gobierno se ha vuelto una aventura personal de supervivencia, como la de un cazador en la selva. La misma Yolanda, que dice que no puede dejar de sonreír ni de escuchar a todos, como si fuera un camarero; la que no se permite insultar a nadie y no concibe el odio, como una budista de ruló y festival; la que sólo quiere hacer el bien a través de la política, como han dicho incluso los canallas, o sobre todo los canallas; la que lleva media vida en política pero sigue presentándose como virgen y descalza en la política, en los feos asuntos del poder, la ambición, el dinero y el teatro que la acompañan; la discreta que resulta que lo suelta todo en prime time, como Rociito; la modesta que se presta a presidir el país como sosteniendo un amargo cáliz; Yolanda, en fin, no hizo otra cosa que aserruchar con su sonrisa y su superioridad a sus enemigos. “Ensalada de hostias”, lo llamó Iglesias. Sonrisa de crótalo, diría yo más bien.

Las izquierdas llevan toda la historia peleándose igual por los dogmas que por los copones, por la pureza que por el poder, por la supervivencia de los suyos que por el mero exterminio de los otros. Entrar en si la izquierda auténtica es la que nos trajo Iglesias, ya en la época de los pantalones cagados, o es la que quiere reinventar Yolanda con sonsonete de transversalidad falangista (escuchar a la gente no es una ideología, es precisamente ausencia total de ideología); entrar en eso, en fin, es lo de menos. Entrar en si mata mejor Iglesias con su coleta o su zurriago algo fálicos, o Yolanda, que es como esa señorita que te puede asesinar con la cuerda de su arpa de señorita, tampoco importa mucho. Es cosa de ellos y tendrán que resolverla en las urnas o en los muelles. La izquierda siempre ha estado así, pero lo que no puede estar así es el Gobierno.

Irene Montero se ha soliviantado, se ha revuelto otra vez contra su propio gobierno, ha dicho algo repetido, tremendo, definitivo, pero, sobre todo, algo ya ajeno. También lo hace Yolanda, que cuando habla del mundo sólo habla de ella misma, como les ocurre a todos los presumidos, como le ocurre a Sánchez, su mentor o quizá su presa. El Gobierno es ajeno a la gobernanza, es ajeno a nosotros. Ya no hacen nada, sólo se disparan por la sombra, el taparrabos o el coco de los náufragos, todos contra todos. Sus palabras y hasta sus leyes son como balas rebotadas en su guerra. Y toda España es víctima de su metralla y su demolición.

Irene Montero ha vuelto a levantar el dedo con rayo, el puñito con martillo y yunque, la lanza feminista con larga cabellera ganada como un vibrador de Pam. Lo ha hecho contra el PSOE, contra la reforma del ‘sólo sí es sí’, contra sus socios, contra su jefe, contra su Gobierno, contra la lógica, contra el Derecho, contra Yolanda o contra todos ellos, que ya no sabe uno contra quién se levanta el que se levanta. Están ahora todos contra todos, Podemos contra Sánchez, Podemos contra Yolanda, Sánchez contra Podemos, Yolanda contra Podemos, Yolanda contra Sánchez, y hasta Sánchez contra Yolanda, que no le gustó que le dijera a Évole que tiene comportamientos machistas “como casi todos”, una manera de quitarse de encima a todos sus mentores, de Iglesias a Sánchez, usando la fría podadera de la criba genética. O sea, que Irene Montero se ha levantado con el dedo tieso, como se levanta la suegra de su sofá amusgado, con sonido de esparadrapo, pero tiene uno que mirar muy bien contra quién. La guerra es total, la confusión es total, y esto ocurre en el Gobierno, no en un after ni en un cártel.

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