Lo de Sánchez con Marruecos no tiene explicación, o tiene la explicación evidente, ya lo hemos dicho, así que el presidente nos hubiera prometido 100.000 viviendas más, y hasta una autocaravana con bocina de La cucaracha para cada español, con tal de no hablar del temita. Ya sabemos que Sánchez lleva sus contradicciones y su desmemoria tan bien como su traje berenjena, y que su cara resiliente, cuarcífera, digna de algún monte Rushmore conejero y perdicero entre la Moncloa y el Valle de los Caídos, no se inmuta con estas menudencias lógicas y morales. Pero cuando habla de Marruecos no puede evitar parecer que le está apuntando el suegro con esa escopeta conejera o perdicera. Yo diría que hasta le pica el cuello, como le pica a la gente en esas películas con selva y mosquitera, póker y cowboy, o Gracita Morales con novio. Uno ya no atiende a las explicaciones sin sentido ni a la eufónica repetición del limpio nombre y las limpias virtudes del Reino de Marruecos, como un jabón que patrocina un concurso radiofónico de Joselito. No, uno ya sólo piensa que, más que meterle un virus en el móvil, al presidente le han metido una bomba en el calzoncillo.
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