Lo de Sánchez con Marruecos no tiene explicación, o tiene la explicación evidente, ya lo hemos dicho, así que el presidente nos hubiera prometido 100.000 viviendas más, y hasta una autocaravana con bocina de La cucaracha para cada español, con tal de no hablar del temita. Ya sabemos que Sánchez lleva sus contradicciones y su desmemoria tan bien como su traje berenjena, y que su cara resiliente, cuarcífera, digna de algún monte Rushmore conejero y perdicero entre la Moncloa y el Valle de los Caídos, no se inmuta con estas menudencias lógicas y morales. Pero cuando habla de Marruecos no puede evitar parecer que le está apuntando el suegro con esa escopeta conejera o perdicera. Yo diría que hasta le pica el cuello, como le pica a la gente en esas películas con selva y mosquitera, póker y cowboy, o Gracita Morales con novio. Uno ya no atiende a las explicaciones sin sentido ni a la eufónica repetición del limpio nombre y las limpias virtudes del Reino de Marruecos, como un jabón que patrocina un concurso radiofónico de Joselito. No, uno ya sólo piensa que, más que meterle un virus en el móvil, al presidente le han metido una bomba en el calzoncillo.
Ni han renunciado a Ceuta y Melilla, ni se han abierto las aduanas, ni la inmigración ha abandonado las leyes del azar o del interés marroquí
Sánchez va pronunciando mucho “Marruecos”, que a él le suena como “Porcelanosa”, y “amigo”, que le suena a muñeco de cuerda, y ya no es que uno se plantee si la diplomacia que ha decidido Sánchez con Marruecos es buena, mala, incomprensible o dañina, es que uno busca el punto rojo en la frente del presidente, o espirales en sus ojos, o chispazos en la boca. O sea, uno piensa en un chantaje a vida o muerte, o en la hipnosis, o en que nuestro presidente ha sido sustituido por un robot montado con piezas del Falcon, figurines de Cortefiel y grabaciones de TVE. Cualquier cosa antes que pensar que esa política exterior es posible y, aún más, que ese lenguaje es posible. Ni siquiera con Esquerra o Bildu, que provocan que Sánchez chancletee en el Congreso de pies, lengua y pestañas como una geisha, le ha visto uno al presidente esta temblorosa delicadeza, que es como la delicadeza del barbero con el capo. Ni ante Biden, que ya es decir, le hemos visto fruncir los bajos de menina y besar rabadilla ajena o propia con tan delicioso frufrú y tan grácil habilidad, entre el cachorrito y la zancuda.
Difícilmente puede uno encontrar algo más sospechoso y acusador que el que algo nos parezca sospechoso y acusador después de todo lo que nos ha enseñado el sanchismo. Para Sánchez, la política es oportunidad e interés, más su resiliencia ganchuda al colchón de velcro de la Moncloa. Tampoco un pacto con Mohamed VI, envuelto en sus toallas mitológicas o materiales, va a ser peor que un pacto con Otegi o Junqueras, envueltos en su sangre mitológica o material. Para Sánchez, la política exterior puede ser enseñarles a los jefes de la OTAN los reyes trotones del Prado, nuestro único ejército; o que Biden le compre un minuto como si le comprara un paquete de clínex, o ponerse tutú en esa Viena de violines con cenefa y gente con cenefa. Puede parecer una diplomacia pobre, nuestra diplomacia como de camarero, pero hasta eso es traducible en vanidad, estatus y contoneo (ese contoneo que le da cuerda, luego, para llegar al Congreso girando como una bailarina de caja de música). A lo de Marruecos no le hemos visto utilidad para España, pero lo peor es que tampoco le hemos visto utilidad para Sánchez, y es lo que acojona.
Sánchez pasó, de repente, de acoger a Brahim Ghali, el arenoso líder del Frente Polisario, enemigo número uno de Marruecos y de su rey-niño-dios, a regalar el Sáhara como un cenicero de su clase de cerámica, a dejar Ceuta y Melilla como se deja una sombrilla medio habitada y medio volada en la playa, a perder el pudor a ser humillado entre palanganas ceremoniales, y a perder el gas y el negocio con Argelia en plena crisis mundial y energética, que quizá aquí somos más de mechero de yesca y manta zamorana. Y todo esto a cambio de que Sánchez obtenga placer pronunciando mucho “Marruecos” y “amigo”, en una frase que parece de E.T., y que Sánchez debería decir a partir de ahora levantando un dedo luminoso, palpitante, poderoso y primordial como un vibrador de Pam. No hay más ventaja ni más contrapartida, porque ni han renunciado a Ceuta y Melilla, ni se han abierto las aduanas, ni la inmigración ha abandonado las leyes del azar o del interés marroquí. Y si es cierto lo publicado por El Confidencial, el acuerdo incluye además la potestad del vecino y amigo de poner y quitar ministros en nuestro Gobierno. Aunque quizá eso alivia a Sánchez, como si pudiera dejar a cargo de ese gabinete en guerra a una estricta institutriz, mientras él se va al ballet o a mirar obras en el aire, esas obras de las viviendas que promete, o vuelve a prometer, y que no existen, o vuelven a no existir.
Lo de Sánchez con Marruecos no tiene explicación, o tiene la única que puede tener aparte de que a Sánchez lo hayan poseído ultracuerpos. O sea, que tiene la bomba en el calzoncillo, el punto rojo en la frente y el móvil secuestrado como una novia de cine mudo. Lo sabemos, más que lo sospechamos, porque Sánchez no es Sánchez en esto, está haciendo cosas que no le sirven para nada, ni siquiera para el roneo, y uno no concibe que se pueda doblegar a nuestro presidente de esta manera si no es con un chantaje extremo, o al menos suficiente para su cobardía. Se entiende que no deje de pronunciar el dulce nombre de Marruecos, que a él le suena como si pronunciara “garrapiñada”, esa como marroquinería del dulce. Y también se entiende lo de “amigo”, que ahora, es cierto, nos suena más a gringo acojonado en mitad de Ciudad Juárez.
Lo de Sánchez con Marruecos no tiene explicación, o tiene la explicación evidente, ya lo hemos dicho, así que el presidente nos hubiera prometido 100.000 viviendas más, y hasta una autocaravana con bocina de La cucaracha para cada español, con tal de no hablar del temita. Ya sabemos que Sánchez lleva sus contradicciones y su desmemoria tan bien como su traje berenjena, y que su cara resiliente, cuarcífera, digna de algún monte Rushmore conejero y perdicero entre la Moncloa y el Valle de los Caídos, no se inmuta con estas menudencias lógicas y morales. Pero cuando habla de Marruecos no puede evitar parecer que le está apuntando el suegro con esa escopeta conejera o perdicera. Yo diría que hasta le pica el cuello, como le pica a la gente en esas películas con selva y mosquitera, póker y cowboy, o Gracita Morales con novio. Uno ya no atiende a las explicaciones sin sentido ni a la eufónica repetición del limpio nombre y las limpias virtudes del Reino de Marruecos, como un jabón que patrocina un concurso radiofónico de Joselito. No, uno ya sólo piensa que, más que meterle un virus en el móvil, al presidente le han metido una bomba en el calzoncillo.
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