Los políticos se dividen entre las casetas de la Feria de Sevilla y las casetas del día del libro, que comparten el mismo ambiente de roneo y rozón y el mismo papel fruncido hecho farolillo, abanico, servilletero, floripondio y andamiaje. Uno diría que la Feria de Sevilla es más verdadera y arriesgada, que allí el gorrón y el señorito, el tieso y el concejal, el jamón bueno y el malo, los ve uno venir de lejos, mientras que en el día del libro no hay manera de distinguir al escritor del azafato, del estafador o del que sólo vende yoyós luminosos como las chinas de la feria. Los políticos, por supuesto, no buscan conocimiento ni buscan pescaíto, sólo buscan gente. Y la buscan en ese público del novelón épico, ya con la lápida o la invitación de boda en la cubierta gorda y acenefada, y en el público de macetón de rebujito, que vienen a ser lo mismo en realidad, una manera de aguar la cultura en barullo, negocio y fritanga. O sea que Pedro Sánchez entra en una librería de Fuenlabrada a que le ofrezcan escritores locales como el que entra en una caseta a que le ofrezcan la tortilla de arena del lugar.
La feria rebozada y el libro perfumado, el libro como colonia de Navidad que se vende estos días, con relleno de viruta y señorita de cóctel o al galope, se hacen la competencia de políticos, o los políticos tienen que elegir entre la feria popular y el libro popular como entre dos croquetas o dos premios Planeta. Pero ya digo que la feria es mucho más arriesgada, sólo tenemos que recordar a Macarena Olona, o sea Macarena de Salobreña, que el año pasado estaba por la feria montada en la jaca de sí misma, con toda su apresurada cosecha de andalucerío y zarcillerío colgando de las orejas como de serones. Eso fue el comienzo de su fracaso, llegar a la feria vestida de flamenca falsa, como cuando Madonna se vistió de sevillana caribeña para La isla bonita. En Sevilla, claro, pronto detectaron a la forastera malaje que dice “arsa” como Fernando Fernán Gómez decía “la fetén” en Morena Clara. Yolanda Díaz también estuvo el año pasado por la feria y yo creo que el personal enseguida la catalogó como sindicalista de caseta, con su marisco revanchista y su paipái entrechino como única manera de distinguirse del señorito agropecuario o del señorito socialista.
En la feria de Sevilla no engaña ni el que va a engañar, que hasta al gorrón se le admite sabiendo que lo es, como si fuera un personaje más de la comedia del arte sevillí, y se le mira hacer sus pingaletas de gorrón, acercándose a la ración de jamón con algo de bombero torero entrando a matar. En la feria de Sevilla todos los políticos forasteros hacen el ridículo, como todos los forasteros en realidad. Sí sabía llevar la feria Susana Díaz, que iba como de María Jiménez socialista, y hasta Moreno Bonilla se maneja bien haciendo del andaluz soso que es, que ése también es un personaje querido en Andalucía aunque arruine el tipismo o quizá genere más tipismo aún, como el izquierdista cofrade o el chirigotero de Cádiz que, fuera de la chirigota, uno se da cuenta de que lo que tiene es guasa con sueño.
En la feria de Sevilla todos los políticos forasteros hacen el ridículo, como todos los forasteros en realidad
Hay que tener cuidado porque en la feria te retrata siempre un retratista de ésos de panel de madera con agujeros para meter la cabeza. O sea, que siempre es más fácil posar con un libro (la gente posa con los libros como Moisés con las tablas de los Mandamientos) que posar con guitarra de madera, jamón de madera o gracia de madera. Yo entiendo que Sánchez, al que Susana dejó una vez plantado en la feria, allí con su ilusión como una rosa chuchurría de china chuchurría o PSOE chuchurrío, prefiera irse a buscar libros a Fuenlabrada, que a lo mejor a Sánchez le parece aquella biblioteca de Babel de Borges. Quiero decir que ir a Fuenlabrada a por un libro de escritor de campanarios o de escritor de quiosco de estación; hacer en fin de cultureta en Fuenlabrada, como hacer de petanquista en Coslada, es mucho más fácil que ir a Sevilla a intentar ronear a la gente que más sabe de roneo.
No ha ido Sánchez a la feria, de momento, ni ha ido Yolanda Díaz tampoco, que va ella un poco de la mano del presidente, más que de Colau, y ambos a su vez de la mano de libros simbólicos, libros heráldicos, con gloria literaria catalanista como la gloria literaria de Fuenlabrada, o libros bisuteros con gloria de oro falso en las letras, en los lomos y en esas fajas como fajas de banda de música con entorchados de oro falso también. Yolanda tampoco terminaba de pegar como sindicalista de dedos escocidos (ella es como una sindicalista que se pela el langostino con cuchillo y tenedor, haciéndole la tira entera de la piel, como a las naranjas). Yolanda era como una portuguesa en la feria o es como Madonna en la izquierda, diva que se dice like a virgin, y en la feria de Sevilla nadie da tanto el cante como el que no está en su sitio, sea el cateto, el forastero o el político. Ese político que ves que no está en su sitio en la caseta y ya ves que tampoco está en su sitio en política. Como Feijóo, que ha tomado la alternativa en Sevilla y, claro, lo que parecía era un torero con gafas.
“Yo a Sant Jordi, tú a la feria de Sevilla”, me imagino pensando a algunos. De la feria de Sevilla es mejor huir si no se sabe estar o si uno no sabe aceptar ser el malaje, el gorrón, el fantasma, el tieso o el paleto, que todos los demás lo saben incluso antes que tú. Es más fácil engañar con la literatura, como creo que nos engañamos un poco todos el día del libro, normalmente confundido con el día de la celulosa, del celofán, de la caja de galletas vendida como cultura, del libro vendido como consolador de Pam y del escritor vendido como maniquí de bufandas o como discóbolo de cartones. No, no va a ponerse uno a llorar la decadencia de la cultura, que eso se lleva haciendo desde que aquel dios egipcio le presentó el invento de la escritura a aquel otro rey y éste le reprochó que tenerlo todo escrito haría perezosos y descuidados a los hombres. Pero sí, es más fácil engañar con la literatura, que la literatura se finge al comprar, se finge al leer, se finge al posar y sobre todo se finge al escribir. Sánchez, ahora que caigo, ha hecho todo esto y yo creo que deberían darle el Planeta todavía con más razón que el Goya.
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