A José Antonio Primo de Rivera, fascista cursi y madrero que el franquismo convirtió en protomártir, momia comercial, Niño Jesús de Praga y estribillo aglutinador del Movimiento, se lo han llevado de Cuelgamuros sin ceremonia, sin espectáculo y sin Bolaños oficiando, como si se llevaran una máquina de tabaco en carretilla. Yo he echado en falta esa grandiosidad que Sánchez gasta con los muertos ferruginosos y ese sentido mercantil que tiene nuestro presidente con el facha decorativo, que aquí el facha adorna mucho, con su cosa de mesa camilla nacional o mueble bar nacional muy recargados. Más todavía adorna el falangista, que es como el tirolés de los fachas. Con Primo de Rivera, Sánchez tenía la oportunidad de hacer una retrospectiva de ese fascismo primigenio y chillón, con estética de reloj de cuco, que no es igual que el franquismo (el franquismo fue como falangismo rebajado con leche). Pero han llevado todo con mucha discreción, seguramente por si nos damos cuenta de que el único falangismo que sobrevive aquí está en el independentismo y en Yolanda Díaz.
Para sacar a Franco como de debajo de su sello de peseta enseguida llevaron helicópteros, grúas y cámaras, que fue como llevar aviación, catapultas y equipo de rodaje a la batalla contra los ángeles de piedra y las espadas de hueso de la basílica, esa batalla en la que está Sánchez, contra el mal, contra las gárgolas y contra las maldiciones egipcias. En lo de Primo de Rivera sólo hubo como jardineros de muerto entrando y saliendo con aperos, más un facherío que no lució, un falangismo al que no le dio tiempo ponerse el sombrerito y que eran como unos vendedores de melones en la carretera, montando barullo. Lo que queda del franquismo, en realidad, es esto, unos cuantos puestos de melones y otros cuantos puestos de ceniceros de Covadonga. A lo mejor a Sánchez ya no le interesa el franquista, el falangista, que al final caben todos en un autobús a Covadonga, y eso no le sirve para retratar a media España como franquista.
El franquismo, el falangismo y toda esa cosa del fascismo monjil o tirolés a la española enseguida se ve, como digo, que son los de siempre, los que caben en el funicular de Cuelgamuros. Y es así porque, en realidad, la mayoría de la ultraderecha es ya una cosa más eslava que carpetovetónica, más conservadora que guerrillera y más posmoderna de lo que ellos mismos se creen (posmoderna es su disolución de la verdad, posmoderno es su negacionismo, posmoderno es su subjetivismo identitario). Todo esto nos estropea la imagen del facha, esos fachas que procesionan con la mesa camilla detrás de ese muerto como un cebo vivo que les pone Sánchez, y que sólo parece el entierro de un acróbata, apenas con la familia y los compañeros del circo detrás. Sobre todo, le estropea la imagen del facha a Sánchez, que al final parece que no tenía tantos muertos en herencia, sólo tenía el duro de Franco, el nombre de Franco, que incluso en el extranjero aún suena fuerte, entre Torquemada y bandolero.
Sánchez y Bolaños pasearon a Franco como a Cleopatra, pero una vez se han quedado sin divo, empiezan a darse cuenta de que no hay mucho más de ese franquismo en depósito que tenían
Sánchez y Bolaños pasearon a Franco como a Cleopatra, pero una vez que se han quedado sin divo, como si se hubieran quedado sin pelota en el patio, seguramente empiezan a darse cuenta de que no hay mucho más de ese franquismo en depósito que tenían. Se están dando cuenta de que nadie conoce a Primo de Rivera (hasta en la tele y en algún periódico lo han confundido con el padre), y de que estos muertos museísticos ya no le rentan tanto. El traslado del fundador de la Falange ha sido una cosa como de minería submarina o robo con butrón, pero no es porque Sánchez haya recuperado el pudor, no es porque tenga ahora, de repente, reparos en hacer estas galas, rastrillos o cafés de muerto, sino porque estos campanazos al franquismo monumental no llaman a nadie y hasta él lo sabe.
Sánchez podría haberlo dispuesto de otra manera, hacerlo siquiera más despacio, con esa lentitud de misa vaticana o preparativo de duelo con pistola de madera violinística que les da Bolaños a esas cosas. Y se podría haber retransmitido todo atenta y obscenamente, como un parto o una autopsia, con gran ruido de portones y gente como un ruido de armones y caballería, con séquito de monjes alopécicos con latín de bacinilla, con helicóptero seráfico y un último crujido de la piedra franquista al despegar el ataúd del suelo o sobrepasar el último arcángel con espada crucífera. Pero no hubiéramos tenido por eso tampoco una falla joseantoniana montada, sólo esos pocos frikis haciendo su cosplay falangista como vestidos de botones Sacarino.
Primo de Rivera dejó Cuelgamuros ya vacío de reliquias acecinadas y de santos con espadín. Aquello, la verdad, ni siquiera era tan inmenso como se pensaba, que todo el franquismo eran dos maceteros de cenizas y era mucho más importante la posproducción de la Moncloa. Fue todo muy discreto, o incluso vergonzante, sin duda porque montar un exorcismo o una hoguera y luego encontrar que fuera sólo hay cuatro melones y cuatro tiroleses le rebate a Sánchez que la mitad el país sea fascista. Es una pena que aquí, a partir de la oscura ceremonia, aún más sospechosa si cabe, el personal no se ponga a indagar más sobre el muerto o el incensario que se ha movido. Lo mismo encontraba discursos joseantonianos de Anasagasti. O lo mismo veía que Yolanda, todo estética sin ideología, todo pueblo sin programa, todo personalismo sin pudor, todo salvación sin ideas, es lo más falangista que tenemos ahora. Igual hasta se daba cuenta de que la mayoría del fascismo y el totalitarismo de este país no está precisamente en cuevas con dragón ni bajo lápidas de templario.
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