Cuando Morante de la Puebla desapareció del ruedo a hombros del gentío en dirección al hotel Colón por la calles de Sevilla, el presidente que le concedió las dos orejas y rabo, José Luque Teruel, empezó a recibir felicitaciones en el antepalco y a dejarse fotografiar. No había dudado en sacar los dos pañuelos a la vez y, en pie, mostrar vivamente el tercero, el del rabo. Más de medio siglo después. Ni un sólo reparo se constató.
En contraposición de este orgasmo maestrante, y a los pocos minutos, en la puerta de El Cairo -no dirán que no es curiosa la ruta de después de los toros en La Maestranza: de El Cairo a Casablanca- un matador de toros sevillano ya retirado preguntaba qué había pasado en la corrida. Como si fuera un extraterrestre. Lo que había pasado se dibujaba en todas y cada una de las caras de felicidad que se apiñaban en la barra y acababan de ver eso que había pasado: "¡Que Morante ha cortado un rabo!".
"¿Y tan bien ha estado?".
El matador retirado puso un leve rictus de extrañeza y se sentó en la terraza por la que había pasado la multitud parando el tráfico con el matador en hombros.
En Casablanca, el extraordinario camarero de la terraza certificaba que el tsunami morantista estaba teniendo sus réplicas en las botellas de manzanilla, en las fuentes de revillas ("por el presidente", aunque estemos muy cerquita de la Giralda) y en los langostinos cocidos. El Arenal hervía de noche, tras hervir de calor de día, descorchando una tarde memorable.
¿Y qué tiene que haber pasado para que usted haya visto a Morante así en la tarde 88, por decir una cifra? Antes que nada, en la 87 -supuesta-, o sea el pasado lunes, de mandarina e hilo blanco, formó ya un pequeño terremoto. Y el presidente de aquella corrida, que le negó la oreja -no había mayoría de pañuelos es la realidad contable-, no recibió precisamente parabienes. Todo lo contario. Morante le recordó macarramente desde el ruedo la poca vergüenza que tenía y, después, en el callejón le calificó como "amigote" que "tiene que jubilarse ya".
No hay razón científica para explicar el tsunami que crujió una de las mejores tardes que se hayan visto en La Maestranza. Dudo que con el capote haya habido muchas mejores en la historia, toda vez que Juan Ortega hizo sonar la música a la verónica. Es un privilegiado.
No hay razón empírica que resuelva la ecuación. ¿Por qué una tarde sí y ochenta no y este sábado a lo peor tampoco, o a lo mejor sí?
Morante se ha pasado muchos más de la mitad de sus 43 años como matador, y antes de novillero, y antes jugando al toro, que es como aprendió. Toda la belleza que creó este 26 de abril de 2023 en La Maestranza proviene de esos juegos de niño, que así ha confesado varias veces que es por lo que torea como torea. Es decir, Morante no se ha metido dos semanas en un hotel de concentración para preparar este Mundial del toreo que es la Feria de Abril de Sevilla. No. Morante torea así y propaga ese tsunami de tafalleras y ayudados por bajo, de naturales de frente y medias verónicas con sabrosura porque lo ha mamado, porque está en el ruedo como si siguiera jugando al toro de niño, y eso trepa al tendido, te da un latigazo, sacas el pañuelo, el presidente se levanta y ondea el del rabo, la plaza se pone a berrear "torero, torero", el presidente posa para la foto, recibe parabienes y nosotros nos vamos de El Cairo a Casablanca. Pero estamos en el Arenal de Sevilla, donde casi todo el mundo se ha enterado de que Morante ha cortado un rabo.
"¿Y tan bien ha estado?".
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