Pedro Sánchez les va a patrocinar a los jóvenes y viejóvenes (hasta los 30) el irse en trenecito meneón a ligarse holandesas, con su carita de mantequilla, o italianos, con su cara de barqueros. Es lo más atinado que ha pensado últimamente el presidente, ganarse directamente el voto joven pagándoles esas vacaciones mochileras con mucha cultura europea que en realidad es mucha cultura del condón, el único gótico que quiere conocer la juventud. El 50% del Interrail les va a pagar no él sino el Estado, y también del AVE, por si en vez de los secretos ojivales de Europa prefieren el barroco andaluz o el modernismo barcelonés para enroscarse la pilila o las uñas. Por ahí tenía que haber empezado el presidente, no por el bono cultural, que hasta que los chavales descubrían que podían gastárselo en videojuegos, tebeos o películas de Marvel, pasaban algo así como el mal rato de un examen de latín. Pero no hay reparos ni ambigüedades en el Interrail, que es un tren a la fantasía, como al Disneyland de las hormonas. Lo del aval para las hipotecas es nada al lado de lo que representa para un joven que le subvencionen el verano del amor.
Sánchez conduce sabia y depravadamente a la juventud al chucuchú del tren, ese Interrail animado de shorts y de sandalias descalzadas, que son un poco como los pañuelitos galantes caídos de hoy en día. Sánchez hace mucho que renunció a gobernar y abrió la gran tómbola o el gran monte de piedad de España, en los que el pobre puede ir con un euro y llevarse un jamón, una yogurtera o una chochona, o puede dejar depositado el voto como un chaqué del abuelo, al fin y al cabo nada demasiado útil, y llevarse dinero tintineante. Nada que lo saque de la pobreza, que sería una tontería por parte de la izquierda eliminar a su clientela, pero que lo anima, lo distrae, lo alivia y lo fideliza. La tómbola de Sánchez ha ido, poco a poco, acercándose a lo más básico, a lo más estomacal, a lo más biológico, del aguinaldo al mendrugo y ya, por último, la carnalidad en carne viva del joven en sus veranos pegajosos de cerveza y pliegues cutáneos. Pero eso significa que a Sánchez ya no le queda nada que ofrecer, es como si hubiera mirado en el fondo de los cajones del Estado y ya sólo hubiera bragas, bragas a crédito, eso sí.
No está mal la idea, no, porque, al contrario que las casas de Sánchez, el verano está aquí, la juventud está aquí, los trenes están aquí, con sus vagones y sus muslos rozadizos y meneones (el tren es más erótico que la alcoba, es como si te regalara la primera mirada y el primer empujón y te pusiera en marcha el metrónomo del amor). El verano, la juventud y los trenes están aquí, ya digo, esperando que Sánchez les dé la salida con un banderín o un gorrazo, mientras que sus viviendas están todavía en el aire y seguramente se quedarán en el aire, como una bañera colgante en sus edificios a medio hacer o medio deshechos. El verano de los jóvenes, además, es como el permiso del marinero, es la vida como medida del exceso o el exceso como medida de la vida. El verano, o sea la vida, o sea la carne, para el joven lo es todo, y Sánchez consigue más prometiéndole un presente con polvetes hiperbóreos y níveos, o incluso polvetes indígenas y chiringuiteros, que un futuro con pisito.
Sánchez conduce sabia y depravadamente a la juventud al chucuchú del tren, ese Interrail animado de shorts y de sandalias descalzadas
No es lo mismo subvencionar la gasolina o la patata, ni siquiera es lo mismo subvencionarle a la juventud la universidad o el manga japonés, que subvencionarle al joven la aventura, la marinería del amor que es la juventud, porque le está subvencionando la propia juventud. No es algo para cuando termine la carrera, cuando se case, cuando tenga churumbeles o cuando le ataque la ciática. No, es para ahora, cuando el joven se mide en su juventud y empieza a hacer calor por las ingles, por la espalda y por todos los sitios del cuerpo donde el sol y los ojos hacen como nidos de hierba. Sánchez sabe que la juventud puede sobrevivir con sacos de dormir y pizza, pero nunca sin sexo, sin trenzas holandesas o mentones sicilianos, o lo que caiga al llegar a cada estación o a cada puerto. Está usando el último truco, la carne, igual que el Diablo.
Al joven no se le gana con la escuela, que es como un presidio, ni con la salud, que aún es de hierro como su culo, ni con el futuro, que no visualizan. Ni siquiera con juguetes, cuando tienen aún el juguete primigenio de sus cuerpos. Entre todas las paguitas, los bonos, las becas, las bonificaciones, los descuentos y los aguinaldos de Sánchez, creo que no hay nada que el joven vaya a apreciar más que ese billete de tren para una Europa desplegada como un embozo, este chucuchú del tren que le pone en marcha las caderas. Se diría que el cheque Sánchez pronto será la única paga del español, pensionista del sanchismo como el que era pensionista de Astilleros. Lo que ocurre es que Sánchez ya lo ha ofrecido todo y seguimos sin tener nada.
Sánchez ya lo ofrece todo, pero cuanto más ofrece más se ve que todo está vacío. Si ofrece dinero en la mano es porque no puede hacer política y si ofrece el tren de la fantasía hoy es porque no hay nada para mañana. El futuro no es tan complicado en política, basta ver lo que han hecho hasta ahora nuestros gobernantes y asumir, sabiamente, que eso es lo que seguirán haciendo. El joven cogerá su billete, su holandesa o su italiano, pero luego se dará cuenta, tarde o temprano, de que no puede estar toda la vida con la holandesa, con el italiano, con el saco de dormir y con la pizza. Diría que el españolito ya está pensando que Sánchez no llegó, en realidad, ni a amor de verano. Apenas a revolcón playero, a despertar arrepentido, a polvo culpable con un tipo con cara de gondolero.
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