Los abuelos podrán ir al cine por dos euros, aunque ya no pongan a Marisol ni a Spencer Tracy, sólo superhéroes de paquetón y muñequitos de miga de pan en 3D. Dice Pedro Sánchez, huyendo ya de su nombre y fama, como hacen sus barones con él, que “no es felipismo, zapaterismo ni sanchismo, se llama socialismo”. Pero este socialismo suyo, después de los grandes proyectos modernizadores y civilizatorios de la marca, se ha quedado en socialismo de dos euros, socialismo de la calderilla y el piquillo, del fondo del monedero semicircular del abuelo, con céntimos y pictolines, que cuando buscaba en él sonaba como una reolina, palabra que ya no conocen ni los abuelos. Las campañas se notan que van mal cuando apenas puedes vender lo que has hecho, sólo lo que vas a hacer, y más cuando lo que vas a hacer, como lo poco que has hecho, se resume en una acumulación atropellada de piñatas para abuelos, para pobres o para chavales con el pavo entre las piernas, en dinero del Gobierno como un dinero de canalón, que eso no es política sino regadío de votos como de cebollas.

Los mayores de 65 años, todos, con pensión de viuda o pensión de almirante, podrán ir al cine por dos euros, a ver la ciencia-ficción de pianola, las comedias de soltero, los dramas nacionales de alberca, los autos de choque para adultos y hasta el cine indie con tramas de aparcamiento de ruló, que todo es cultura como todo es clientela. A lo mejor no es lo que le interese más al jubilado, ese cine de hoy con gafas de marearse, colores de marearse y dirección de marearse, pero esto tampoco es importante. Ir al cine, como al baile, aquellos cines con romanos de lata y aquellos bailes con explanada, templete y orquesta, aquellos cines y bailes con carabina, aquellos cines y bailes donde se buscaba el rayo de oscuridad y el segundo de oscuridad; todo esto tiene que ver más con la sentimentalidad que con la cultura, por eso la medida es generacional, indiscriminada y sobre todo tramposa, como lo es siempre la nostalgia.

Los mayores, como la juventud, son un colectivo sentimental, y Sánchez quiere patrocinar sentimientos más que gobernanza o prosperidad"

Los mayores, como la juventud, son un colectivo sentimental, y Sánchez quiere patrocinar sentimientos más que gobernanza o prosperidad. El sentimiento de plenitud y aventura física de la juventud se patrocina mandándolos por esos Interraíles como un Orient Express de tiesos con exotismo de tiesos y sultanes o sultanas de tiesos. Y el sentimiento de la vida sólo como algo añorado de los mayores se patrocina mandándolos al cine, aunque ya no se vayan a encontrar grandes odeones ni grandes películas, sólo un pequeño cubículo con flases y explosiones, como si los metieran en el microondas con las palomitas y una cuchara. Sánchez quiere patrocinarle la juventud a la juventud y también quiere patrocinarles otra juventud a los mayores, y yo no sé si esto es socialismo o un plan casi mefistofélico, llevarse el alma de la gente a cambio de que se sientan todavía escolares a los treinta o Cary Grant ya a los 70, ambos con besos tras el sombrero y amor de coche cama y locomotora juguetona.

Esta campaña, ya lo saben, no es una campaña de alcaldes ni de barones, que están todos ahí un poco como llevando la lanza del romano o el caballito de Marisol, apenas un poco más que figurantes. Esta campaña va de si el sanchismo resistirá o empezará a desmoronarse, que lo demás es gestión de alcantarillados. Sánchez es el primero que lo entiende y lo aplica, por eso está llevando los Consejos de ministros a sus mítines, o sustituyéndolos por sus mítines, que le quedan como camachistas, con sudor de vehemencia y último minuto en sus camisas celestonas. Sánchez ya no tiene tiempo de política, que ha tenido todo el tiempo del mundo y ya vemos lo que ha hecho. Sólo tiene tiempo de dar dinero, regalar cosas, acariciar la trenza vigorosa a los jóvenes o acariciar el rodete a los abuelos, y darles algún pictolín como del fondo de aquellos monederos de cuero fuerte y olor fuerte, que parecían hechos por el zapatero o por el tonelero. Claro que no es monedero del presidente, sino del ciudadano. Y no es para sus alcaldes ni sus barones, sino para él.

Desde que llegó, Sánchez se ha limitado a resistir, que para algo lo proclamó como lema en su libro, más autoerótico que biográfico, como un libro de Madonna. Resistir es lo que sigue haciendo, pero para eso hay que usarlo todo, Podemos, Bildu, el sí es sí, los secesionistas sediciosos, los fiscales dependientes, los jueces concienciados, los tertulianos con dorsal, cualquier ciudadano susceptible de paguita y cualquier colectivo con la bragueta floja por los ardores o por la incontinencia. En su resistencia, seguirá ofreciendo todo lo que pueda, tenga más o menos sentido o tenga más o menos presupuesto. Y esto no es socialismo de marca, sino sanchismo de último recurso. El socialismo aquí hace tiempo que murió, desde que Sánchez anuló el partido y lo redujo a su Moncloa de beliebers y personal shoppers.

Los estudiantes, o los tunos viejos, podrán ver Ámsterdam a través de los ojos verdes de las muchachas y la ciudad, y toda Europa a través de sus ombligos, como fronteras por fin curadas

Los abuelos podrán ir al cine por dos euros, que lo mismo ya no iban, y recordarán cómo sonaba Bogart, o la madera de los asientos, con algo de respeto o magia de reclinatorio, o el roce de las medias de cristal, casi como el primer beso, porque en el cine de ahora ya no hay nada de esto, claro. Los estudiantes, o los tunos viejos, podrán ver Ámsterdam a través de los ojos verdes de las muchachas y la ciudad, y toda Europa a través de sus ombligos, como fronteras por fin curadas. Los curritos podrán soñar con la casita y la familia futuras, como una familia de caravana del Oeste, aunque no vean la casa y quizá tampoco la familia. Y más que vendrá. Hasta las generales, Sánchez hará la campaña total, con todo lo que tiene, que es todo y es nada, todo lo que puede ofrecer a costa de la deuda y nada de lo que puede ofrecer gestionando el país, o sea gobernando, cosa que nunca ha hecho. Nada de socialismo y todo de sanchismo. Pura marca personal, como el cigarrillo momificado de Bogart.

Los abuelos podrán ir al cine por dos euros, aunque ya no pongan a Marisol ni a Spencer Tracy, sólo superhéroes de paquetón y muñequitos de miga de pan en 3D. Dice Pedro Sánchez, huyendo ya de su nombre y fama, como hacen sus barones con él, que “no es felipismo, zapaterismo ni sanchismo, se llama socialismo”. Pero este socialismo suyo, después de los grandes proyectos modernizadores y civilizatorios de la marca, se ha quedado en socialismo de dos euros, socialismo de la calderilla y el piquillo, del fondo del monedero semicircular del abuelo, con céntimos y pictolines, que cuando buscaba en él sonaba como una reolina, palabra que ya no conocen ni los abuelos. Las campañas se notan que van mal cuando apenas puedes vender lo que has hecho, sólo lo que vas a hacer, y más cuando lo que vas a hacer, como lo poco que has hecho, se resume en una acumulación atropellada de piñatas para abuelos, para pobres o para chavales con el pavo entre las piernas, en dinero del Gobierno como un dinero de canalón, que eso no es política sino regadío de votos como de cebollas.

Contenido Exclusivo para suscriptores

Para poder acceder a este y otros contenidos debes ser suscriptor.

¿Ya estás suscrito? Identifícate aquí