Ya se ha ido la primera semana de feria. Mucho viento abajo y mucho frío arriba. Y con este ventarrón de proa es imposible templar a los toros. Es la primavera trompetera en Las Ventas por San Isidro, copa va, copa viene.
Las copas.
- ¿Desea tomar algo?
- Ni tomar ni hablar.
A los vendedores de bebidas les han dado algo este año, tal es su agresividad con el cliente. Con pieza superior de color verde y gorrita de mismo tono, picotean los tendidos inconfundibles. Hasta que dan con uno que ni quiere tomar nada ni que le dirijan la palabra cuando el toro está en el ruedo. Ajenos a los comportamientos clásicos durante la corrida, suben y bajan escaleras con esos “tanques de gin tonic” que, se lamentaba ayer Barquerito, sustituyen a las rosquillas del Santo. Y a unos precios en los bares notablemente superiores a los del año pasado.
¡¡Mulilleros, peseteros!!
Con una fiereza telúrica, miembros del 7 (recordemos: no todo el 7 es “el 7”) lanzaron este grito 24 horas después de las orejas a Emilio de Justo y Tomás Rufo y la vuelta al ruedo al toro de Domingo Hernández. Se supone que el presunto delito es el siguiente: los mulilleros –presuntamente sobornados- ralentizan su operativo de arrastre para que crezca la petición de pañuelos hasta que la presión sea irresistible para el presidente y conceda el trofeo. Oficialmente, no hay denuncia en comisaría de este presunto delito que está concediendo un inusitado relieve a la figura del mulillero.
Ginés y Robleño.
El torero que más me ha gustado ha sido Fernando Robleño, qué manera de recoger a la fiera de salida, qué regalo de inesperados naturales al final. Triunfó el año pasado para ganarse, sí, el mano a mano del 2 de mayo, pero a la postre en San Isidro la de Escolar y la de Adolfo Martín. El torero da la sensación de no cansarse. Y, a la par, Ginés Marín, cabeza preclara como nunca, gestos para arengar a las masas, trazo elegante y una suerte de volapié de lección magistral. El 26 vuelve.
Un viento horrible.
Y con ese viento con se puede torear al gusto requerido. Unos se van entre el 6 y el 7, otros al 4 directamente. Da más o menos igual: el torero tiene que inventarse cosas para que aquello cuaje (hay que esperar a que pasen las rachas, todo muy lento y corridas con media docena de avisos) y muchos toros quedan sin poder verse en toda su dimensión y profundidad, léase la corrida de Juan Pedro Domecq. Con viento se cobran más latigazos que naturales despaciosos, crece el riesgo de cornada y queda en el ambiente la sensación de que algo nos hemos perdido. En el tendido, mientras, ateridos de frío.
Vuelve Morante D. d. R.
Con desencanto y entre almohadillas se marchó Morante D. d R. (Después del Rabo) el jueves pasado. Pero este jueves vuelve a Madrid, La cosa del rabo duró muy poco, la lidia del feúcho e infumable toro de Garcigrande. Con el mitin con los aceros terminó por evaporarse el glamour, el deseo, la grandeur. Morante D. d. R. retrocedía en apenas 20 minutos, a vista de público, al Morante A. d. R. Le espera Alcurrucén, uno de los hierros que más alegrías ha dado en San Isidro.
Queda mucho.
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