He pensado en Ayuso mirando mi esquelético proyecto de árbol de aguacate, que parece como los dos pelos de Filemón ahí en el patio interior vacío, anublado, apenas un desagüe de sombras, aguas y calcetines de vecinas con pie de bebé. A ver si Ayuso alegra mi patio, y hasta a mis vecinos, que me homenajean muy pobremente arrojándome por la ventana zurrapas, colillas, manoplas y bolsas de plástico con un misterioso palo dentro, como un proyecto pretecnológico de arma o canoa. Me refiero a lo de las plantas de Ayuso, llenar los edificios de Madrid de plantas, que a lo mejor eso no arregla el cambio climático pero a mí me arregla el patio, que ahora es como un centrifugado de briznas, pinzas de tender y calcetines desparejados que viajaron en el tiempo, todo bajo la presidencia incongruente y aborigen de mi pequeño aguacate, algo así como el dios maya del patio. Desde luego, Ayuso va por libre, tiene su propia agenda como tiene su propia cerveza, y ya no me refiero a tener su propia estrategia con Bildu sino a tener su propia burbuja climática o su propia burbuja electoral, que ella solventa castizamente con macetas de balcón, como una violetera de macetas.

Génova, que fue pirámide bajita a juego con Aznar, barco pirata, naufragio en las marejadas rojigualdas de Colón y almena de lágrimas y envidias de Casado, y que ahora vuelve a ser sólo una oficina llena de paraguas donde manda otro señor con paraguas, o sea Feijóo; Génova, decía, ya sabemos que le ha dado carta blanca a Ayuso. El PP nacional no va a volver a enfrentarse a ella, no porque sea poderosa, temible y aplastante como una dueña de pensión o de estanco, sino porque un partido no puede enfrentarse a la propia política, a la gente, a la popularidad, al liderazgo, a alguien que domina su territorio hasta con una maceta en la cabeza, como si fuera el dios Serapis por la calle de Alcalá. Ayuso tiene carta blanca, tiene libres sus manos de arremangarse la chupa o de desenfundar la rosa de Depeche Mode como una navaja de liga, y si ha tirado por un lado por Bildu y por otro por las macetas yo creo que ha sido por diversificar la oferta y por marcar el territorio.

El descaro de Ayuso le viene bien a la misma Ayuso, que puede convertir a Rocío Monasterio en otra Alejandra Jacinto dedicada en exclusiva a la cartelería con Photoshop

Mi patio con aguacate delineado y tormenta de toallas o de vecinas en toalla, mi edificio como un submarino puesto de pie, alto y hueco, ruidoso de llaves y tubos, con un pianista cruel o loco en el segundo como un marinero cruel o loco en la litera de arriba; todo esto, en fin, no va a arreglar el clima, la sequía ni el oído de mi vecino, así se convierta el patio en selva con tucanes y así se conviertan esos tendederos como raspas en terrazas babilónicas. Tampoco insistir en Bildu va a acabar con Bildu ni va a ilegalizar Bildu. Pero lo de la maceta, en ese debate donde la gente iba con libros con esquela y fotos colgadas en la pechera, igual que Mocito Feliz, quizá es una manera coñona y sobrona de decir que, en el Madrid sin problemas de Ayuso, las azoteas sosas y mis vecinos con el alféizar depilado tienen dimensión de problema, incluso problema planetario. Ayuso no arregla nada con las plantas, pero se coloca en Madrid pendiente de las flores como una pastorcilla descarada y provocativa. Igual que con lo de Bildu tampoco arregla nada, pero se coloca como la única descarada y provocativa en esa Génova de paragüeros.

El descaro de Ayuso le viene bien a la misma Ayuso, que puede convertir a Rocío Monasterio en otra Alejandra Jacinto dedicada en exclusiva a la cartelería con Photoshop, y le viene bien a Génova, que tampoco se puede vivir sólo de señores que parecen el hombre del tiempo. Ni siquiera de señores que parecen un profe guay de serie adolescente, que es lo que parece Borja Sémper. Ayuso ha dicho que “ETA sigue viva”, y tiene su razón, y Sémper piensa que hay que “aceptar con naturalidad que Bildu esté en las instituciones”, aunque pactar con ellos ya es otra cosa, y también tiene su razón. Ya no está Casado llorando en las almenas de Génova, con cosa de madrastra de Blancanieves, sino que entre el Madrid balconero de Ayuso y la Galicia paragüera de Feijóo pueden ir enseñando templanza, pachorra, macarrismo, valentía o jardinería, según sea necesario. De momento, pueden estar consiguiendo que al PSOE le empiece a dar más reparo pactar con Bildu, no ya como socio de otro posible Gobierno Frankenstein sino incluso para cederse, con aurresku o chupinazo, campanarios y diputaciones. 

Ayuso va por libre, tiene su propia agenda, su propia campaña con floristería y su propia habitación roja donde azota o da vidilla a bilduetarras y bolivarianos, que ya el decir eso le suena un poco a ponerse o quitarse guantes. Aunque Ayuso acabó con Pablo Iglesias, que ahora creo que vende clínex por los podcasts, no creo que acabe con Bildu, que sigue llevando a etarras porque ETA ya no mata, pero aún sirve de publicidad para los que creen en el asesinato como recurso, purificación o inspiración; que sigue llevando a etarras porque hay clientela para el fanatismo, la violencia, la coacción, la humillación, el recochineo, o sea para el sistema que defendía ETA, con balas o sólo con miradas. Sin duda Ayuso no acabará con Bildu, ni arreglará el clima cambiando mi aguacate sequizo por un sauce llorón, ni cambiando las líricas braguitas voladoras que me amanecen por líricos lirios lagrimeados. Pero lo mismo nos alegra el patio, como una lozana andaluza, y nos recuerda, así como quien no quiere la cosa, que al fin y al cabo Bildu es un poco ETA con macetas. Y eso es lo que tiene Sánchez en la Moncloa, como yo tengo mi aguacate.

He pensado en Ayuso mirando mi esquelético proyecto de árbol de aguacate, que parece como los dos pelos de Filemón ahí en el patio interior vacío, anublado, apenas un desagüe de sombras, aguas y calcetines de vecinas con pie de bebé. A ver si Ayuso alegra mi patio, y hasta a mis vecinos, que me homenajean muy pobremente arrojándome por la ventana zurrapas, colillas, manoplas y bolsas de plástico con un misterioso palo dentro, como un proyecto pretecnológico de arma o canoa. Me refiero a lo de las plantas de Ayuso, llenar los edificios de Madrid de plantas, que a lo mejor eso no arregla el cambio climático pero a mí me arregla el patio, que ahora es como un centrifugado de briznas, pinzas de tender y calcetines desparejados que viajaron en el tiempo, todo bajo la presidencia incongruente y aborigen de mi pequeño aguacate, algo así como el dios maya del patio. Desde luego, Ayuso va por libre, tiene su propia agenda como tiene su propia cerveza, y ya no me refiero a tener su propia estrategia con Bildu sino a tener su propia burbuja climática o su propia burbuja electoral, que ella solventa castizamente con macetas de balcón, como una violetera de macetas.

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