No es el gran pucherazo que dicen los conspiranoicos, que van del chemtrail al golpe de Estado muy seria y ridículamente, como cabalgando en Clavileño, pero en Melilla y Mojácar el voto ya se estaba vendiendo y comprando en tenderetes y puñados, con su cosa de calcetín 100% algodón que no lo es. Una vez, en una de esas cafeterías que se han quedado entre Viena y Chamberí como una dama pobretona que se queda entre dos pasteles o dos siglos, se me acercó un tipo que enseguida me ofreció sospechosa y furtivamente un mazo de calcetines, como si fueran salvoconductos alemanes o barbas postizas de La vida de Brian. Ahora yo me imagino esa escena pero con votos encintados y mullidos, y me sale un fraude que está entre lo absurdo y lo cotidiano, entre lo gravísimo y lo cómico, entre la conspiración y la alfombra de pega. En Melilla, promarroquíes y algún pepero; en Mojácar, candidatos del PSOE… Pero todos con su escándalo político que tiene algo de oferta de calcetines con raquetita, de top manta o de top porro.
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