Desde el balconcillo de Génova, que tiene algo de podio ciclista de Perico Delgado, una mezcla albañilera de gloria y agonía, muchos han subido al cielo peligroso y aeronáutico de Madrid y muchos se han despeñado. La última vez que Ayuso subió allí, como a darle al interruptor de la noria que es Madrid, había frustrado la maniobra que el PSOE empezó en Murcia y hasta había acabado con Pablo Iglesias, que ya sólo quedaba para vender pelos de su coleta como astillas de la Santa Cruz. Aquel 4 de mayo, con Ayuso subió Casado, el líder que parecía el meritorio y que iba con amigos suyos imaginarios o comprados, o sea Teodoro García Egea y tal. En ese balcón shakesperiano, Casado ya estaba loco de celos. Luego pasó lo que pasó y, ahora, mirando el andamio montado para el balconcillo, entre concierto de rock, plataforma de lanzamiento de alguna nave de Fellini y patíbulo para gente con fachaleco, uno se preguntaba qué pasaría en ese balcón, que obra de teatro nos daría y qué viudas dejaría, allí con la melodramática amenaza de lluvia o de naufragio de banderas bajo la que estaba Madrid. Desde aquella catapulta de tubos podría empezar a caer Sánchez o podría volver a sentir vértigos de celos Feijóo.
Génova 13 es ciertamente el torreón de fantasmas que uno se imaginaba. Es una torre de marfil enroscada sobre una escalera de caracol en la que en cada planta aumenta la bruma y el frío. La más alta torre, donde Casado hablaba con sombras y marionetas, no es una celda sino que en realidad parece un blanco quirófano, con más olor a formaldehido que a chamusquina. Antes de que el amo de la mazmorra me echara para abajo, preguntándome además qué había apuntado en la libreta, por si había descubierto yo el secreto egipcio de cómo sobrevivir en el torreón; antes, decía, creí sentir que allí crujía algo, no sé si vivo o revivido, Feijóo encendiendo fluorescentes para verse en espejos o radiografías o Casado blanquísimo sacando su mano de emparedado por la pared blanquísima, avisando, quizá. Aunque a lo mejor sólo quería pillar algo del cátering, que no nos trajeron la cerveza de Ayuso pero sí un agua con su nombre, así como olimpificada, un agua que hacía a Ayuso electrolítica, isotónica y triunfadora, con algo de Michael Jordan de pestañas rizadas Incluso. Es la marca Ayuso lo que impulsa todo, que ya digo que Feijóo creo que estaba todavía comprobando si seguía vivo, allí en el quirófano blanco, frío y zumbador de las plantas superiores.
Le hicieron muchas fotos contra las banderas, que parecía aquello, de repente, una revolución panameña
La lluvia, que lo estaba estropeando todo, dándole al día y al castillo pepero aire de boda triste de doncella medieval, luego se paró. Con los primeros sondeos o los primeros claros, empezó a sonar la música maquinera, motivadora o sólo enloquecedora, algo que yo llamaría música liberal discotequera, “you’re free to be what you want to be”, “what a feeling”, una versión como cafeinizada o bakaleada del himno del PP, y no llegué a escuchar Eye of the tiger, pero pegaba. En la calle se empezaba a acumular gente con curiosidad, gente con perrito, gente con niños y gente como con botafumeiro pepero. Y banderas españolas, banderas sobre gabardinas, banderas sobre paraguas, banderas sobre riñoneras y banderas sobre banderas que parecían un kebab de banderas que alguien intentaba, efectivamente, vender como un kebab, loncha a loncha de patriotismo.
Sobre el balconcillo, una tela gigante de Almeida, Feijóo y Ayuso parecía un anuncio de Isla Mágica, entre la aventura náutica y la noria madrileña que iba a encender, otra vez, la presidenta. El DJ iba animando y cantando o repartiendo los resultados, que Aragón sonaba a jamón y la web gubernamental caída sonaba a alegoría. No había tantos cayetanos de cabeza de olla, o estaba muy diluido el cayetanismo entre lo que es el ambiente ayuser, que diría que es más transversal y va desde el tipo con pantalón cargo o una especie de choni estilizada, a un elegante señor de color con sombrero blanco y gabardina blanca que se fumaba un purazo como si lo llevaran en silla de mano. Le hicieron muchas fotos contra las banderas, que parecía aquello, de repente, una revolución panameña.
Almeida hasta saludó con un "¿cómo están los máquinas?", frase de subidón y acelerón
Mientras la gente, no mucha aún, mantenía la fiesta y la esperanza patinando sobre el jaleo y las banderas, Cuca Gamarra se nos bajó de los torreones de nieblas y acetatos, satisfecha, contenida y colorada, con un rubor que uno no le había visto nunca ni atrancándose en sus discursos. “Vamos a disfrutar con todos los españoles de lo que ha pasado”. No terminaba de pasar nada definitivo, pero si en Génova se habían bajado del globo para decir eso, es que la cosa les pintaba bien. Uno quería ya balcón, escena final como una escena del sofá, pero sólo seguía el chundachunda, seguía el DJ, y la cámara con grúa que se movía arriba y abajo, con intenciones cinematográficas épicas o ridículas, que están muy cercas las dos. Uno pensaba que el guion y la dirección tenían pinta de película deportiva de por la tarde, de ésas con fracaso, traidor, unión, superación y, al final, ese podio de españoles bajitos y héroes del mueble bar que el personal esperaba ver en ese balconcillo para ganadores o para gogós, pero que no terminaba de salir.
Génova se llenaba, como si intentaran volcar el balconcillo hacia ellos, cosa que casi ocurre cuando se anunció que Podemos quedaba fuera de la Asamblea de Madrid. Muy pasada la hora de las brujas, con la calle Génova ya como un fin de año chino español al que añadieron gorritas del partido y banderas europeas, salieron al balconcillo, uno a uno, dándose su espacio, Ayuso, Almeida y Feijóo (Almeida hasta saludó con un "¿cómo están los máquinas?", frase de subidón y acelerón). Subieron Ayuso y Almeida, con sus mayorías absolutas como dos grandes manojos de globos que los llevaban flotando, y también Feijóo, que tenía su victoria en las municipales, que tenía capitales, que tenía Valencia, que tenía Aragón, puede que Extremadura y casi Castilla-La Mancha. Un Feijóo que por fin respiraba, vivía, se podía tocar los huesos de la radiografía que yo creo que se estaba haciendo en las plantas de arriba, cuando no me dejaron mirar el secreto de los vivos o de los muertos que tienen allí, en las plantas de la muerte. “Lo que pasa en Madrid resuena en toda España”, dijo Almeida, y por eso luego Ayuso le ofreció a Feijóo su triunfo en Madrid como si fuera un rabo cortado en Las Ventas.
Un Feijóo que por fin respiraba, vivía, se podía tocar los huesos de la radiografía que yo creo que se estaba haciendo en las plantas de arriba
Desde luego eran muchos globos y muchas banderas, que llegaban ya hechas flecos al balconcillo, como para que hubiera sitio allí para celos. La bicefalia funciona, todos ganan, todos ayudan a ganar y Ayuso puede esperar, tranquila, que cuando Feijóo flaquee, ella será la siguiente candidata, sin guerras, naturalmente, como la heredera del estanco que parecía Génova, atufado y engomado de banderas. Estuve por subir otra vez a las plantas altas, si acaso me dejaba ese guardián de cementerio que quería mirar mi libreta como mi alma (qué miedo le tienen los políticos a una libretilla deshilachada como un dobladillo). Sí, subir al torreón de fantasmas, por si oía llorar a Casado o a Pedro Sánchez, que quizá pasara por allí para llorar, los dos, como el viento, cada uno por una rendija. Debería haber subido, y así hubiera comprobado que el torreón de fantasmas había volado y hacía fresco y ruido en el Madrid destechado y altísimo.
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