Después del hostión del 28-M y una noche de zafarrancho y hornillos en la Moncloa, como una noche de panaderos de Napoleón, ya están diciendo que Sánchez se ha despertado con una jugada maestra en la cabeza. Eso se lo decían hasta a Rajoy, cuando en realidad todo lo había hecho la inercia, la comodonería, la casualidad o la necesidad, mientras él se había quedado mirando el café con leche como un marino mira el cabo de Hornos. Sánchez también se quedó mirando la noche, iluminada de azul como por una brutal supernova, vio que sólo tenía una salvación, el adelanto electoral, y por la mañana le puso un poco de música de flauta china. Todo parece una jugada maestra cuando uno se lo imagina con una flauta de bambú de fondo, como lo de Iván Redondo sacando las dos piezas de ajedrez, lo que pasa es que a Redondo no le sonó la flauta y sólo quedó como un solitario de autoayuda y soldaditos de plomo. Tampoco le ha sonado a Sánchez, porque todo el mundo se da cuenta de que no es astucia sino necesidad: tal como ha dejado al PSOE, no hubiera llegado a diciembre de candidato.

Sánchez, imprevisible pero transparente, simplemente ha cogido su biblia roja, ese librito también de autoayuda o autojustificación que le escribieron, y en el que aparece con la mandíbula escuadrada y la leve asimetría de una sonrisa fácil, sabedora, segura, ambigua, como un giocondo. Manual de resistencia se llamaba, eso era lo que le iluminaba y emborronaba su sonrisa con esfumado, y eso es lo que ha vuelto a aplicar. Pero para resistir primero hay que estar (esto también quedaría bien con fondo de flauta de bambú). No es que Sánchez no hubiera podido resistir en la Moncloa después de cambiar un par de ministros achicharrados, de romper con Podemos, de devolver el monstruo de Frankenstein a su morgue y a sus gusanos, y de escenificar una ceremonia de purificación y expiación más o menos aparatosa y húmeda. Es lo que hubiera hecho de no haber recibido el castigo que ha recibido. Pero es imposible resistir en un partido humillado y desahuciado por culpa de tu cuerpo rumbero.

Sánchez ha dejado al PSOE tiritando, pelado en sus huesos de raspa de rosa. No se trata de contar los votos, que es lo que aún intentan algunos optimistas o algunos infelices, según se vea, sino de contar los sillones, las plazas, las nóminas, los chiringuitos, los cotolengos llenos de socialistas arrecogidos, todo el poder y el cuchareo que se han perdido. Incluso aunque Sánchez sobreviviera en las generales, él sólo en su colchón de nenúfares más su tropa del búnker, su último círculo en el Untergang, ese concepto que es wagneriano, o sea grandiosamente trágico; incluso aunque sobreviviera Sánchez, decía, o precisamente por sobrevivir, el partido seguiría condenado a la mazmorra, al barbecho, al relente, por las provincias y los pueblos que están tan lejos de la Moncloa como de la Antártida. A Sánchez lo hubieran terminado disciplinando los propios socialistas, como si fuera aquel recluta Patoso de La chaqueta metálica, o más bien se lo hubieran cargado, como a Calígula.

El sanchismo, ese como moho de berenjena, se asentó a costa de destruir o sustituir al PSOE

El sanchismo, ese como moho de berenjena, se asentó a costa de destruir o sustituir al PSOE. Los barones en el poder parecían tener segura su corona de escudo de parador y los aspirantes boqueras y melancólicos, como en Andalucía, simplemente esperaban que la baraka de Sánchez les arrastrara, que volviera el tranquilo cortijito de siegas, mugidos y harapos que llegó a ser Andalucía. Hemos escrito mucho aquí sobre esos barones que rajaban de Sánchez ante micrófonos estofados y periodistas cocidos, ahí en sus cenas de parador, donde se calan la corona de barón como un niño cumpleañero se cala la corona de hamburguesería, pero en realidad ninguno de ellos se atrevió a actuar contra él donde correspondía, dentro del partido. Tras el 28-M, incluso los que no han perdido el poder, la coronita de cartón o el menú diario, como Page, no dejan de pensar que les ha faltado muy poco. Ahora sí que actuarían, que ya no es cuestión de ortodoxias del PSOE más o menos histórico, del PSOE empanado en su pana de felipismo y en su encaje de Santa Transición, sino de estricta supervivencia.

Hubieran ido a por Sánchez los barones vivos y muertos, los damnificados, los desheredados, los hambrientos y los tiesos; hubiera ido Susana la primera, con su camisón de loca, su lágrima de rímel y sus tijeras bajo la almohada (Susana al final le va a sobrevivir); hubieran ido casi todos, menos los de la Moncloa, los que caben en la bici estática del búnker de la Moncloa, y Sánchez no es que no hubiera llegado a diciembre como presidente, sino que habría vuelto al Peugeot. Adelantar las elecciones antes de que el propio PSOE lo sacara con su colchón por delante, entre Sigfrido y dama de las camelias, puede tener otras ventajas para Sánchez: concentración del voto, exposición de los pactos PP-Vox, enfrentamiento o disolución conjunta en la ultraizquierda de Yolanda y Podemos, influencia de la calorina veraniega y pereza del voto por correo, o sea la jugada maestra que traerá la remontada. Pero eso queda para tertulianos melancólicos e izquierdistas de moco histórico. Lo esencial es que Sánchez sólo intenta sobrevivir, y ya ven que no le importa dejar leyes a medias, ni presidencias europeas colgando, ni obligarnos a otro verano de calentón y sacrificios.

Sánchez sólo intenta sobrevivir, no a diciembre sino a mañana, no a unas generales sino a la venganza del PSOE. Pero su suerte está echada. No pienso sólo en el empuje de la derecha, ni en la hartura del personal, sino en esos socialistas que, en julio, enterrados en arena como en el barbecho del partido, se darán cuenta de que o sobrevive Sánchez o sobrevive el PSOE. Ese PSOE que ya sólo era una rosa de arena y una sonrisa de giocondo.

Después del hostión del 28-M y una noche de zafarrancho y hornillos en la Moncloa, como una noche de panaderos de Napoleón, ya están diciendo que Sánchez se ha despertado con una jugada maestra en la cabeza. Eso se lo decían hasta a Rajoy, cuando en realidad todo lo había hecho la inercia, la comodonería, la casualidad o la necesidad, mientras él se había quedado mirando el café con leche como un marino mira el cabo de Hornos. Sánchez también se quedó mirando la noche, iluminada de azul como por una brutal supernova, vio que sólo tenía una salvación, el adelanto electoral, y por la mañana le puso un poco de música de flauta china. Todo parece una jugada maestra cuando uno se lo imagina con una flauta de bambú de fondo, como lo de Iván Redondo sacando las dos piezas de ajedrez, lo que pasa es que a Redondo no le sonó la flauta y sólo quedó como un solitario de autoayuda y soldaditos de plomo. Tampoco le ha sonado a Sánchez, porque todo el mundo se da cuenta de que no es astucia sino necesidad: tal como ha dejado al PSOE, no hubiera llegado a diciembre de candidato.

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