“De nuevo en la brecha, amigos míos. De nuevo en la brecha. […] En tiempos de paz, nada adorna más al hombre que la calma y la modestia, pero cuando el fragor de la batalla resuena en tus oídos, imita los actos del tigre.”
Muchos habrán reconocido estas palabras, porque son con las que Shakespeare abre el monólogo de Enrique V antes de la batalla de Agincourt. Una arenga llena de nobleza, osadía, hermandad e, incluso, redención.
Hermandad porque denomina a su ejército “banda de hermanos”; osadía cuando dice “nosotros, pocos y felices”, a sabiendas de que se van a enfrentar a un ejército francés liderado por Carlos d’Albret que les duplicaba en número. Redención porque, como dice Enrique, “el que hoy derrame su sangre conmigo será mi hermano. Jamás será vil, este día de él un noble hará.”
La épica la construyen los que más resisten o los que a más dificultades se enfrentan, ganen o pierdan y el lunes por la noche, esa épica pareció cambiar de lado de la mesa demasiado rápido.
Un Partido Popular que se enfrentaba a un Presidente del Gobierno decidido a hacer de esta campaña local y regional una cuestión personal. Decidido a que, si de algo iba esta campaña, era de abrir boca a su reelección que, presumiblemente, tendría lugar a finales de año, una vez agotada la legislatura, como tantas veces se encargo de dejar claro.
Un Presidente del Gobierno con una maquinaria engrasada desde hace cinco años en Moncloa, más el CIS, más el BOE, más una narrativa de conciencia social que elevaba como estandartes temas como el SMI, el Ingreso Mínimo Vital o un sistema de pensiones que, en realidad, escondía una subida de las cotizaciones. Es decir: mayores impuestos (esto apliquen en transversal como primera consecuencia de cualquier anuncio).
La noche del domingo los resultados fueron goteando (al menos, a mí me pareció que así ocurría). Los dos adelantos de participación apuntaban a una mayor movilización en feudos clave y en los que, en la jerga, se denomina, battleground o lugares muy muy competitivos.
En el inicio del recuento nadie aparecía como ganador claro y el resto… bueno, el resto ya lo saben ustedes.
Pero poco dio para digerir el resultado del domingo: estaba yo el lunes mirando resultados en localidades concretas, cuando me dicen que Pedro Sánchez anunciaba una comparecencia desde Moncloa. Descarté una ruptura con Podemos, al menos por la parte de Podemos, porque tienen 1.100 personas metidas en la Administración Pública y desarticular esos empleos y sueldos (más lo que no son sueldos, pero suena a retribución), se me antojaba complicado. Tanta épica podía resultar indigesta, quiero pensar.
Es más: ante una crisis de Gobierno, hubiera apostado lo que fuera a que los morados, por quedarse, hubiesen cedido lo que fuera. Poner en la calle a 1.100 personas de golpe y viniendo de perder progresivamente (¿no resulta irónico?) representación… era mucho riesgo.
Pero Pedro Sánchez podía hacerlo: lo hizo con Ávalos, Calvo, Oliver o Redondo, así que, hacerlo con Podemos, no hubiera sido una decisión complicada. Es más, al igual que con los mencionados arriba, sonaría el eco de una frase: “lo he vuelto a hacer porque puedo”.
No daba mucha cabida a esa opción y, de hecho, a eso de las 10:59:59, yo aún creía que las elecciones serían a legislatura agotada. Es más, tenía todas mis fichas puestas al 12 de noviembre.
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Ante una crisis de Gobierno, hubiera apostado lo que fuera a que los morados, por quedarse, hubiesen cedido lo que fuera. Poner en la calle a 1.100 personas de golpe y viniendo de perder progresivamente (¿no resulta irónico?) representación… era mucho riesgo
¿Dónde dejaba esto a Podemos? Bueno, hasta entonces esperaba que hiciera lo mismo que hizo Vox en la Comunidad de Madrid y en Andalucía: negarse a apoyar los Presupuestos y, con ello, generar una crisis, buscar un conflicto, una postura diferencial y justificar una lucha por la izquierda.
Pero Pedro Sánchez hizo de Pedro Sánchez, una vez más y pegó un giro inesperado: informó a Su Majestad el Rey, convocó un Consejo de Ministros, disolvió las Cortes y convocó elecciones. Bueno, entre su visita al Rey y el Consejo de Ministros, anunció el resto de pasos.
Ahora a Podemos se le acumulan los problemas porque, de empezar la legislatura con un vicepresidente primero que era Pablo Iglesias, han acabado teniendo como tirana (en el sentido más griego del término) a una vicepresidenta segunda a la que el propio Iglesias puso en el puesto.
Hace unas semanas todo iba encaminado a lucha por la izquierda con el cuchillo en los dientes entre Yolanda y quien fuera que encabezara Podemos. Yolanda Díaz sonreía abiertamente a la gente de Izquierda Unida o Compromís, pero saludaba, por algo menos que mero compromiso, a la gente de Podemos que encontraba en los actos.
Pero los resultados obtenidos el domingo les impiden ahora la lucha y favorecen la asimilación. Podemos se ve empujado a integrarse en Sumar como única vía de salvar a alguna parte de esos 1.100 empleos.
Si creen que esto acaba aquí para el partido que pretendía asaltar los cielos, no en absoluto, porque Pedro Sánchez apunta a dos tácticas para estos 51 días: la primera identificar al PP con Vox, algo que ya intentaron en Andalucía y que funcionó algo peor que regular.
Pero, en segundo lugar, ganar voto en la izquierda natural de Podemos o Sumar, porque cuanto más asegure voto, más sólido sale a un nuevo Frankenstein. Pedro Sánchez sabe, desde hace ya mucho tiempo, que sólo sobrevivirá con pactos, así que, entiendo, querrá tener que pactar lo menos posible.
Así que ahora, la que era su marca blanca, Yolanda Díaz, hoy se convierte en su sparring. Que digo yo… que si no estarán forzando a Pablo Iglesias a calentar.
Si Enrique V hablaba el día de San Crispín de nobleza, osadía, hermandad e, incluso, redención, hoy Podemos sólo puede hablar de una cosa: salvación.
Enrique Cocero es Consultor político.
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