Con la mano en el pecho, como un duelista de pega, como un muerto de salsa de tomate, como un apuñalado de don Mendo, salió Sánchez aquel día a decir que convocaba elecciones en conciencia, en memoria de los caídos (caídos por su culpa) y para frenar a los hijos de Trump y a la ultraderecha, que vuelven a venir en tanqueta con su peinado de tazón como un casco alemán. Sánchez, con la mano en el pecho de fantasma de caballero, hacía esa media reverencia de muerto o medio muerto porque también tiene inercia de muerto o medio muerto. Sánchez, con esa gran inercia de carruaje fúnebre, no puede cambiar fácilmente de discurso, porque todo el cortejo derraparía y él mismo se descubriría como impostor y como presidente fiambre. A muchos les ha sorprendido que, después del batacazo o estacazo, Sánchez se empecine en lo mismo que le ha llevado al batacazo o estacazo, pero yo creo que cualquier otra cosa hubiera sido aún más sospechosa y desconcertante. Es difícil, de todas formas, salir de ese cajón del que ya Sánchez saluda como Drácula incorporándose.

Con la derechona negra y membranosa se fue Sánchez al 28-M y con la derechona negra y membranosa va a seguir, lo que pasa es que son elecciones veraniegas y por eso han decidido llamarlo mejor ola reaccionaria, que es como más molesto, como la ola que te fastidia en la playa el castillito o el bocata de tortilla. La ola reaccionaria, ola aguafiestas y asquerosita, chapapote de saliva y gominilla, recorre y azota el mundo, que es lo que le faltaba a su colección de apocalipsis y plagas, el maremoto. Sánchez no tiene la culpa de nada, es que le llega un virus, un volcán, una guerra, y ahora este maremoto trumpista, negacionista, escopetero, franquista, cayetano, terracero y banderillero que le arruina la playa cocotera de bienestar y democracia que él había montado toda preciosa, como si fuera un anuncio veraniego de cerveza. Es lo de siempre, pero ya digo que Sánchez no está a estas alturas para cambiar el discurso ni las amistades ni los candelabros de Moncloa.

La ola o el maremoto, que vienen de Brasil o del flequillo ventoso de Trump o del banderón cuartelero de Colón o quizá sólo de las gafitas de Bolaños, siempre empañadas como las de un cabo de cocina; la ola o el maremoto, en fin, han arrastrado al españolito lo mismo en Extremadura que en Valencia, lo mismo en Aragón que en Cantabria, lo mismo en Madrid que en Logroño, prueba de que es una catástrofe global, el signo de los tiempos, como el clima loco o los influencers. Sánchez dice lo de la ola reaccionaria como poniendo la mano de visera, como un vigilante de la playa, porque se trata de señalar algo exterior y enemigo, otra vez retortijones del planeta o de la historia, cualquier cosa menos asumir que el españolito a lo mejor está cabreado, asqueado y cansado de sanchismo.

Sánchez, con esa gran inercia de carruaje fúnebre, no puede cambiar fácilmente de discurso, porque todo el cortejo derraparía y él mismo se descubriría como impostor y como presidente fiambre"

Aquello de la alerta antifascista, con gran campanazo de puchero en la plaza y gran zafarrancho de coleteros, ya sabemos cómo terminó, con el querido líder Pablo Iglesias condenado eternamente al Carrusel Deportivo de la izquierda y con una meritoria llamada Isabel Díaz Ayuso convertida de repente en Virgen de Covadonga de la derecha y novia de la España de pulserita. Y eso que todavía no sabíamos todo lo que podía dar de sí el Gobierno de progreso. Habrá que suponer que el votante ha visto que los horrores augurados no son nada al lado de los horrores ya sufridos. Eso de preguntar solemnemente, con la mano en el pecho y reverencia de bisagra, si España prefiere un gobierno de la derecha o la repetición aumentada y envalentonada de lo ya vivido, parece estar pidiendo que le contesten que cualquier cosa sería mejor que otro Frankenstein berenjena y bailón.

El PSOE ha vuelto al dóberman y ha sacado hasta el chapapote, que es como sacar a Juan Guerra de su obrador de corrupción y cafelito (aunque no es tan absurdo como que los de rodear el Congreso y los de señalar a periodistas hagan comparaciones con el trumpismo). El PSOE hace esto porque la economía de la gominola y el aguinaldo no les ha funcionado como reclamo electoral, pero el caso es que el escobón viejo de la derechona tampoco. Ahora el PSOE dice que buscará el “cara a cara con Feijóo”, como si no lo hubieran buscado ya, que Sánchez se iba al Senado con dosieres enteros sobre el líder del PP, sus números y sus lapsus, y los leía allí como un Tenorio engolado. Todo es un empecinamiento en lo mismo, una repetición obsesiva de las tácticas en las que ya han fracasado. Pero si Sánchez ha optado por buscar refugio en la repetición y el radicalismo, exactamente igual que Podemos, es porque corregirse sería deslegitimarse, matarse antes de volver a salir el domingo electoral a echar la moneda al aire o a confiar en la pereza gazpachera del españolito para salvarse.

En la ola reaccionaria se han montado Sánchez y también sus socios, que aquel día que salió el término lo decían todos en el Gobierno y en la izquierda, como eso de Bisbal y los máquinas. Piensa uno que a lo mejor el que tendría que incorporarse a Sumar es el PSOE, que lo veo más comprometido con la ortodoxia ultraizquierdista que el propio Podemos, que ahora sólo quiere sitio en las listas, hueco en el comedero, un sillón de Emmanuelle para Irene Montero, una cornisa de gato para Ione Belarra, un aparcamiento para Echenique y esas cosas de la izquierda verdadera. En realidad, los dogmas ya no significan nada y sólo intentan sobrevivir. Sánchez no puede dejar de ser Sánchez, ni Podemos dejar de ser Podemos, sin asegurar su propia desaparición. Así que tenemos nueva alerta fascista y nuevo zafarrancho de coleteros, que lo improbable es mejor que lo imposible y quién sabe qué puede ocurrir en julio, con la campaña llena de memes de Julio Iglesias y los votos del españolito en salmuera como sus pies. Y ahí están Sánchez y su izquierda, en medio de esa ola reaccionaria o simplemente inevitable, intentando flotar como en la maderita de Titanic o en la película de Bayona.

Con la mano en el pecho, como un duelista de pega, como un muerto de salsa de tomate, como un apuñalado de don Mendo, salió Sánchez aquel día a decir que convocaba elecciones en conciencia, en memoria de los caídos (caídos por su culpa) y para frenar a los hijos de Trump y a la ultraderecha, que vuelven a venir en tanqueta con su peinado de tazón como un casco alemán. Sánchez, con la mano en el pecho de fantasma de caballero, hacía esa media reverencia de muerto o medio muerto porque también tiene inercia de muerto o medio muerto. Sánchez, con esa gran inercia de carruaje fúnebre, no puede cambiar fácilmente de discurso, porque todo el cortejo derraparía y él mismo se descubriría como impostor y como presidente fiambre. A muchos les ha sorprendido que, después del batacazo o estacazo, Sánchez se empecine en lo mismo que le ha llevado al batacazo o estacazo, pero yo creo que cualquier otra cosa hubiera sido aún más sospechosa y desconcertante. Es difícil, de todas formas, salir de ese cajón del que ya Sánchez saluda como Drácula incorporándose.

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