Yolanda Díaz comiendo fresas, como un anuncio de leche condensada de la lechera de cuento de la lechera que es ella, frente a las aguas verdinegras de Doñana y el panorama aborrascado de la política, del planeta, del campo, de la izquierda… Yo creo que ahí está todo el manifiesto de Yolanda, o al menos la etiquetita de crema pastelera que es Yolanda, que hasta hay una marca de harinas o rebozados que se llama como ella, como si le hubieran robado el libro de recetas y el delantalito de Alicia en su País de las Maravillas. Yolanda, azúcar de la izquierda, copón de fresones de palabras, turista de las ideologías, labriega de pega como obrera de pega, se ha ido a Huelva, a la guerra de la fresa, un poco como la que se va a la tomatina, de turisteo caldoso. Allí hay ahora una guerra que tiene hasta potencias del Eje, con alemanes saboteando, ministros malmetiendo y Moreno Bonilla queriendo darle a la noria del voto más que a la del agua. Pero Yolanda comiendo fresas es como esa paz con botijo e higuera del campo. No tanto por lo de la fresa sino por lo de la izquierda, donde se están matando mientras ella canta por la campiña, sabiendo que es la única imprescindible en el cuento.

Yolanda Díaz come fresas, dejando un panal de dientes en esos panales de mermelada. Se llena la boca de producto, de simbología, de presencia, que es lo que suele hacer, sin solucionar nada, que ella viene a plantar la izquierda simbólica como el que planta un roble simbólico. Yolanda Díaz visita o sobrevuela los campos de fresas como John Lennon, que son más inspiración que alimento y más acuarela que industria, y yo en general veo a la ministra muy ociosa, muy turista de mercado de abastos y de cultura toscana, yendo del viñedo a las pinacotecas. A mí ya me sorprendió que, poco después de que Sánchez anunciara el adelanto electoral con clarines lorquianos de duelo, Yolanda se fuera como particular a la presentación de un libro, que ya relatamos aquí, en vez de pertrecharse y encerrarse para la negociación o el combate con Podemos. Pero esa es la guerra de Podemos más que la suya, como si fuera esa guerra de los alemanes contra Moreno Bonilla.

Yolanda está tranquila, Yolanda está con sus tartas de manzana y sus clubes de lectura generacional, como el bridge generacional, y es en Podemos donde están nerviosos, comiéndose las uñas mientras Yolanda ya se come el postre. Yolanda come fresas como dentro de una bañera con espuma y teléfono blanco, come las fresas de las suites, presentadas como una sonata por el camarero violinista, más que las fresas de la campesina o las fresas del político, que en campaña ya sabemos que igual le toca comerse unas bravas que un saltamontes frito. Yolanda va y viene de Doñana como en el yate fluvial de ella misma, va y viene de actos culturetas como una señora de perla y filarmónica, parece que ya no tiene ministerio sino galas y parece que no tiene un Movimiento de la izquierda revoltosa, de mil sectas y mil profetas, sino una casa de campo con mecedora y mosquitera.

Yolanda, azúcar de la izquierda, copón de fresones de palabras, turista de las ideologías, labriega de pega como obrera de pega, se ha ido a Huelva, a la guerra de la fresa, un poco como la que se va a la tomatina, de turisteo caldoso

Yolanda come fresas como pezones de sol o como lobulillos de cielo, tiene tiempo y ganas hasta para ponerse sensual y petrarquista en mitad no de la guerra de la fresa sino de la guerra de la izquierda. Quizá lo que pasa es que no hay guerra de la fresa, porque hay el agua que hay y las leyes que hay, ni tampoco hay guerra de la izquierda, porque todos saben quiénes han perdido desde hace mucho, quiénes están tragando hiel mientras Yolanda se come una gran fresa como el corazón acaramelado de la izquierda y se le quedan semillitas de futuro entre los dientes. Yolanda come fresas como se come ella la izquierda escarchada, porque por supuesto no se va a comer la izquierda mohosa, que es lo que parece que pretende Podemos. En realidad Podemos está en desbandada, así que nos referimos sólo al sotanillo de youtuber en calzoncillo de Pablo Iglesias, a su gineceo no de sultán sino de streamer de gorra para atrás y culo de pantalón cagado para delante, donde Irene Montero, Ione Belarra y sus ministerios como cabañitas de árbol sólo buscan un rincón para sobrevivir, como el que busca ganchitos en los huecos del sofá. Sobrevivir o comer fresas, ahí está toda la distancia.

Yolanda Díaz come fresas como besándose a sí misma en los labios, como un beso de espejo en ese espejo fenicio del agua de Doñana que se ve o presiente al fondo, a una distancia misteriosa y ambigua, a la vez allí y aquí, como pasa en todos los espejos. Estoy seguro de que no habrá acuerdo, o el acuerdo no será ya con Podemos sino con lo que quede después de que abandonen sus gurús que son gafes y sus princesas que son venenosas. Yolanda Díaz come fresas como comiéndose sus dedos con zarcillo bajo todo el bombón rojo de la izquierda, y en Podemos lo que pasa es que tardan en beber la cicuta. Yolanda sabe muy bien no sólo que no necesita a ese Podemos con culo de escay, sino que le perjudica. Sabe muy bien que lo que quede de la izquierda, mucho o poco, será ella, y lo que quede de Podemos será sólo una emisora pirata o un escañito como un sofá con ganchitos. Buscar ganchitos o comer fresas, ahí está toda la diferencia y toda la ventaja. Aquí no hay guerra, sólo esa pequeña obscenidad de comer fresas en un entierro.

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