Yolanda Díaz, autoproclamada, autoerigida, autoesculpida, nacida de una perla y una jabonera como una Venus, esa Venus infantil, amuñecada y peluquerita que le salió a Botticelli o a Pablo Iglesias, se ha ventilado a Podemos. Consideremos a Podemos como el búnker ministerial y galapagareño, el gineceo de ecos y soledades de Iglesias, o lo consideremos como lo que quedaba del partido por las provincias y las mochilas, el caso es que Yolanda los ha reducido a mendicantes de las parroquias y a cuarterones en las listas. La negociación, en realidad, no ha sido tal, que Podemos no tenía nada que ofrecer (sólo es un podcast y unos ministerios pisapapeles), así que todo era disolverse en Yolanda, ella que es sólo agua y azucarillos, o disolverse sin más. Lo curioso es que Podemos no ha ganado nada tampoco, y me refiero al Podemos pablista, no al de esos pobres círculos territoriales y como esparteros (al círculo morado se le había quedado ya algo de tapa de cesto de esparto) que hace mucho que cerraron por abandono y olvido, como las esparterías que eran. Y esto me hace pensar que la guerra no ha acabado y que ni Iglesias ni Irene Montero se van a ir a un convento.
Podemos estaba muy barato, al menos el Podemos de esparto, que sabía que no tenía otra manera de sobrevivir que agarrarse a las trenzas de Yolanda. Yolanda está reinventando Izquierda Unida, o el primer Podemos plazoletero y populachero, como si reinventara la margarina holandesa que ella parece batir mientras habla. Se entiende que la izquierda de talabartería se quiera incorporar al nuevo proyecto de supervivencia, el siguiente proyecto de renovación que en realidad no renueva nada. Lo que no se entiende es que el Podemos pablista, o el pablismo sin más, acepte disolverse en Yolanda, quedarse en el regazo marsupial de Yolanda. Si el Podemos espartero no puede sobrevivir sin Yolanda, al pablismo le pasa lo contrario, no puede sobrevivir en Yolanda. Así que uno piensa que esto no puede quedarse así.
Con Irene Montero repudiada, sacrificada, yacente y lánguida como una santa romana que fuera más bien vallisoletana, el pablismo tiene argumentos para incluir a Yolanda entre los traidores
En aquel mitin en el Rastro, con público y tristeza de bingo de jubilados, Pablo Iglesias no se basó tanto en la ortodoxia doctrinaria como en la superioridad que él se otorgaba por su valentía y su incorruptibilidad. Ya sólo queda el pablismo, ya saben, contra el fascismo de enagüilla de jueces, periodistas y curas, contra Florentino Pérez y su ejército de tuercebotas de la ferralla y el dinero, contra Ferreras y sus remates de cabeza periodísticos (Ferreras es a la vez delantero centro fondón de la izquierda y árbitro fondón de la izquierda)… Iglesias llegó a acusar a Manuela Carmena de connivencia con los poderes oscuros, y ahora, con Irene Montero repudiada, sacrificada, yacente y lánguida como una santa romana que fuera más bien vallisoletana, el pablismo tiene argumentos para incluir a Yolanda entre los traidores.
Yolanda, mimada por la prensa cuqui y preferida ante el pablismo por la conservadora, es perfecta para incorporarla al bestiario pablista, al rap pablista, al juego de tronos pablista, al negocio pablista, que yo creo que es lo único que va a sobrevivir al sanchismo, la voz flotante de genio flotante en el minarete flotante y en el espectáculo flotante que es Iglesias. Sólo tienen que mirar las redes para ver cómo está el ambiente entre posibilistas y traidores, entre puristas y pragmáticos, entre convencidos y asqueados, con Irene Montero como esa virgen mancillada por Yolanda exactamente igual que lo fue por el fascismo de bordadito y aguilucho y tal.
Ione Belarra, más que alguien que ha aceptado el nuevo statu quo de la izquierda mantecosa, parece alguien que se ha colado ahí, que se ha entremetido en las listas y en el Movimiento de Yolanda, como quintacolumnista o agente doble, para mantener la disensión, el cisma, la tensión, la herida, el jaleo, el mambo. Yo creo que el pablismo apostó por la ruptura con Yolanda y perdió, pero ahora se está dando cuenta de que tiene más munición que antes contra la mamá pata de la izquierda, que puede poner como otro ángel de Charlie de Florentino u otra politóloga de Ferreras como esas meteorólogas de Ferreras, siempre entre la bombilla roja de emergencia y la traslucidez.
Yolanda Díaz, dama blanca que se ha subido sola al torreón de sus apariciones y a la sillita de la reina, ha incorporado casi todo lo que quedaba de Podemos a su margarina y a su resplandor. Su proyecto es otro Podemos con mano blanda femenina o feminoide, pero, ya digo, nadie está hablando de ortodoxia, sino de poder. La llamada unidad no existe, sólo existe el abejeo y la cola del pan alrededor de esa panaderita regalando pan que parece Yolanda. La izquierda unida siempre ha sido un oxímoron y, si acaso, igual que el átomo se mantiene unido porque hay una interacción de corto alcance más fuerte que la repulsión electromagnética, estos frentes populares sólo se mantienen unidos por una interacción de corto alcance más fuerte que la repulsión sectaria, y que se llama poder y sitio. Y el pablismo, en el átomo amoscado de Yolanda, no tiene ni poder ni sitio.
Yolanda, con su frutero de manzanas de cera, se ha ventilado a Podemos, pero claro, ¿qué era Podemos? Yo aún pienso en la ruptura, más dramática tras la visible humillación del pablismo y el expuesto martirologio de Irene Montero: ¿Para qué sirve la unidad de una izquierda rendida al fascismo, etc.? Hay gente a la que uno no ve en la cestita de la bicicleta de Yolanda, porque no tiene nada que hacer, que esperar ni que ganar, y además aguarda la venganza. Iglesias necesita que su minarete flotante se mantenga siquiera en un escañito o una esperanza de escañito. Por eso yo aún pienso en la ruptura, si no ahora sí más adelante, cuando Yolanda se derrita como su mantequilla. Antes que en el Tíbet, yo veo a Montero e Iglesias haciéndose un Macarena Olona, un partidito que tenga la talla de sus zapatos, o de su casita de la piscina. No servirá de mucho, pero Iglesias continuará con el negocio y la izquierda continuará con la guerra, que quizá es lo mismo. Yolanda podrá cargarse Podemos, pero no esa preciosa tradición.
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