El acuerdo entre PP y Vox para la Comunidad Valenciana tenía aires de reconquista llevada a cabo en un mesón de espadones por señores de espadón, servilleta de capote y pacharán consagrado. La cosa era un poco pacto de gobierno, un poco feria medieval, un poco trato ganadero y un poco despedida de soltero, que los acuerdos con Vox siempre parecen algo así, pero esto nos demuestra que Feijóo ya ha perdido la vergüenza. Feijóo está llegando a pactos con Vox antes de lo que se pensaba, no ha habido remoloneo, jugueteo ni disimulo, sino una naturalidad aritmética y ranchera que también es táctica. La foto del pacto, ya digo, parecía una mesa de leñadores con estofado, o una cita con Ábalos (aunque el propio Ábalos lo ha llamado “involución”), y nos lleva a pensar que puede desembocar en feria medieval eterna o en consejerías de Sagrada Familia. Nadie va a descubrir ahora a Vox, que está entre el Yunque y el Algarrobo. La novedad es que el pacto ha sido rápido y desvergonzado porque hay líneas rojas desde el principio, y eso es lo que va a vender el PP.

El PP pacta con Vox entre ceniceros de puro o cabezas de ciervo, con sus señoros de Ángelus, trabuco y método Ogino, pero lo que quiere dejar claro Génova es que hay líneas rojas, que el pacto puede ser natural y rápido mientras no se traspasen esas líneas rojas que uno casi visualiza como un rayito láser peliculero en un sistema de seguridad igual de peliculero. Traspasada la línea roja por el señoro de nudo de corbata gordo o crucifijo gordo o espadón gordo o cuello gordo, saltan las alarmas, se cierran portones, se cubre con una cúpula el silloncito del poder, como una joya de la Corona británica, y hasta se convocan nuevas elecciones por acción de un resorte. Yo creo que este pacto en la Comunidad Valenciana ha sido el primero, y ha sido así de rápido, para esto mismo, para exhibir la contundencia mecánica de este dispositivo, que a lo mejor luego resulta un artefacto del Coyote pero ya define una intención.

El PP no vende tanto el acuerdo como la línea roja, que ven especialmente roja y significativa en este caso porque tiene que ver con la violencia de género, concepto que provoca atragantamientos o gatillazos en esa mesa de escopeteros con asado de papada de Vox, con miedo a la suegra. Algo así como otra línea roja ya se dejó en Castilla y León, donde ese Juan GarcíaGallardo que parece que se cayó en la marmita de pacharán de pequeño puede salir un día con el aborto asesino o con el despioje ideológico pero enseguida se le ignora y se le vuelve a reconducir al folclore, que es su medio natural. La verdad es que esta táctica funciona porque Vox tiene aún más ganas de tocar poder, esos sillones institucionales como sillas de fraile, como asientos de coro de colegiata, que de mantener intactos sus dogmas y juramentos. Ya ven que Carlos Flores ha olvidado sus principios sagrados en cuanto ha visto otro sillón incluso más cómodo, aunque esto no deja de ser peligroso. Seguramente el Yunque, como Pablo Iglesias o Íñigo Errejón, es consciente de que hay que tener los sillones para luego conseguir la hegemonía y el Reino de los Cielos, o siquiera para fracasar en el intento.

El PP ha pactado para la Comunidad Valenciana no ya un acuerdo de gobierno sino un modelo exportable de sistema de seguridad que desactive el miedo a Vox, o incluso que desactive al mismo Vox. Enseguida, la ministra portavoz, Isabel Rodríguez, con su corazoncito de paloma encogido por la congoja, ha dicho que el pacto era una “vergüenza”, a pesar de que es una palabra poco afortunada después de la herencia que ha dejado el Consejo de ministros donde ella se sienta a recoserse una y otra vez la sonrisa mientras salen las leyes, componendas y vergüenzas que salen. La verdad es que, con lo de Valencia, Feijóo quiere dejar claro precisamente que pactar con Vox, que al fin y al cabo se vende por un asado, ya no es una vergüenza, sino una necesidad manejable, controlable. Incluso beneficiosa, porque expone a Vox como frailes glotones que, al final, son inútiles para esa causa nefasta pero imposible de la pureza nacional o del gobierno medieval de Cristo Rey.

Feijóo ha perdido la vergüenza con Vox porque ahora tiene una posición más que dominante, porque el PP sube pero Vox baja

Yo creo que el PP ha evaluado el riesgo de esta ultraderecha de asador y le sale un socio folclórico y avinado con muchas ínfulas y salivazos pero poco aguante y poco futuro, que no va a llegar ni a la hegemonía ni a los postres. El PP, en el fondo, confía en que ver gobernar a Vox sea lo que desactive a Vox, como ver gobernar a Podemos ha desactivado a Podemos, aunque Sánchez no les puso líneas rojas sino cheques en blanco. Ya estamos viendo en Castilla y León que Vox sólo deja discursos de borrachera y medidas de borrachera que no llegan al día siguiente, como esos planes de paellas domingueras que se sueltan en el sábado de farra. Sólo hay que recordar la promesa chorra de relajar los controles sanitarios a las vacas, que sin duda son tan sagradas para esta gente de parrillada como para los hindúes.

Feijóo ha perdido la vergüenza con Vox porque ahora tiene una posición más que dominante, porque el PP sube pero Vox baja, porque ve que Vox es controlable sin más que alargar la sobremesa, porque no ha empezado con la genuflexión, como Sánchez, sino con una línea roja en cada barbaridad (línea más efectiva, más peliculera o más simbólica, que ya se verá), y, claro, porque no tiene otra opción. Feijóo ha perdido la vergüenza con Vox porque, además, no hay ya sorpresa ni susto en ese pacto. El votante ya sabe las opciones y ha demostrado que, antes que otro Frankenstein putrefacto, prefiere esa cena de barbas, jarretes y cojones que luego no sobrevive al sábado, a la suegra ni a sus propias chorradas. El pacto se da por hecho, si acaso es necesario. Lo importante es saber qué piensa hacer Feijóo con el país mientras Vox se distrae en la barbacoa, en el mus o en los toros.

El acuerdo entre PP y Vox para la Comunidad Valenciana tenía aires de reconquista llevada a cabo en un mesón de espadones por señores de espadón, servilleta de capote y pacharán consagrado. La cosa era un poco pacto de gobierno, un poco feria medieval, un poco trato ganadero y un poco despedida de soltero, que los acuerdos con Vox siempre parecen algo así, pero esto nos demuestra que Feijóo ya ha perdido la vergüenza. Feijóo está llegando a pactos con Vox antes de lo que se pensaba, no ha habido remoloneo, jugueteo ni disimulo, sino una naturalidad aritmética y ranchera que también es táctica. La foto del pacto, ya digo, parecía una mesa de leñadores con estofado, o una cita con Ábalos (aunque el propio Ábalos lo ha llamado “involución”), y nos lleva a pensar que puede desembocar en feria medieval eterna o en consejerías de Sagrada Familia. Nadie va a descubrir ahora a Vox, que está entre el Yunque y el Algarrobo. La novedad es que el pacto ha sido rápido y desvergonzado porque hay líneas rojas desde el principio, y eso es lo que va a vender el PP.

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