El Gobierno se siente muy orgulloso de Bildu, eso no se puede negar. Es su niño con aurresku como con piano, campeón de la democracia como de las raíces cuadradas, y por eso lo enseña siempre, en las merendolas de salón de té, en los círculos de empresarios, en el médico del seguro, sacando la foto del niño, con premio de clarinete o medalla de tiro con arco, contra las radiografías de columna de la gente. Es que esas cosas no se pueden remediar, tienes a Bildu como tienes al bebé de piernecitas gordezuelas y hoyuelo de leche, campeón de la democracia como de las primeras caquitas, o como tienes al chaval en el seminario, con recomendación obispal, o con la plaza de notarías, o en capilla con novia heredera. Y eso hay que enseñarlo, en el autobús, en la cola del pan, a la vecina, al butanero, que mira mi niño, qué listo, qué guapo y qué demócrata, ahí vestido con muceta, o de cowboy, o de boda, delante de su estantería de trofeos pretecnológicos, vivisecciones enlatadas y viñedos heredados. Yo creo que el delegado del Gobierno en Madrid, Francisco Martín, simplemente tenía al niño en la cartera, y lo sacó, que para eso lo lleva. 

Francisco Martín no es ni padre ni abuelo del niño, o sea que no es Sánchez ni Zapatero. Pero quizá es un padrino apócrifo, o un tío apócrifo, aún más enniñado con el niño, de ésos que lleva al niño en ristra de fotos de cumpleaños y de caballitos, y enseguida te despliega la ristra de un acordeonazo, a las primeras de cambio, como esos magos pesados que te sacan la baraja. Bildu salió mucho en la campaña del 28-M, pero el personal se había olvidado ya, y eso que el niño no cejaba con el clarinete, con la teología de la raza, con el arco y la flecha o con el arte de la caquita como el arte de los castillos de arena. Yo entiendo que esto es duro, no sacar al niño cuando hay cariño y hay orgullo, y además está esa ristra de fotos del niño comiéndose el patuco, ajusticiando a un osito de peluche, jugando con el Quimicefa, graduado en la ikastola o haciendo la mili en un zulo. Eso quema mucho, tener al orgullo de tu vida ahí en la cartera, sin uso, como condones. Así que a la mínima que salen la familia o las vacaciones ahí están el reportaje de diapositivas y las gracias y sobresalientes del niño.

A Martín le han preguntado por el niño, claro, y hemos tenido que sufrir el abanicazo de orgullo y la embestida del tomavistas familiar como una locomotora, que eso nos pasa por preguntar. Intentar convencer a Martín, o a todo el sanchismo, de que Bildu no hace ni ha hecho nada bueno por España ni por los españoles, sino que es de lo peor que ha pasado y sigue pasando aquí, es inútil. Es como intentar convencerles de que su niño no inventó la pompita de saliva ni de moquito, ni el cuadro hecho con lentejas, ni el notable alto, ni el salto de plinto. El orgullo por el niño no depende del expediente, sino del corazón, y el sanchismo lleva a Bildu en el corazón más que en la cartera y más que en las comoditas de la Moncloa, que uno imagina llena de fotos de Otegi con marco gordo y en secuencia cronológica: las del niño en el bautizo salmantino, en el villancico de la escuela, en la orla agalletada y así hasta la boda con cara de labriego, que a todos se les queda cara de labriego en las bodas. 

Bildu, niño de sus entretelas, niña de sus ojos, retoñito pródigo, sangre de su sangre, le sale al sanchismo así, en la conversación, en la sobremesa, en el dentista y hasta en el vagón del tren, como cuando antes se sacaban en el tren las fotos y las tortillas. Al sanchismo le sale hablar bien de Bildu porque está en su condición y en su sentimiento, y no es tanto por la gratitud de un servicio prestado como por compartir cierta genética del cinismo, el pragmatismo salvaje, el olvido selectivo y la crueldad borrada enseguida con retórica justificativa y culpabilidades dadas la vuelta. Es más, si pasa un tiempo sin que se hable de su niño, como si fuera la madre de Yurena, no pueden resistirse a sacarlo, a ponerlo de divo y de héroe de la democracia, que es como poner a Yurena de diva y heroína de la elegancia y del canto. Este orgullo irracional, puramente instintivo, no lo han tenido ni con Podemos, que quizá han sido socios pero no familia. 

Lo de Martín con Bildu, o lo del sanchismo en general, no tiene otra explicación que el cariño o el instinto, porque interés no puede ser

Lo de Martín con Bildu, o lo del sanchismo en general, no tiene otra explicación que el cariño o el instinto, porque interés no puede ser, que al PSOE no le beneficia en nada que el personal vuelva a recordar que Otegi es como el san Pancracio que tiene Sánchez en la Moncloa, encima del frigorífico, con perejil y luz de mariposa perennes. A veces uno siente cariño sin más, aunque le perjudique, y eso es lo que le pasa a Martín. Lo de Zapatero es otra cosa, lo de Zapatero fue una estafa de la que él aún no se ha enterado. Al pobre hombre le colaron que ETA, infiltrada hasta las trancas, dirigida por memos, cada vez más repudiada, condenada ya, en fin, se le había rendido. Lo que ocurrió es que Zapatero les regaló un acuerdo en vez de una derrota, el olvido en vez de la vergüenza, y el poder político en vez del poder en las tabernas. Zapatero tampoco puede dejar de sacar la foto del niño cada vez que puede, en la frutería, en la radio, en las reuniones de padres en las que habla de calostros ideológicos y morales. Aunque da pena, como un padre idiota que enseña a un hijo fruto de crueles cuernos.

El Gobierno está orgulloso de Bildu, que se sabe las tablas de la democracia sanchista, que ha traído a casa un corazón de fascista como un Corazón de Jesús bordado para el día de la madre, que ha hecho comuniones de sangre y expiaciones de sangre vestido de marinerito inocente. El Gobierno y Bildu comparten mitología (las identidades instrumentales), enemigo (la democracia misma), interés (el poder), pero ahora se diría que comparten biología. Ese orgullo de hijo, esa defensa del polluelo, eso no se puede disimular, ni siquiera cuando saben que no conviene. O especialmente si saben que no conviene. Además de orgullo, hay sacrificio. Habrá que concluir que muchos en el PSOE aún creen que Bildu es su criatura o su herencia, no sólo el pobre Zapatero.