Pedro Sánchez se ha tomado las elecciones del 23-J como algo personal. Actúa como si la victoria de la izquierda dependiera sólo de él. Todos los líderes del PSOE han tenido ese componente épico que les ha llevado a imprimir un sello propio en sus políticas. A Felipe González hasta su gente (Txiki Benegas) le llamaba "dios" o el "number one". Zapatero rompió con el felipismo y diseño un partido a su imagen y semejanza, con Pepe Blanco como martillo de herejes. Pero lo de Sánchez es otra cosa.
Con González, e incluso con Zapatero, había un partido, un aparato, unos líderes con capacidad de decisión e influencia. Sánchez ha destrozado al partido y las únicas voces discrepantes (García Page y en menor medida Lamban, ya de retirada) apenas si tienen peso interno. De hecho, los barones díscolos no asisten por sistema a las reuniones del Comité Federal del PSOE.
A su izquierda, el presidente ha destrozado a Podemos, que ha puesto mucho de su parte en su implosión, y ha contribuido a crear un invento el liderado por Yolanda Díaz, con la que, dice, se sentirá "más cómodo" si la izquierda logra sumar más votos que el PP y Vox.
En cierto sentido, Sánchez ha asumido la principal acusación de sus enemigos, que le culpan a él de los resultados de las municipales y autonómicas del 28 de mayo. De ahí su esfuerzo por protagonizar lo que su equipo califica de "remontada". Todo depende de su capacidad para convencer a los indecisos de que acudan a votarle en masa "para frenar a la derecha y a la extrema derecha".
En ese esfuerzo hercúleo, Nadia Calviño es una actriz secundaria. Su papel es menor y consiste en vender los logros económicos del Gobierno. Pero todos, en ese círculo íntimo y muy reducido del presidente, saben que la vicepresidenta económica sólo puede convencer, si es que puede, a una parte muy pequeña del electorado, aquellos que saben lo que es el PIB.
El presidente cree que él solo puede darle la vuelta a las encuestas y por ello va a desplegar una ofensiva mediática sin precedentes. Pero hay logros que están vedados incluso para los semidioses
El presidente también ha asumido que su manera de comportarse, su prepotencia y su soberbia, caen mal y no sólo a los que no le votan. Por eso, ha decidido ofrecer su cara más amable.
Lo demostró ayer en la entrevista de Carlos Alsina, que le soltó así como el que no quiere la cosa que por qué nos mentía tanto. Sánchez, bien entrenado por sus asesores, mantuvo el tipo e incluso sonrió a veces. ¡Qué mal lo tuvo que pasar! Él, tan acostumbrado a las entrevistas alfombra.
Sabe el presidente que para atraer a ese millón y medio de votantes del PSOE que le han abandonado necesita algo más que el potencial de fuego de El País, La Ser y demás medios que simpatizan con la izquierda. Ahora toca abrirse a territorios no tan cómodos, como el propio programa de Alsina, El Hormiguero, de Pablo Motos o incluso, es posible, el matinal de Ana Rosa en Telecinco.
Vamos a ver cómo se defiende en territorio hostil. Cómo argumenta que la principal causa de su derrota el 28 de mayo fueron los bulos y mentiras de los medios de la derecha, cómo hace para sostener que hay un desequilibrio mediático a favor del PP y de Vox. Esa idea es una excusa de mal perdedor. Sólo hay que echar una ojeada al panorama de medios escritos, televisiones y radios para concluir que, como mínimo, medido por audiencias, los medios de izquierdas pesan tanto como los de derecha.
Asumir que uno hombre solo puede dar la vuelta a las encuestas en menos de dos meses es algo que está fuera de la realidad. Y, de no ser porque el propio Sánchez ha sido el que se ha echado esa responsabilidad encima, sería un tanto injusto para él.
Las razones por las que una parte de sus votantes le han abandonado pueden tener que ver con su tono prepotente, pero eso no es lo importante. Tampoco es que no aprecien algunos de los logros llevados a cabo en el terreno económico. El problema es que Sánchez lo que nos ofrece ahora es la repetición (es verdad que con otro compañero, en este caso compañera, de viaje diferente) de lo mismo que ya hemos visto en estos últimos cuatro años. Si ha habido voto de castigo en mayo, ¿por qué ahora no habría de haberlo? Por mucho que se empeñe, su proyecto no es ilusionante y tan sólo tiene como gancho prevenir contra lo que viene, siguiendo el refrán de más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer.
Los votantes, que ahora, al margen de los medios tradicionales, tienen otras vías para informarse -o desinformarse- no se tragan el mensaje del miedo. El PP ya gobernó con el apoyo de Vox en Andalucía y ahora lo hace con Vox en Castilla y León. La imagen de Díaz Ayuso como una especie de bruja maléfica de extrema derecha tan sólo ha conseguido que revalide con más apoyo la mayoría absoluta que obtuvo en 2019.
Ni su proyecto de repetición de Frankenstein (ahora con la cara más amable de Yolanda) ilusiona más allá de los que ya están convencidos, ni tampoco la situación económica ha alcanzado a muchos de los posibles votantes socialistas. Los precios de los alimentos siguen subiendo a un ritmo de más de dos dígitos, los de la vivienda se han disparado, los tipos de interés suben y las horas trabajadas son ahora menos que hace tres años, a pesar de haber aumentado el empleo. Los datos macro sólo llegan a una pequeña parte de la población.
Sánchez ha iniciado, comenzando el domingo en El País, su particular reconquista. Tendremos al presidente en multitud de medios predicando su argumentario con disciplina de opositor, e incluso habrá un debate con Feijóo. Pero, en esta ocasión, me temo que su manual de resistencia no le dará resultado. Hay cosas que incluso a los semidioses les están vedadas.
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